Fernando Bárcenas
Hace 37 años, a 300 metros de la ermita del río Boca de Piedra, en Zinica, al anochecer del 7 de noviembre de 1976, mientras se precipita una lluvia torrencial, resulta herido Carlos Fonseca, en el muslo derecho. Tiene el fémur partido a la altura del trocánter mayor, por un tiro 30-06 de fusil automático Browning. Un juez de mesta había alertado a una patrulla de la Guardia, compuesta de 15 hombres, de la súbita presencia guerrillera en la zona. Tienden de inmediato una emboscada desde una colina, que sorprende a Fonseca cuando va con dos compañeros por una hondonada, en la cual, como un torrente de vida cae espumosa el agua fresca de una quebrada. Recibe el disparo al momento que separa con sus manos una alambrada, para adentrarse en un camino abierto naturalmente entre la maleza, sendero que baja lentamente de Yaoska rumbo noreste.
Al amanecer del 8 de noviembre, un guardia desciende a la hondonada, sigiloso. Avista al hombre agonizante apoyado de espaldas al barranco, que ha pasado la noche retándoles a que vengan por él, desangrándose como una quebrada. Luego, desde prudente distancia apunta, y lo remata con un tiro de Garand en la sien izquierda. La muerte, en cuatro centésimas de segundo, a casi tres veces la velocidad del sonido, dentro de una bala azulada alcanza a Carlos, símbolo mítico de la rebelión nacional.
Carlos, en junio de 1974, ha sido destituido de la dirección del Frente Sandinista, en una reunión en la finca El Panamá, en Jinotepe. Ingresa a Nicaragua, bajo la presión de los dirigentes internos en pugna, que se niegan a reconocer el mando de quienes se encuentren fuera del país, en octubre de 1975.
El sandinismo ha logrado afirmar su base social en el estudiantado y, ahora, ante la defensa estratégica, o ante la acumulación de fuerzas en silencio, que sigue a cada golpe significativo de la Guardia, surge el espíritu crítico por primera vez. Se forman tendencias en una organización prevalentemente militar, que carece de definición estratégica propia.
Carlos se integra a la montaña en marzo de 1976, para fortalecer su cuestionado liderazgo. Pasa seis meses en el mismo campamento de San José de las Vallas (a 9 km de Waslala, rumbo suroeste), sin las medidas de protección requeridas (la mínima de ellas, no permanecer más de tres días en el mismo sitio, mientras no exista una zona liberada). Hasta que viene ligeramente herido en una pierna, por un ataque sorpresivo de la Guardia a finales de septiembre. Carlos, miope en extremo, no tiene la menor aptitud física para la guerrilla rural, ni la experiencia militar para tomar decisiones tácticas en la lucha irregular. Sin embargo, contradictoriamente, es la voz con más mando en la guerrilla.
Dos horas antes de la emboscada, en el campamento El Varillal, en una decisión imprudente, había despedido, en misiones logísticas, a los baqueanos que todavía hubieran podido conducirle a la reunión prevista desde el mes de septiembre, montaña adentro, hacia Sofana, en la ribera del río Iyás, para discutir con todas las tendencias la reunificación del sandinismo (razón aparente de su incursión temeraria en la zona de la guerrilla rural).
Al leer sus últimos escritos, Notas sobre el papel de la montaña y algunos otros temas, redactado el 8 de octubre de 1976 (un mes antes de su muerte), es obvio que los argumentos de Carlos se gestan con un método de pensamiento dogmático en torno a la montaña, inadecuado para reunificar al sandinismo, que se ha diferenciado con cierto alcance estratégico en un plano cualitativo más avanzado.
Las ideas de Fonseca, similares a las del movimiento Naródnik, lo llevarán, por coherencia ética, a cumplir con su propio destino trágico y, a su vez, en aquellas circunstancias, cerrarán un ciclo para su propia tendencia GPP (que, en 1977, abandona la montaña). Los terceristas estarán más aptos a encabezar la rebelión popular que se desencadena con el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal el 10 de enero de 1978. Insurrección, que enterrará para siempre las ideas de Fonseca.
No obstante, su figura tiene el mérito histórico de haber formado una estructura de cuadros profesionales que luchan con valor contra la dictadura. Plataforma indispensable, ante la nueva realidad del orteguismo absolutista, para formar, ahora, un partido con un programa de cambios revolucionarios, que centralice con eficacia la lucha creciente de las masas trabajadoras contra Ortega. El autor es ingeniero eléctrico.