A Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy
I
Érase una linda niña, dientes de leche
y carita sucia, que no paraba de soñar.
Querido Niño Dios: aunque el hambre
llega diario, tal vez la podamos engañar
si me traés una pelota, la blusita y el pincel.
Dale, pipe, dale, por ahora no te pido más.
II
El buen Francisco, ese romano encantador,
advierte que toda plegaria interesada
es grave oportunismo a la vista del Señor.
¿Tiene algo que ver con nosotras, mamá?
¡No lo creo! Agotadas estamos de rezar.
Seguro que muy pronto Él te escuchará.
III
De repente una fantasía decembrina susurró:
¡Hola, andariega de mercados y avenidas
entre ferrosas arboledas de colochos
y encendidos nacimientos a granel!
¿Viste el rótulo gigante en la vieja Catedral?
“Dejad que los niños vengan a mí”.
IV
¿Por qué tendría yo que visitarlo a Él
si anda huraño y casi ni me vuelve a ver?
No, mi chavalita, la cosa es al revés.
¿Observaste que después de Nochebuena
—vigilia triste y sin comer— el Cristo de la rotonda
bajó sus brazos de puro enfado y malestar?
V
En un recodo del centro comercial,
el mendigo sin familia ni Belén
se arrastraba de la mano de María
bajo el rocío de nubes desgajadas
con ojeras celestiales heridas de dolor.
Era el día que el Señor amaneció de mal humor
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