Amalia Morales
Por todo lo que recuerda a sus casi 110 años, la memoria de Héctor Gaitán, telegrafista, extrabajador del ferrocarril y habitante de la vieja estación de tren en Sabana Grande, es una mina para cualquier historiador.
Gaitán, que nació en Ocotal en 1904, es, probablemente, el único hombre vivo en el país que conoció al general Augusto C. Sandino, el héroe nacional antimperialista creador del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, asesinado en febrero de 1934 por Anastasio Somoza García.
Gaitán, es un hombre de cuatro dientes —como él mismo se describe— y plática, además de fluida, lúcida. Cuenta que conoció a Sandino en la mina de oro de San Albino. Sandino era mecánico y Gaitán mozo, aprendiz de telegrafista, “un chapiollo”, dice este señor que sobrevive en la antigua estación de tren de Sabana Grande, una vieja casona de paredes altas que se la ha comido el tiempo y el polvo.
Con Gaitán vive su última esposa, Nora Campos, a la que conoció cuando él frisaba los 50 años y ella rondaba los 18.
El cuarto anexo en el que están Héctor padre e hijo, con Nora, parece el último vagón de un tren inmerso en el presente desde el cual se abre una puerta trasera que permite ver el pasado añorado.
Con más de cincuenta años de casados, 10 hijos -él tiene seis más de sus matrimonios anteriores-, una treintena de nietos y unos cuantos bisnietos, Gaitán dice que Nora es su “ángel”, su “reina”, la persona que lo quiere y lo cuida.
Es también la mayor escucha de sus historias sobre Sandino, a quien conoció cuando era muy joven en las montañas segovianas.
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“Sandino fue despedido porque el americano que estaba ahí no le caía bien. Y él quería irse de allí”, detalla el telegrafista segoviano, quien recuerda que más tarde, cuando Sandino empezó a pelear contra los yanquis y se enmontañó, le prohibía a sus “soldados que fumaran de noche porque los gringos, mejor dicho los marinos podían mirar las brasas de los puros que estaban fumando”.
Gaitán habla acostado desde la cama de su habitación que tiene dos ventanas y dos puertas: una que da a la calle y otra al patio. Dice que ha estado con insomnio y pesadillas al mismo tiempo. Sin embargo, su semblante no es el de alguien somnoliento ni enfermo. Por la locuacidad y la energía con que habla parece más bien que está haciendo una pausa en sus quehaceres del día para recordar.
A su lado están doña Nora y su hijo menor, que también se llama Héctor Gaitán, quien describe otras facetas de su padre como la de músico -porque toca la guitarra, la flauta y la armónica y canta-, la de escritor de cartas barrocas que una de sus hijas está recopilando, y desde luego, la de maestro de telegrafistas.
RECUERDOS DEL TELEGRAFISTA
Por su oficio, Gaitán tuvo alguna cercanía con la esposa de Sandino, Blanca Aráuz, y sus hermanos que también eran telegrafistas. Su papá, don José Antonio, les había enseñado.
“Ella era guapísima… era de espíritu guerrillero también, pero no entró a la guerrilla”, explica el telegrafista, quien llegó a cubrir a Blanca Aráuz el día que se casó con Sandino, aquel mítico 18 de mayo evocado en una de las canciones de Luis Enrique Mejía Godoy.
“Llegaron los soldados y tiraron unos balazos como señal de alegría, con mucho miedo porque empezaban a llegar los americanos”, recuerda Gaitán, quien más que a Sandino estuvo ligado al general Miguel Ángel Ortez, general de brigada del ejército de Sandino.
De Ortez recuerda que era “un tipo”, alto, elegante, de una familia de San Fernando que tenía una hacienda que se llamaba El Arrayán, la que abandonó para unirse al pequeño ejército de Sandino.
Las imágenes orales de Gaitán son interrumpidas a veces por los estrepitosos motores de buses y camiones que transitan por donde hasta 1992 estuvieron los rieles del ferrocarril.
En el álbum de Gaitán hay una fotografía en la que aparece muy joven, con un arma en el cinto. Es una pistola calibre .45 que le regaló Ortez. Dice que se la dio a cambio de la carabina que lleva en uno de los hombros, sobre los que soportaba el peso del telégrafo. Ocupaban el aparato para interceptar los mensajes en clave de Morse que se enviaban los marines . Era una manera de espiar su movimiento. Dice que cuando se los hallaba, se hacía pasar por guardalínea.
En esos tiempos de insurgencia, el telégrafo también cumplió otros menesteres: ayudó a los intercambios amorosos entre Blanca Aráuz y el general de Hombres Libres.
Uno de los episodios más dolorosos para Gaitán fue la muerte del general Ortez en Palacagüina, a manos de un francotirador situado en un torreón, y también el milagro que ocurrió con un telegrafista hermano de Blanca Aráuz, que sobrevivió a las armas de los marinos.
Nora, que está a su lado todo el tiempo y lo escucha, también cuenta otra historia que el marido le ha contado varias veces: que los marines usaban las iglesias como cuarteles y que una vez salieron huyendo.
“De la iglesia de Ciudad Antigua”, aclara Gaitán que usa una boina para protegerse del frío matutino de los últimos días.
“La invasión alborotó un avispero que había en la iglesia y los soldados tuvieron que salir huyendo”, cuenta doña Nora mientras Gaitán esboza una sonrisa.
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