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En el país existen organizados unos 50,000 trabajadores por cuenta propia, de los cuales 17,000 están en Managua. LA PRENSA/ ARCHIVO

El reino informal

Grethel Ramírez Santos comienza a trabajar los martes sin salir de su casa. Ese día, por teléfono, levanta el pedido de nacatamales entre sus clientes repartidos en un par de empresas capitalinas y unas cuantas casas en barrios de clase alta.

 

 

[doap_box title=”Depresión, conflicto y explotación” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

El sociólogo Mario Argüello de la Universidad Politécnica, Upoli, considera que el “mercado informal es una alternativa y está en todos los niveles. Está aquel que vende su trabajo en las consultorías hasta el que está en la calle para sobrevivir”.

Argüello cree que la informalidad también genera “formas ocultas de explotación” y pone como ejemplo el tráfico de influencias y las coimas que existe en el mundo de las consultorías, donde muchas veces para conseguir que las adjudiquen hay que transar antes una coima.

Al intentar perfilar al empleado informal, Argüello cree que es alguien concentrado en el día a día, con pocas posibilidades de acceder a créditos y préstamos, pero también poco interesado en invertir en su formación por su misma precariedad económica.

En la informalidad también es común el pluriempleo, gente que por la mañana vende una cosa y por la tarde otra. Incluso hay quienes venden productos solo por temporadas como las banderas en las fiestas patrias o las flores de plástico para el día de las madres en mayo.

La siquiatra Gioconda Cajina sitúa algunas implicaciones síquicas como la depresión, que es bastante común entre muchos informales, pero también reconoce que es un sector donde hay mucha creatividad. Cajina cree que el informal vive sometido a un reto constante y por eso salta de negocios o genera nuevas ideas. Una de las tendencias de la informalidad.

La siquiatra explica que hay un sector de informales crecen y desarrolla la “autoconfianza de que no va a morir “en la calle”.

“Cuando me educan desde pequeño en la calle, y no me educan para obedecer es difícil ajustarse al ambiente opresivo de algunos trabajos”.

Y cree que el trabajo por cuenta propia “a veces es mejor remunerado que el trabajo asalariado”.

[/doap_box][doap_box title=”Perder y perder” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

La agricultura, el comercio del menudeo, los servicios y el trabajo domésticos, son los sectores económicos que sobresalen como pequeños nidos de la informalidad, según plantea el economista Adolfo Acevedo en su documento “El predominio del empleo informal en Nicaragua y sus implicaciones”.

Los trabajos desempeñados no requieren mucha calificación, en consecuencia los salarios son bajos y la productividad también.

José Adán Aguerri, presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada, COSEP, ha dicho que una de los retos económicos es formalizar la informalidad del país.

“El INSS es hoy una especie de club selecto en donde solo estamos aproximadamente el 20 por ciento de los nicaragüenses que conformamos la Población Económicamente Activa (PEA). Cuando hablamos de una solución definitiva no perdamos de vista que hay un 80 por ciento de los nicaragüenses en la PEA que no pertenecen a este club y que son parte de la economía informal o están desempleados”, en un artículo de opinión que publicó en La Prensa a comienzos de octubre.

[/doap_box][doap_box title=”Vida informal” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Se estima que el 70 por ciento de los nicaragüenses viven de la economía informal. En ese mundo la regla es que no hay reglas. Se improvisan oficios, negocios, servicios. Hay quienes venden fritanga en las aceras de sus casas, trabajan como cadetes en caponeras, taxis y buses, abundan los ayudantes de albañilería, cocina, mecánicas y las meseras en bares y restaurantes. Se vale todo a la hora de ganarse el pan. No hay horarios, no hay jefes muchas veces, pero tampoco hay aguinaldo, salario, vacaciones, tampoco cotizaciones a la seguridad social. Entre los informales, muchos de ellos sin estudios, solo existe la premura de sobrevivir.

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Grethel Ramírez vende nacatamales a 30 córdobas,  pero también ha vendido artículos de catálogos. Es de las que creen que se gana mejor con las cosas que uno mismo hace.  LA PRENSA/ A. MORALES

Amalia Morales

Grethel Ramírez Santos comienza a trabajar los martes sin salir de su casa. Ese día, por teléfono, levanta el pedido de nacatamales entre sus clientes repartidos en un par de empresas capitalinas y unas cuantas casas en barrios de clase alta.

El miércoles, Grethel y Marcela, la mayor de sus tres hijas, van al mercado Oriental a comprar maíz, hojas de plátano, naranjas agrias y verduras necesarias para hacer unos cien nacatamales, que es más o menos lo que le encargan.

