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Campesinos de comunidades recónditas de Jinotega llegaron hasta Ayapal para orar por sus muertos y limpiar su imagen ante un pueblo que los acusó de satánicos tras la matanza del 4 de diciembre. LA PRENSA/ J. TORRES

Sangre y fe en Ayapal

Los cantos evangélicos y las guitarras de la romería que se han apoderado —y a su paso ha ido amortiguando el miedo— de la calle principal de Ayapal, desde hace más o menos una hora, se apagan por un momento.

 

 

 

 

Amalia Morales

 

I. UNA MARCHA SANTA

 

Los cantos evangélicos y las guitarras de la romería que se han apoderado —y a su paso ha ido amortiguando el miedo— de la calle principal de Ayapal, desde hace más o menos una hora, se apagan por un momento.

 

“¿Dónde fue que cayeron nuestros hermanos?” “Queremos saber ¿dónde cayó cada uno de los nuestros?” Un hombre flaco y moreno pregunta con los brazos abiertos con el ímpetu de una pedrada. Está en medio de un gentío compuesto por niños, mujeres, hombres y ancianos que han venido desde lejos para saber dónde cayeron seis de los diez hombres que murieron en la balacera del 4 de diciembre que puso a Ayapal en la portada de los diarios.

 

Las mujeres y niñas de esta prole campesina llevan el pelo recogido en trenzas y colas. Su vestimenta es muy sencilla: faldas largas, con paletones, por debajo del ojo del pie, y chinelas. Algunas van descalzas. Casi todas traen los pies grises del fango que se les ha colado al atravesar las honduras de caminos y las márgenes arenosas de los ríos. El Ayapal es el último de los tres ríos por el que pasan con las chinelas en la mano y el agua a la cintura y rodillas. Los hombres y los niños esquivan el lodo en los pies con las botas de hule. Huelen a un sudor acumulado en días de sol. Traen pocas pertenencias. Algunos cargan mochilas en los hombros y focos en los bolsillos traseros de la ropa. Hay mujeres con niños de meses en los brazos. Vienen desde lejos. De comunidades remotas como Saupí, Silanplanta y Parparcito, que están a dos y tres días de camino a pie hasta Ayapal. Han venido para hacer una “marcha santa”, dice Adrián Almendárez, un hombre setentón que tiene más arrugas que años. Este hombre de nariz chata y ojos rasgados es el líder de la secta que se denomina Iglesia de Cristo del Evangelio Genuino, que según dice, se desmembró hace menos de un año de la conocida iglesia Mensaje de Restauración.

 

Los que marchan, unos 400 quizás, llevan las manos alzadas con cuadernos de los mensajes del predicador estadounidense William Marrion Branham, que la mayoría no sabe leer. Se ven algunos ejemplares de la Santa Biblia.

 

Caminan. Sus gargantas resecas truenan en coro: “Mira que te mando que seas valiente, no temas ni desmayes pueblo de Dios/ porque Jehová mi Dios estará conmigo, por donde vaya yo iré con él/ Los israelitas dieron siete vueltas alrededor de Jericó/ Gloria a Dios gritamos/ cayeron los muros de incredulidad” .

 

Este canto, en el que parece dejar su último aliento, es su arma. Saben que la gente de Ayapal los ha esperado con miedo. Y ellos también han venido con miedo. “Nuestra arma es la palabra de Dios”, dice uno de ellos minutos antes de emprender la marcha.

 

Por temor, la gente de Ayapal ha colgado trapos blancos, como símbolo de paz, en los aleros de sus casas y negocios. Martín Vásquez, alcalde auxiliar de este pueblo que es jurisdicción de San José de Bocay, orientó al comercio cerrar desde el lunes. También se suspendieron las clases.

 

“No vayan a Ayapal que vienen los William Bran. Dicen que están ya por el empalme de Kantayawas”, avisa un hombre desde un camión IFA que va en marcha de vuelta a San José de Bocay, la cabecera municipal, ese mismo lunes.

 

Y este martes 17 de diciembre, cuando la peregrinación entra a Ayapal, una microrregión de Jinotega, la medida sigue vigente.

 

Tanto miedo hay que al amanecer de este martes, mientras una comisión de paz se dirigía al sector de Nueva Alianza, camino a la comunidad Kantayawas, a unos tres kilómetros de Ayapal, para reunirse con los campesinos religiosos que acamparon allí la noche anterior, y saber si en efecto vienen en “son de paz” como han mandado a decir en una carta, una barata se suelta por las calles de Ayapal para abonar al pánico.

