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¿Están bautizados tus hijos?

El Evangelio que escucharemos mañana nos narra el bautismo de Cristo, y nos refiere que mientras Jesús era bautizado “se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma y se dejó oír la voz del Padre que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

Pro. Mario Sandoval

El Evangelio que escucharemos mañana nos narra el bautismo de Cristo, y nos refiere que mientras Jesús era bautizado “se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma y se dejó oír la voz del Padre que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Es entonces cuando el Padre da ante el mundo ese maravilloso testimonio a favor de Cristo, ratifica solemnemente la condición divina de Jesús e inaugura con su sello la misión que su Hijo estaba para iniciar sobre la Tierra.

En algunas ocasiones —pocas, por fortuna— he escuchado decir a ciertas parejas: “A nuestro hijo no lo vamos a bautizar porque no queremos imponerle nada; mejor, cuando crezca, que él escoja qué religión quiere tener”. La verdad es que a mí me causan una grandísima pena quienes así piensan porque, además de reflejar la poca fe que ellos mismos tienen y su escasa formación religiosa, hacen ver con esos comentarios que no tienen ni idea de lo que es realmente el bautismo.

A lo mejor puede sonar esto un poco duro. Pero así es. Esos padres de familia no se dan cuenta de que, así como la vida es un don gratuito que se ofrece al hijo, sin condiciones, solo por amor, con el bautismo sucede algo bastante semejante. La fe es un inmenso regalo, un don de Dios de un valor incalculable, y los padres —si son de verdad cristianos— consideran que es la mejor herencia que pueden dar a sus hijos.

Cuentan que San Luis, rey de Francia, cuando alguno de sus hijos pequeños recibía el bautismo, lo estrechaba con inmensa alegría entre sus brazos y lo besaba con gran amor, diciéndole: “¡Querido hijo, hace un momento solo eras hijo mío, pero ahora eres también hijo de Dios!”. El apóstol San Juan se expresa así, con inmensa emoción: “Mirad qué gran amor nos ha mostrado el Padre para llamarnos hijos de Dios. ¡Y lo somos realmente!” (I Jn 3,2).

El bautismo es, pues, el sacramento por el que nacemos a la vida eterna y el que nos abre las puertas del cielo. El mismo Juan nos refiere en su Evangelio aquellas profundas palabras que dirigió Jesús a Nicodemo: “En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no podrá entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, es carne; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu” (Jn 3, 5-6).

Después de las hermosas fiestas navideñas que todos hemos podido pasar estos días en familia, hoy la Iglesia quiere celebrar con todos sus hijos la fiesta del bautismo del Señor. De esta forma, así como Cristo inició su vida pública con su bautismo, nosotros ahora iniciamos nuevamente la vida “ordinaria” recordando y reviviendo el bautismo del Señor.

Se cuenta que San Francisco Solano, siendo ya religioso franciscano, fue un día a visitar su pueblo natal de Montilla, en España. Y, entrando a la iglesia de Santiago, en donde había sido bautizado, se fue derecho a la pila bautismal, se arrodilló en el suelo con la frente apoyada sobre la piedra y rezó en voz alta el Credo para dar gracias a Dios por el don de su fe.

Gracias a Dios, también nosotros hemos recibido este don maravilloso. Pero, ¿cuántos de nosotros somos conscientes de este regalo tan extraordinario y nos acordamos de él con frecuencia para darle gracias al Señor, para renovar nuestra fe con el rezo del Credo y ratificar nuestro compromiso cristiano? Por el bautismo, todos los cristianos tenemos el deber de tender a la santidad y de ser auténticos apóstoles de Cristo en el mundo: con nuestra palabra, nuestro testimonio y nuestra acción. ¿Somos cristianos de verdad? ¿De vida y de obras, y no solo de nombre, de oficio, de cultura o tradición?

¡Ojalá que cada día vivamos más de acuerdo con nuestra condición de bautizados!

Religión y Fe bautizo Mario Sandoval archivo

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COMENTARIOS

  1. Facundo
    Hace 10 años

    Hechos 2:38: “Pedro les dijo: ‘Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.’” Parafraseando el versículo: “Arrepiéntanse todos ustedes, cada uno sea bautizado y todos Ustedes recibirán perdón.” No es el bautismo el que da perdón de pecados sino el arrepentimiento. Verá Usted, el arrepentimiento es una marca de la salvación ya que es dada por Dios (2 Ti 2:25) y se le es dada só

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