Por la tarde, nesquiza el maíz. La carne la compra aparte, en un lugar con registro sanitario. “Por seguridad para mí y mis clientes”, dice esta mujer menuda, de 35 años, que parece hermana de sus hijas.

El jueves empieza temprano la preparación de la masa del platillo típico. “Desde las siete de la mañana tengo que tener ya lista la pana con el maíz ya reventado”. Tras cinco horas de fuego resulta una olla de nacatamales a un lado de la entrada de una casa en Villa Bulgaria, donde viven Grethel con sus tres hijas y otros tres hermanos con sus respectivas familias.

“Ya tengo cuatro años de vender nacatamales”, dice sentada delante del enorme perol que expele ese olor imperdible del nacatamal. Grethel es una más de esos poco más de dos millones de nicaragüenses que trabajan en el mercado informal. Es gente en edad de trabajar –Población Económicamente Activa, (PEA)– que no goza de los beneficios de un empleo formal: contrato, salario fijo, prestaciones sociales. Tampoco cotiza a la Seguridad Social.

Informes de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, y estadísticas del Banco Central de Nicaragua estiman que tres de cada cuatro en este país transitan en ese mundo vasto de la informalidad en el que prima la necesidad y el ingenio.

Hace cuatro años, el marido de Grethel, Víctor, fue despedido. Lo liquidaron con cinco mil pesos. Ella cree que tenía derecho a más, pero por un préstamo que hizo al final le salieron con eso. Grethel repartía su tiempo entre los quehaceres de la casa, el cuido de las tres hijas y el segundo intento por estudiar una carrera universitaria en la UPOLI (Universidad Politécnica). La universidad fue lo primero que abandonó. Luego le entró la comezón por hacer y vender alguna cosa. Pensó en sopas pero una vecina ya lo hacía y le iba mal, así que mejor no. Intentó con los helados y refrescos naturales. Aprovechaba las frutas de temporaba. La venta iba viento en popa hasta que el recibo de luz se elevó tanto que dejó de ser rentable.

Un día vio que solo quedaban mil pesos de los cinco mil. El marido dormía mucho, estaba deprimido, después supieron que era diabético. Algo había que hacer. “¿Qué hago Víctor, qué hago?”, le preguntó con aflicción. “Ya sé, nacatamales”.

Verónica Rodríguez es bachiller y mesera.  LA PRENSA/ A. MORALES

FRANKENSTEIN LABORAL

La informalidad es versátil. Caben todos los oficios, los servicios y el comercio. Hay desde quienes se ganan la vida como cadetes de taxis, buses y caponeras, ayudantes de cocina, albañilería, cocineras de bares, fritangas y restaurantes, meseras, empleadas domésticas, recicladores, ayudantes de albañilería y albañil, pulperos, panaderos, carpinteros, zapateros, cambistas, artesanos, mandaderos, mensajeros, despachadores, repartidores, vigilantes y vendedores de cualquier cosa.

El mercado Oriental, por donde pasan a diario unas cien mil personas, es quizá la plaza mayor del empleo informal. Allí también se abastece gran parte de esa economía informal que como un pulpo extiende sus tentáculos por calles de barrios y por miles de pequeños negocios en el resto del país.

La casa de Verónica Rodríguez Benavides es un reducto de informales.

Su papá, un hombre de unos setenta años, va diario al Oriental a comprar “chucherías” como meneítos, caramelos, chicles, para surtir el canasto de su esposa, una mujer de sesenta años que, desde hace 20, vende en las afueras del colegio Modesto Armijo en la colonia Unidad de Propósito.

Mientras sus papás atienden la venta del colegio y su hermano busca anuncios para una radio, Verónica cocina, limpia, lava, alista a su hijo de 13 años que estudia en el colegio Ramírez Goyena. Por las noches, Verónica es mesera en un bar. Consiguió ese trabajo hace mes y medio después de seis meses de estar sin empleo. Iba en un bus cuando vio el letrero: “Se necesita mesera”. Pensó en bajarse pero llevaba a su hijo al centro de salud en La Morazán. Lo diagnosticaron como un caso de “alarma de dengue” y lo hospitalizaron en el Vélez Paiz.

Estuvo siete días en el hospital. “No creo que ahora que salga siga allí el rótulo”, se dijo. Pensó mal. Cuando salió, el letrero seguía allí. La entrevistaron y se quedó. El oficio de mesera, que ha ejercido en muchos otros lugares, dice que lo ha aprendido “a la cara de barro”. El nuevo trabajo le gusta, porque puede estudiar los domingos. “Me siento bien allí. Si no me corren me quedo”, dice esta mujer de cejas depiladas y pelo teñido rojizo. En el bar gana 150 córdobas por noche. Pero a veces, con lo que le dejan los clientes de propina dobla ese pago.

