Dante Alighieri, el sumo poeta italiano, describe el purgatorio como un monte-isla en el hemisferio sur, opuesto a Jerusalén. En esta montaña, junto con su guía, el poeta latino Virgilio, Dante continúa su gesta única de un hombre que aún vivo recorre los terrenos de Dios.
La envidia aparece en el canto XIII. Dante, junto con Virgilio, sube al segundo círculo de la montaña. Allí encuentran un suelo y paredes de piedra pálida, con mucha gente. Estas almas no pueden caminar por sí mismas. Se apoyan en los muros o se apoyan entre dos y así pueden avanzar. A Dante lo conmueve ver que están cubiertos de cilicio, un pelo de cabra de Cilicia (un lugar de Asia). Como alambre, el cilicio hiere la piel con cada movimiento. El cilicio es la red de alambre que todavía usan algunos para penitencia. También sus párpados están cocidos, porque la envidia entra por los ojos.
Encuentran a Sapia Salvani, quien confiesa arrepentida la envidia hacia su hermano Provenzano, al haber orado por su derrota en la batalla de Colle di Val d´Elsa donde murieron doscientos compatriotas incluyendo su hermano. Más adelante cae un relámpago y dice: “Máteme el que me encuentre”. Caín, quien asesinó por envidia a su hermano Abel en el Génesis. Fue marcado por Dios con una cruz con un círculo, y vivió errante su arrepentimiento. Luego del rayo se oye un trueno que dice: “Soy Aglauro, que me convertí en piedra”. Aglauro, noble ateniense, quien por envidia y celos hacia su bella hermana Herce, de quien el dios Mercurio se había enamorado, quiso cerrar la puerta de la casa a Mercurio, quien la convirtió en una pálida estatua.
La cara de la envidia es un rostro pálido, como confiesa tener Guido del Duca, noble florentino que encuentran más adelante. Guido dice que la envidia puede llevar a la ira y a la venganza. Ha mutado la naturaleza de los hombres, quienes como embrujados por Circe, ya no son hombres y mujeres virtuosos, sino cerdos.
Dante encuentra también ejemplos positivos. Oye a Jesús que dice: “Ama a los que te han hecho daño”. María enfrenta la escasez con la fe, cuando dice: “No tenemos vino” en las bodas de Canaán. En lugar de envidiar a otros, María confía en la providencia de Dios, que les multiplica el mejor vino. Luego Dante oye una voz que dice sin parar: “¡Soy Orestes!”, recordando la ira y envidia de Orestes que lo llevó a la venganza contra su madre, y la amistad sincera de su cuñado Pílades.
Dante, Marco (otro amigo) y Virgilio reflexionan sobre la importancia de poner tus deseos en el bien supremo que es el amor de Dios. A diferencia de la riqueza terrenal, que se reduce cuando se comparte, el amor de Dios se multiplica mientras más gente lo posee porque se refleja como espejo. La envidia se cura no teniendo lo que el otro tiene, ni con la venganza hacia los que te despojaron, sino buscando tu propia felicidad con fe en el bien infinito que es el amor de Dios.
Nicaragua patria cuyo sol ilumina a ricos y pobres. Los marxistas por envidia destronaron a “la burguesía” pero se convirtieron en ricos, dejando al pueblo en la pobreza sin la soñada “revolución”. El pueblo sigue en desigualdad, injusticia y despojo. Tal vez deberíamos buscar el amor de Dios para que el vino, el pan y los peces estén en boca de todos. El autor es ingeniero.
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