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Beethoven y el “emperador” de sus conciertos

Angelita Pallais

Una cálida felicitación a la dirección del Teatro Nacional Rubén Darío por la clausura del Festival de Música Clásica el pasado jueves 26 de septiembre. Para mí, una de las noches estelares de este año en nuestro palacio cultural.

La audición del Concierto Nº 5, Op. 73, en sí bemol mayor para piano y orquesta, El Emperador, de Beethoven es todo un acontecimiento en cualquier parte del mundo y, mucho más aún, en nuestra Nicaragua. Este concierto, el último de la serie para piano y orquesta del compositor alemán es una de sus obras más admiradas. Pertenece a su “período medio” caracterizado por su gran fecundidad y al cual pertenecen muchas de sus obras más conocidas. Se le llama El Emperador y nada más merecido que este título para una obra cuya audición despierta un sentimiento de grandeza nunca antes alcanzado en un “concierto”. Beethoven, respetando la forma del concierto clásico de sus antecesores Haydn y Mozart, le dio a esta forma musical una amplitud y desarrollo totalmente inédita en su tiempo.

Quiero destacar el excelente trabajo de los intérpretes en esta versión de la obra que escuchamos el 26 de septiembre. Es admirable el trabajo del joven director de orquesta cubano, maestro Eduardo Díaz Rodríguez, quien es el director del Teatro Lírico de Cuba y se encontraba en Nicaragua participando en el Festival de Música Clásica. Y digo admirable, entre otras cosas, por lo difícil de hacer “una orquesta” con diferentes grupos musicales que no tienen costumbre de tocar juntos. Pero la orquesta “sonó”, compacta y bien sincronizada. Hubo “concierto”, es decir perfecto acuerdo, entre los dos instrumentos piano y orquesta, que establecieron un diálogo elocuente, rico, bello…, logrando que todos, intérpretes y auditorio, compartiéramos la honda emoción que inspiró al compositor. Del pianista suizo, Michael Thalmann, admiramos la limpieza, claridad y expresividad de ejecución que lo hacen un digno exponente de la afamada escuela pianística de su país de origen que ha dado verdaderas cumbres en la interpretación de este instrumento.

El primer movimiento, Allegro, expresa un carácter de orgullo y nobleza, con aires verdaderamente imperiales y una brillantez que alcanza matices heroicos. Beethoven establece estas características desde los momentos iniciales del concierto, en el cual nos introduce la orquesta con tres acordes, dando lugar cada uno de ellos a una participación del piano solo. El movimiento es uno de los más largos de todos los conciertos conocidos. Piano y orquesta se entrelazan en una conversación, en la cual no hay protagonismo ni de uno ni de otra. Más que mediado el movimiento, el compositor le da espacio al pianista para su cadenza.

El segundo movimiento, Adagio un poco mosso, es uno de los más conmovedores adagios de Beethoven y esto es ya decir bastante. De un gran lirismo, expresado acertadamente por el pianista y la orquesta. La transición, sin pausa, del segundo al tercer movimiento, Rondó-Allegro, se desarrolla lenta y mágicamente hasta alcanzar el tema principal del Rondó y tanto el solista como la orquesta la ejecutaron impecablemente. El diálogo entre ambos continuó triunfalmente en todo el movimiento, hasta alcanzar el final.

Un prolongado aplauso para todos los que intervinieron en esta noche que nos dejó una profunda impresión de plenitud.

Opinión Beethoven conciertos archivo

COMENTARIOS

  1. jose moreno
    Hace 11 años

    Lo que a mi me llamo la atencion de este articulo fue la cara de amargada de la mujer que aparece en el recuadro.

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