 

El perifoneo aconseja a la gente no abrir las casas, colgar la bandera blanca y advierte sobre la posibilidad de un “gran” derramamiento de sangre. Tanto es así, explican por los parlantes, que el Ejército y la Policía han traído refuerzos desde Jinotega y Managua. Es verdad. Había “más que refuerzos”, dirá horas más tarde el comisionado Denis Castro, segundo jefe departamental de la Policía de Jinotega. El que habla por la barata —según reconocen los pobladores—, es el pastor de la iglesia Montes de Sion, una de las denominaciones religiosas con presencia en Ayapal, donde más del 80 por ciento de la población se declara evangélica.

 

Cuando el comisionado Castro se enteró del mensaje transmitido por la barata, montó en cólera. Castro que, desde muy oscuro estaba al otro lado del río esperando los resultados de la comisión de paz reunida con los líderes religiosos, sabía que eso podía entorpecer el acercamiento y perturbar la tranquilidad que se quería garantizar a la marcha campesina que, recelosa de militares y policías, estaba por entrar a un inquieto Ayapal, que primero perdió la paz desde el 4 de diciembre, y ahora el sueño, pero que sin saberlo, estaba a punto de recuperar las dos cosas.

 

En el centro, Adrián Almendárez, líder del grupo religioso que  fue acusado de violento tras la masacre del 4 de diciembre. LA PRENSA/ J. TORRES

II. LA MATANZA QUE DA “GLORIA A DIOS Y MUERTE AL DIABLO”

 

Ayapal es un puerto de montaña que nace en la juntura de los ríos Ayapal y Bocay, a unos 300 kilómetros de Managua. Está a un paso de la reserva de Bosawas y su territorio es tan vasto que pega con Wiwilí, Waslala y Siuna. El comisionado Denis Castro, quien anda por la zona, se refiere a este territorio como la “microrregión de Ayapal”.

 

Según estimaciones de Martín Vásquez, el alcalde auxiliar, en ese territorio están esparcidas unas 36,000 almas. Solo en el pueblo, viven unas 5,000 personas. En este lugar, el único suceso trágico que se recuerda ocurrió al otro lado del río: en Turuwás hace 31 años. Allí cayó un helicóptero con 75 niños. La versión oficial es que el aparato fue tumbado por un misil de la Contra, pero según recopilaciones que ha hecho el pastor Manuel Palacio, el aparato cayó por desperfectos mecánicos. También se ha dicho que por sobrepeso. A estas alturas no se halla ningún pariente de esos muertos en el caserío.

 

Los rubros económicos de la microrregión son varios: desde la producción de granos básicos hasta el destace de cerdos. En el caserío tiene fuerza el comercio, que está en manos de negociantes de Matagalpa, Estelí y Managua.

 

Desde muy temprano se abren las cortinas metálicas de abarroterías, ferreterías y tiendas de ropa y zapato en el sector de la boca de Ayapal. También hay negocios de productos veterinarios, agropecuarios, barberías. En los corredores de las casas se cuelgan, a primera hora, los cadáveres de cerdos recién destazados.

 

Se estima que unos 500 cerdos se compran y venden por semana. En pipantes de madera largos y estrechos como fideos se traslada la gente y su carga. Algunos traen chanchos amarrados. A veces los animales se ahogan por el calor, y son sacrificados y desangrados allí, al pie del río. Luego hay que correr y vender con urgencia esa carne fresca.

 

Por este puerto, que se repobló en los años noventa luego que acabó oficialmente la guerra, entra y sale gente del campo que llega a vender lo que saca de la tierra: café, maíz, cacao, frijoles. Allí mismo compran ropa, zapatos, jabón y azúcar, botas de hule.

 

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  • “La población de la microrregión de Ayapal estaba tensa, producto de una información volátil, equivocada, esa fue la bola de nieve… pero ellos venían con cánticos y alabanzas, no escuché ni una frase satánica ni ofensiva, ni de rechazo a las autoridades. Fue todo lo contrario”.
  • Denis Castro, comisionado y segundo jefe departamental de la Policía de Jinotega.

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  • “Creo que con la venida aquí se fueron más tranquilos. Ellos creían que el Ejército iba a entrar y a acabar con ellos. Había información equivocada de ambos lados”.
  • Emiliano Almendárez, enlace entre la Comisión de Paz y los campesinos de las comunidades religiosas.

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En este teatro ocurrió la tragedia del miércoles 4 de diciembre, después de mediodía. Guillermo Rizo, vendedor de productos veterinarios, había visto pasar al grupo. Eran varios. Unos 12, dicen. Andaban a pie. No tenían nada raro. Llamaron la atención hasta que empezaron a meter cosas en sacos y llevárselas sin pagar. Entonces, los comerciantes llamaron a la Policía que acudió de inmediato. Variedades Axel es una tienda que hace honor a su nombre, y en ella hay un abanico de artículos, entre ellos útiles deportivos.