En el campo se estima que el 86 por ciento de los trabajadores del campo se encuentran en la informalidad.   LA PRENSA/ ARCHIVO

EDUCACIÓN PARA MEJORAR

El mercado laboral es un suelo movedizo, un animal que no se está quieto nunca. Muchos de los formales viven a un paso de atravesar la línea y pasarse al lado de los informales, y al revés. Muchos que andan en la informalidad terminan volviendo a la formalidad. Eso depende de factores como la suerte y los contactos, pero también de la educación. La siquiatra Gioconda Cajina aconseja invertir en la medida de lo posible en una “capacitación constante”.

Verónica, que se bachilleró en el Ramírez Goyena en 1998, y se ha reencontrado con muchos excompañeros profesionales, también espera que los estudios la saquen de esa vorágine laboral que a veces la deprime. Cuenta que hace poco terminó un curso de operadora en computación y hace un par de meses comenzó otra carrera técnica de cajera. Paga 200 córdobas al mes de colegiatura. “Mi idea es hallar un trabajo de cajera en algún supermercado. Tener un horario diferente”, dice Verónica quien entre sus múltiples trabajos pasó por Denis Sport, Hamburloca y la Zona Franca, en este último fue el último donde cotizó por un tiempo breve.

En el caso de Grethel dice que le gustaría volver a estudiar, pero ahora sus esperanzas son sus hijas. Marcela, la mayor, está terminando segundo año de Marketing y Publicidad en la Universidad Centroamericana, UCA, donde estudia con una beca deportiva mientras que sus otras dos hijas recién aprobaron tercer año de secundaria y cuarto grado de primaria. Con su esposo, que ahora está embarcado en una empresa de cruceros fuera del país, quieren montar un negocio propio más adelante. Están ahorrando para eso.

EL PROPIO PATRÓN

“Yo le digo a mis hijos que aprendan algo para ser sus propios jefes”. Las palabras de Juan suenan a un lema de vida, a una consigna de guerra. Juan es uno de los 14 hombres que se pasean con abultados canguros en la cintura y que exhiben fajos de billetes como abanicos, en la zona del Pinolero Delivery, llamado así por un negocio que existió hace unos años. Por seguridad pide que no se le hagan fotos. Tampoco dice el apellido. “Póngame Juan nada más”. Este hombre que suda a chorros debajo de la manga larga, alguna vez fue un trabajador formal. En una ebanistería. Tenía un horario de lunes a sábado. “Sábados a mediodía a las tres de la tarde”, bromea con la trampa del horario. Se hartó de ganar poco y de esas jornadas prolongadas. Un día fue a cambiar cinco dólares y le llamó la atención el negocio. Irrumpió en el mundo de los cambistas con 50 dólares. Ahora, en el punto donde está cambia 1,500 dólares en un día malo, y en uno bueno cinco mil. “Por cada dólar me ganó 10 centavos, a veces 25 si me lo compran bien”, explica. Además, en el mismo lugar es propietario de un quiosco donde vende gaseosas, chicles, agua, galletas, entre otros. Este lunes se ganó 400 pesos. En su casa, a unas cuadras de allí, instaló una pulpería que manejan su esposa y sus hijos.

—¿Qué ventajas hay en trabajar así?

El horario. Que gano un poquito más.

—¿Y si se enferma?

Voy donde el sanador.

—¿Cuál sanador?

El que murió en la cruz por nosotros. (Ríe)

—¿Su esposa trabaja?

Trabaja en la casa en la minitienda.

—¿Se ha arrepentido alguna vez de trabajar así?

No, porque gracias a Dios salí de donde estaba. No me gusta tener jefe. Ya no lo aguanto.

— ¿Y qué va a hacer después de los 60 años?

Tengo mi venta. Mi venta va a ser mi jubilación.

 

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Reportajes OIT trabajo informal archivo

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COMENTARIOS

  1. Sandy Curz Arauz
    Hace 10 años

    Los informales no solo están trabajando dentro de Nicaragua acá en costa rica existe un gran mercado de nicaragüenses que trabajan de forma informal ya que las empresas exigen documentos en regla

  2. Loren pero no Sophie
    Hace 10 años

    Aca en USA se les llama entrepreneurs.. cuando haces una maestria hay un curso de entrenerurship ( como manejar tu propio negocios) y es una catedra completa en la cual debes hacer un projecto. No es algo de tomar a risa. Las grandes empresas del mundo comenzaron muchas asi por una persona que tuvo una idea, y la puso en practica. Todo trabajo honesto es honrado. Lo importante es hacer aquello que te gusta no importa que.

  3. Robertina
    Hace 10 años

    Es el gobierno que tenemos acaso ?

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