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El ataque de las abejas

Ese día la suerte no estuvo de su lado. Quizá desde que despertó empezó a andar con el pie izquierdo o quebró un vidrio. O simplemente no era el momento de Maynor Valenzuela, fotógrafo de La Prensa. En la fría sala de redacción los periodistas ya teníamos asignadas nuestras tareas, pero un enjambre de abejas que habitaba en un comedor cercano cambió la agenda de la mañana. Así empezaba a manifestarse la mala suerte de Maynor, mi tocayo.

Por Maynor  Salazar

 

Ese día la suerte no estuvo de su lado. Quizá desde que despertó empezó a andar con el pie izquierdo o quebró un vidrio. O simplemente no era el momento de Maynor Valenzuela, fotógrafo de La Prensa. En la fría sala de redacción los periodistas ya teníamos asignadas nuestras tareas, pero un enjambre de abejas que habitaba en un comedor cercano cambió la agenda de la mañana. Así empezaba a manifestarse la mala suerte de Maynor, mi tocayo.

La noticia estaba, pues, a la vuelta de la esquina. El enjambre causaba conmoción entre los dueños del comedor y las personas que estaban en las cercanías, pues es ahí donde hacen parada varios buses de la capital.

Con la asignación en mente y la compañía de Maynor, quien estaba preparado para asumir riesgos (aunque ahora pienso que ni siquiera se imaginaba hacia adónde íbamos), caminé hasta la zona de las abejas.

—¡Aquí no veo nada! Creo que ya se acabó todo— le dije a mi tocayo.

—Seguro es más adelante— replicó Maynor.

Ahí comenzó la odisea. Una nube de abejas alborotadas, enojadas, y Dios sabe con qué otros sentimientos de por medio, atacaron al joven fotógrafo. A duras penas se defendía con su cámara, una mano y una mochila.

—¡Quitátelas, comenzá a correr, corré! Eso es lo que podés hacer!— le grité a Maynor. Y él seguía mis orientaciones al pie de la letra, como un soldado que recibe la orden de su superior. La batalla que libraba con las abejas no era apta para niños, ancianos ni mujeres embarazadas. Lo digo porque cualquiera podría salir mal librado de la situación.

Y la lucha continuó. Corrimos hasta un aparcamiento. Maynor, palmo a palmo con las abejas; yo detrás de él. Agotado de tanto agitar sus manos, parecía que desistiría ante los piquetes de los insectos. Y en un desesperado intento de ayudarlo, me quité la camisa para espantar a las atacantes, pero lo único que logré fue enfurecerlas más.

En lugar de salir despavoridas, apuntaron con sus aguijones hacia mí. Entonces seguí mi propio consejo: corrí.

Agitaba la camisa como un loco en plena calle. Todos observaban desde los buses, carros, taxis y hasta desde sus centros de labores. Finalmente, mi compañero logró librarse de sus perseguidoras, pero yo seguí corriendo, temiendo por mi piel, por un piquete y por un ojo inflamado. Recordé aquella película de Tom Hanks y en mi mente solo escuchaba a Jenny decir “Corre Maynor, corre”.

Y corrí y corrí hasta alejarme casi cuatro cuadras del sitio donde se quedó mi tocayo. Me detuve y revisé mi camisa. No había abeja alguna en ella ni a mi alrededor, tampoco piquetes. Solo sudor.

Maynor, mientras tanto, se ahumaba en el parqueo. Allí, unos guardas de seguridad le afirmaron que el humo ahuyentaba a las abejas y que su gran error fue agitar las manos, correr y golpear a los insectos. “Eso las pone más furiosas, uno debe estar tranquilo”.

Sin embargo, del dicho al hecho, hay muchos piquetes. Una cosa es dar consejos y otra muy distinta es aplicarlos mientras miles de abejas se abalanzan sobre uno.

Ya lo dije, ese día mi colega no amaneció con suerte. Aunque yo enfurecí a las abejas al intentar espantarlas con mi camiseta, ellas eligieron tomar venganza contra Maynor.

Pasado el peligro, lo encontré envuelto en una nube de humo, cansado y con un ojo inflamado. Le recomendé ir a un hospital, pero él se resistió y, en un impresionante gesto de profesionalismo (digo yo), me dijo: “Dame la cámara, me lograron sacar una del pelo y le voy a hacer fotos… Maldita abeja”. Y clic, clic, empezó a fotografiar el cuerpo de su agresora.

Le dije que estaba loco, que lo mejor era irnos y que él buscara un hospital. Pero lo hizo hasta que logró su ansiada foto, una que al final no se publicó.

Camino a LA PRENSA llevaba cara de incredulidad. Y yo no sabía por qué hasta que agitó la cabeza y se desahogó: “Lo que yo no entiendo es que… si me picaron a mí, ¡cómo hijueputa no te picaron a vos!”.

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Sección Domingo Abejas ataque Valenzuela archivo

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