 

A su propietario Sergio Araúz, quien declina hablar con LA PRENSA por las habladurías que días después comenzaron a circular en el pueblo, le propinaron un par de batazos en la cabeza y en el brazo derecho. Todavía tiene puntadas y morados alrededor de su ojo izquierdo y hay vendas en su brazos derecho.

 

Su tienda fue apuntada por la Policía como el lugar donde comenzó la trifulca entre policías, que trataron de impedir el saqueo, y los campesinos que se armaron con lo que hallaron: bates, garrotes, martillos. “Andaban endemoniados”, fue como describieron varios pobladores a los campesinos que venían inermes, según varios testigos, pero terminaron quitando siete armas de fuego a la Policía y mataron a cuatro de sus miembros, tres de ellos voluntarios, uno profesional.

 

Dos de los policías fueron reducidos a golpes y rematados a tiros.

 

“Gloria a Dios, le vamos ganando al Diablo”, oían gritar a los campesinos en medio de la balacera. “Andaban con la mente descontrolada”, dijo al día siguiente de los hechos el alcalde auxiliar, y también agregó que el atentado lo había provocado una “secta religiosa” que funcionaba en comunidades remotas sin personería jurídica. Se descartó así que se tratara de grupos rearmados o delincuenciales que operan en la zona.

 

El grupo de campesinos “endemoniados” fue repelido por una patrulla del Ejército que reforzó a los policías. A unos pasos de la entrada del comedor de Cándida Rosa Rivera, donde se apeñuscó un gentío desesperado buscando refugio en medio del fuego, fueron ultimados dos de los campesinos.

 

Los otros ocho cadáveres quedaron regados en la calle y en la entrada de algunas tiendas.

 

Rivera vio cruzarse el río a otros dos de los atacantes. Iban heridos, y uno de ellos portaba un fusil AK. Otros sobrevivientes habrían huido al otro lado del río.

 

“Don Diego era un viejito bien conocido y querido en el pueblo”, dice Maricela Rivera, del comedor que está al comienzo de la boca, donde arriman las pangas.

 

Juan Diego Chavarría fue uno de los policías voluntarios fallecidos en el tiroteo. Los otros fueron Alexis López, Jorge Vásquez, también voluntarios y el suboficial Marvin Vílchez López. Los tres primeros fueron llevados a sus comunidades y el suboficial fue enterrado en Jinotega al día siguiente.

 

Los cadáveres de los campesinos fueron reconocidos por Emiliano Almendárez, un lisiado de guerra en los ochenta, actual vendedor de Eskimo en Ayapal, y pariente de varios de los muertos.

 

Almendárez reconoció a sus tres parientes. A Efraín, Enoc e Ismael Almendarez. Dos eran hermanos y el otro hijo de uno de ellos..

 

A Pastor Chavarría, otro de los muertos, lo reconoció Darling Herrera, una hija que no veía al padre desde hace ocho años. Herrera dijo que no conocía a su hermano Eric, quien murió junto a su padre. El otro fallecido fue Abel Ramírez Tinoco, de 40 años, originario de la comunidad de Montecristo.

 

Los seis cadáveres, a los que no se les practicó autopsia, fueron sepultados por la noche un día después de los sucesos. Fue un sepelio seco. Sin lágrimas. Los cuerpos, que ya empezaban a descomponerse dentro del plástico negro, fueron apilados en una fosa común en el cementerio de Ayapal, un barrizal donde los pies se hunden apenas llovizna.

 

La procesión enseñaba cuadernos con los mensajes del predicador estadounidense William Branham.   LA PRENSA/ J. TORRES

III. LA BOLA DE NIEVE

 

Desde antes del entierro, en las horas posteriores a la tragedia, el pueblo cundió en pánico, y paralelo comenzaron a tejerse toda clase de historias sobre la secta religiosa. Una de las más suaves que circuló, y que intentaba explicar la reacción de los campesinos “saqueadores”, era que la secta los animaba a despojarse de sus bienes y pertenencias y esperar el juicio final. Al ver que nada pasaba no les quedaba más remedio que ir a robar armados de garrotes. Otros, ya sin nada, se quedaban en champas alrededor del templo.

 

También se dijo que en sus cultos hacían sacrificios de niños y que con la sangre pintaban los templos. Se dijo que se desnudaban en los iglesias y garroteaban a los que no profesaban su credo. Otra de la bolas que circuló era que habían quemado a una mujer con sus hijos en una comunidad. Y una de las ficciones más encendidas era que en Saupí iban a sacrificar a 40 niños en la cima de un cerro y que con su sangre iban a pintar un templo.

