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El peso de la angustia

Joaquín Absalón Pastora

La terquedad fue de largometraje. El hilo se rompió cuando el daño fue irreparable. MPeso incurrió en una reflexión tardía que no alivia el suspenso, la tensión causada por el fracaso tácito de no responder a las expectativas de los usuarios del transporte colectivo, todos situados en el multitudinario sector de la pobreza. Ni un vaho de piedad cayó sobre la acera donde la necesidad se pone en fila con una aspiración sencilla, pero que aquí es zozobra: ocupar el asiento en un bus que los llevará a la meta cotidiana de estar en el trabajo. Con qué avidez se quiere cumplir con el requisito de marcar el reloj en la hora acordada. También ejerce una función vital el transporte colectivo cuando las madres llevan a sus niños a la escuela o cuando está planteada la urgencia de llegar al hospital. Son muchas las motivaciones —por las cuales se recurre a la vía más expedita para la clase menos favorecida— en este mundo de estrellas y de estrellados.

El mecanismo que ayer era más barato por el valor del boleto y la facilidad de pagarlo sufre una drástica evaporación, se ha convertido —el mal está latente— en el tránsito a un calvario lleno de cruces. Antes los recipientes se llenaban de monedas de valor irrefutable. Ahora por ahí mismo se pasa una tarjeta cuyo legítimo precio ronda en la incertidumbre. Lo peor es que la maniobra inútil de pagar con ellas se convierte en un pretexto feliz para el revendedor que las adquiere a precio de taquilla original pero que luego las hace estallar por el doble del precio. El fenómeno se sigue viendo. Nadie lo denuncia por temor porque el gesto leonino le resuelve el problema en el acto. Este colmo de inaudita corrupción huele a sangre. Es el mismo mercado que rueda en las calles cuando el Policía se dispone a multar. Ya el reventador no solo especula en las boleterías de los teatros o de los estadios. Pero que eso ocurra en el mismo sitio donde circula una lágrima, ya eso tiene la anchura atroz de un crimen. Ya eso indica que el costo varía negativamente por la especulación o porque técnicamente persiste el equívoco con el saldo correcto. La pobreza no ha dejado de morderse entre ella misma con la resolución de permitir el cuarenta por ciento de permiso para pagar en efectivo y el resto de hacerlo con el nebuloso recurso plástico. Y se muerde entre ella misma. Lo afirmo porque he sido testigo presencial de esta maniobra que suponía había desaparecido con la decisión salomónica, siendo ese usufructo lo que me motivó a escribir este artículo cuando son pocos los que condenan la implementación como si el problema se hubiera resuelto. En esa misma —reciente ocasión— vi cómo un anciano, bastón en manos, era devuelto porque se equivocó de bus, condenado a esperar otro: ninguna excepción para la mengua física. Los periodistas que antes tenían como fuentes permanentes a las paradas, se han corrido del drama creyendo que este no existe cuando lo que hay es un pelado paliativo.

Teóricamente la modalidad sonaba apetitosa y fácil. Pero cuánta diferencia hay entre el júbilo de la teoría y la crudeza de la realidad. El tiempo —un verdugo en silencio— se encargó de mostrar la realidad… El autor es periodista

Opinión Angustia MPeso archivo

COMENTARIOS

  1. Martin Gallegos
    Hace 10 años

    Cuánta más humillación soportaran los pobres Nicaragüenses, no pueden olvidarse del problema del transporte, ahora que para distraer la atención de este problema, lanzan las reformas constitucionales, todo es un juego en donde los títeres seguimos siendo los pobres. Es hora de protestar y hacerlo con decisión e hidalguía.

  2. Juan Perez el Incredulo
    Hace 10 años

    No es que el regimen condena el CAPITALISMO SALVAJE. No es esta una muestra ?

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