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La “relación especial”

Joaquín Roy

En el vocabulario de las relaciones internacionales existe un consenso bastante generalizado que la relación entre Estados Unidos y Reino Unido es “especial”. Esto justifica el análisis y la predicción consistentes en que a pesar de desacuerdos pasajeros, Londres y Washington terminan por forjar una coalición a prueba de todas las dificultades. Esta convicción, que raramente se cuestiona y cuya invalidez es difícil de probar, se amplifica y adapta a otra “relación especial” que resulta sumamente útil para justificar en principio compromisos, coaliciones y alianzas, e incluso tratados explícitos, que uno se pregunta por qué no han sido sublimados con anterioridad.

Ese es el caso de la “relación muy especial” entre Estados Unidos y la Unión Europea. La carencia de un acuerdo concreto entre esas dos grandes entidades en un terreno que comparten de forma incuestionable (comercio e inversiones) debe haber estado en la mente de los dirigentes y expertos. De ahí el surgimiento del proyecto de “Partenariado Transatlántico para el Comercio y la Inversión” (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP)”.

Los datos son impresionantes. La relación económica entre Estados Unidos y Europa es la más sólida del planeta. En volumen, su importancia es impresionante, tanto en términos absolutos, como para cada una de las partes con respecto a la otra. Su intercambio comercial representa el 30 por ciento del total mundial, con un total que rebasó los 600 mil millones de dólares. El sector servicios abarca el 40 por ciento del trasvase mundial. En ambos terrenos, cada una de las partes es el proveedor más importante de la otra. En la ayuda exterior al desarrollo, su contribución dual llega al 80 por ciento de la mundial. Mientras la población conjunta de más de 800 millones (501 en Europa y 310 en Estados Unidos) solamente representa menos del 12 por ciento de la mundial, el porcentaje de PIB rebasa el 50 por ciento, casi a partes iguales (28 por ciento de la Unión Europa y 25 por ciento de Estados Unidos).

Por lo tanto, el proyecto es lógico. Lo que uno se debe preguntar es sobre la causa de la conveniencia de acometerlo ahora. La respuesta es que el mundo es ahora mucho más complicado. Los precedentes de anteriores experimentos pueden rastrearse a la formación del Espacio Económico Europeo entre los subbloques de la UE y los países que todavía estaban en la EFTA. Esto provocó el “contraataque del imperio” ya al final de la Guerra Fría con la ampliación del pacto de libre comercio entre Estados Unidos y Canadá para incluir a México en la construcción de NAFTA. El siguiente paso en esa lógica fue la puesta en marcha del Área de Libre Comercio de las Américas, fundada a bombo y platillo en Miami, en 1995. El proyecto fue descarrilado por la mala sintonía entre Washington y algunos países latinoamericanos de miras populistas, pero también por las reticencias de Brasil, que nunca quiso ser cola de ratón.

Ahora, se acomete un complemento de la estrategia de Estados Unidos de forjar tratos individuales con algunos países el hemisferio, en tándem con el acuerdo del Pacífico. Sin que lo reconozca en público, el gobierno norteamericano no se fía de la solidez de los tratos con Asia, entre países de tan diversas tradiciones, intereses e inclinaciones ideológicas. Con el TTIP, Washington y Bruselas se guardan las espaldas mutuamente, convencidos de que los enemigos nuevos son los componentes de las economías emergentes, de características tan variopintas como China, Rusia y el mismo Brasil (los llamados BRICS). Europa y Estados Unidos han descubierto lo mucho que comparten en su histórica “relación especial”.

En cualquier caso, una serie de detalles estructurales y perfiles coyunturales representarán obstáculos en la senda de las negociaciones. En primer lugar, habrá que prestar atención al calendario electoral en ambas orillas. El nuevo Parlamento Europeo puede presentar exigencias que hasta entonces los negociadores no pueden garantizar. Iniciar unas negociaciones no prevé su consecución, sujeta a los procedimientos internos de cada una de las partes. El Congreso de Estados Unidos tendrá la última palabra por parte norteamericana. El fantasma del proteccionismo se cierne a ambas orillas. El problema del espionaje norteamericano se entrometerá en la madeja comercial. La protección de datos personales se convertirá en una condición innegociable. El “enriquecimiento” artificial de alimentos al modo de Estados Unidos será rechazado en Europa. El terreno pantanoso de la desregulación se convertirá en un obstáculo para el progreso y cierre de los acuerdos. Finalmente, cabe preguntarse qué actitud tomarán otros actores externos que consideran que esta nueva alianza euroamericana es una amenaza para sus intereses.

El autor es catedrático ‘Jean Monnet’ y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.

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Opinión Joaquín Roy relaciones archivo
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