 

“Se han dicho un montón de cosas falsas. No hay pruebas de nada. Nos han puesto como satánicos y no somos nada de eso”, dijo José Feliciano Almendárez, uno de los marchantes.

 

En realidad lo que hay en esas comunidades es muy poca presencia estatal. No hay escuelas, o las hay pero sin maestros. Y tampoco médicos.

 

En Parparcito, por ejemplo, de donde eran tres de los muertos, no hay clases desde hace dos años. Un buen día los caminos amanecieron peor de lo que siempre fueron y los maestros dejaron de llegar. “A los niños les costaba mucho llegar hasta la escuela. El río crece y hay mucho fango. Como los niños no iban, los maestros se fueron”, resume José Tinoco, un hombre originario de Estelí pero que lleva 40 años metido en la profundidad de las montañas jinoteganas. Tinoco es uno de los que practica la sanación con sus manos.

 

“Nos curamos con la palabra de Dios. Ya no usamos pastillas. Hace poco un hubo un ataque de viruela entre los niños y se les puso la mano y se curaron”, explicó Tinoco.

 

Sin embargo, el martes 17 de diciembre, la gente de Ayapal ignora estos testimonios y hasta antes de la llegada de la “marcha santa”, cuando menos, estaba esperando la pasada del Diablo. Temiendo lo peor.

 

Mujeres de  comunidades rurales de Saupí, Silanplanta y Parparcito.  LA PRENSA/ J. TORRES
El acceso a la estación policial fue restringido el día de la procesión.  LA PRENSA/ J. TORRES

IV. LA MONTAÑA DIFÍCIL

 

Mercedes Duarte y Mauricio Sequeira enseñan donde quedaron los cuerpos inertes de los campesinos. “Yo voy a hacer la oración aquí y el hermano la oración allá, y después cantamos un himno sublime”, dice el hombre flaco que tiene la cabeza a medio blanquear por las canas.

 

“Se fue de la mano de Dios/ De su palabra viva/ Todo es posible, solo es creer/ Todo es posible solo es creer”. Suena el coro telón de fondo de las oraciones.

 

El culto itinerante acaba en el cementerio. La gente de Ayapal que ha ido perdiendo el miedo se suma a la procesión. Algunas filman el acto con la cámara de sus celulares. Vásquez, el representante de la Alcaldía, es uno de esos.

 

La esposa de Guillermo Rizo llora al ver a las mujeres demacradas por el desvelo, que chinean tiernos mientras cantan.

 

Norlan Sequeira, propietario de una pensión, dirá después que fue un espectáculo triste y conmovedor. “Esa gente fue muy educada y respetuosa”.

 

En el cementerio, el guía vuelve a orar y a agradecer. “Gracias Señor esperamos que en el día de la resurrección levantes estos cuerpos, que no queden aquí, que ellos se levanten, que sean perdonados. Ayúdanos Señor. Ayúdanos Padre para que el amor y la paz permanezcan”.

 

Minutos antes, varios de los líderes han dicho que también ellos están confundidos con los sucesos trágicos del 4 de diciembre. No entienden y no saben muy bien qué pasó. Se insiste en que no eran ladrones. Y Adrián Almendárez recuerda que él le había dado a uno de sus hijos cuatro quintales de café para que los vendiera.

 

“Pero si ellos fallaron, recibieron su castigo”, afirman sin dudar los guías espirituales de esta denominación.

 

“Toda esta gente que está aquí acompañándome, no usa una pastilla, ya no usa una inyección. Solamente la palabra y la oración… Entonces Dios nos está respaldando, porque si no cómo viviéramos en esa montaña, una montaña tan difícil para vivir… Estas cosas suceden para pruebas. Ya Dios nos había mostrado que estas pruebas iban a venir. Esperamos que se sientan conformes los de Ayapal, que no piensen que vamos a seguir en esta guerra, que los vamos a venir a atacar. A nosotros no nos pertenece eso. Confiamos en Dios y esperamos que ustedes también se sientan bien y no quieran vengarse cuando vengamos a comprar alguna cosita, para que tengamos paz y amor. ¿Están contentos?” “Síiiii”, contesta en coro la muchedumbre que los rodea. Es el fin de la “marcha santa” y de la zozobra.

 

Minutos antes, el comisionado Castro, quien ha sido uno de los artífices de la seguridad de la marcha y que considera los hechos del cuatro como un suceso aislado, les garantizó comida y transporte para volver a sus comunidades. Los peregrinos extenuados, aceptan. Muchos emprenden el retorno esa misma tarde en medio de una llovizna a la que está acostumbrada Ayapal, donde hay más días de lluvia que de sol.

 

Algunos peregrinos se quedan arrimados en las aceras, esperando el nuevo día para irse en pipantes por el río. Esa tarde el pueblo recobra su ánimo.

 

El eco de los cantos evangélicos se desvanece lentamente.

 

Los pocos negocios nocturnos se abren con sus luces verdes de Navidad. Las cantinas que están más allá de la calle principal, y los billares, vuelven a verse habitados. Ahora se oyen bachatas de Romeo Santos y rancheras de Vicente Fernández.

 

Ayapal ha vuelto a estar en paz.

 

 

 

 

 
 

 

 

 

 

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COMENTARIOS

  1. Melida potosme
    Hace 10 años

    Este dramatico relato es un retrato de la tirania orteguista en contra de los mas humildes, en contra de los que profesan la fe Cristiana y depues de este genocidio, el soberbio gobernante y su enfatuada mujer afirman que son delincuentes, que desgracia tener que soportar sin alzar mas que los brazos desarmados y los cantos para los asesinados por las huestes salvajes del orteguismo.

  2. Juan Cardoza
    Hace 10 años

    Pienso que todo esto ha sido obra del Analfabetismo y el Grado de Educación y Valores a estas personas, se soluciona con escuelas primarias con un alto grado de calidad en la educación y con otras religiones como la Iglesia Católica que meta mano en el asunto, no veamos este problema como algo político

  3. matagalpino-jinotegano
    Hace 10 años

    La religión es una fantasía confortable para la inmadurez del hombre dirijo Simond Freud! Pero en Ayapal ha sido invadida por muchas sectas que se atribuyen ser la genuina la del evangelio perfecto: evangélicos, pentecoste, mormones, menonitas y últimamente hombres de negocios, quienes sus lideres o gurus les lavan el cerebro a los seguidores. Los manipulados actúan como sombis en un estado irracional y emocional que se consideran sobre naturales. Los propietarios de negocio no son angelito

  4. mfb
    Hace 10 años

    es increible cm en nuestros tiempos se margine a personas porque vienen personas que en su ignoracia han sido manipulados y perdieron el sentido de la convivencia en sociedad, son cosas que no deberian pasar. Donde esta la policia o el ejercito? que lleguen y por ultimo que militaricen la zona cm lo hicieron x mucho tiempo en rancho grande creo q asi al menos los pobladores estarian ams tranquilos/seguros.

  5. francisco matute
    Hace 10 años

    Son gente humilde y aunque usted no lo crea Dios ha escuchado su queja y su lamento al final eso es lo que cuenta. Que ha hecho ested con sus estudios ? ha quitado al sinvergüenza de ortega? aunque usted no lo crea esas albanza han sido escuchadas Dios no esta sordo pero es paciente pero cuando se enoje usted vera su gloria y caera en sus rodillas

  6. Por un Cambio de Sistema
    Hace 10 años

    No hay dudas que la manipulación religiosa es un hecho tan antiguo como las mismas religiones. El oscurantismo distorsiona las mentes débiles y de ello se aprovechan los vivianes, líderes y “profetas”. Diferentes sociedades han sido sus víctimas (oscurantismo católico, fanatismos musulmán, evangélico, budista, hindú, etc). Sin embargo es de recordar al gobierno que Carlos Fonseca les orientó: “…y también enséñenles a leer…” No sólo cambiar a hombres en el poder.

  7. Andrés Antonio H
    Hace 10 años

    segun los sandinistas les llamaron delicuentes a los 10 campesinos que llegaron “enloquecidos” les quitaron las armas a los guardias de la PS, se volaron 5 de ellos, se imaginan que toda esa MASA de personas (foto) se tomaran una ciudad, con palos y garrotes a como llegaron los campesinos que fueron asesinados por la PS, ya me imagino los chorros que dejarian en las calles los blis eps y los brabucones antimotines sandinistas, hasta dijeron que heran las GUERRILLAS de la CGN FDN 3.80

  8. La Matagalpa
    Hace 10 años

    La realidad es que experimento una gran tristeza, leer este tipo de reportajes sobre la penosa situación de los mas humildes de mi pueblo, sin saber leer ni escribir que es el arma mas poderosa que puede tener un ser humano, reducidos a un sistema de vida de tiempos de recolección de frutos, caza y pesca, donde cualquier tipejo se aprovecha de ellos hablándoles de Dios, y los someten en base a la esperanza. Aquí todos se aprovechan de estos humildes, hasta el periodista con su reportaje!!!!

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