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Retratos de infancia

El escritor portugués António Lobo Antunes describe a su familia, amores y desamores, en el libro Sobre los ríos que van, escrito tras superar el cáncer en 2007

Amontona escritos a mano, borradores de su próxima novela. Antonio Lobo Antunes no trabaja con ordenador y su obra literaria está por encima de todo: “Si me dijesen que me daban cien años más de vida por mis libros, no aceptaría”, aseguró.

Tampoco tiene teléfono móvil ni acostumbra a salir mucho de casa.

Aprecia los olores del hogar, por eso adora escribir en la cocina, reminiscencia de su feliz infancia, periodo que evoca en su obra Sobolos Ríos que Vao (Sobre los ríos que van), recientemente publicada en España por la editorial Penguin Random House.

“No es un libro autobiográfico”, insiste el autor que escribió la novela cuando superó el cáncer en 2007. En la obra, el narrador evoca a sus padres, abuelos, amores y desamores en un estado de aturdimiento provocado por la anestesia y los medicamentos.

LEE 30 VECES LAS OBRAS

Lobo Antunes (Lisboa, 1942) lee compulsivamente las obras que adora, hasta 30 veces, como La Muerte de Ivan Ilitch (1886), del ruso Leo Tolstoi.

“Cada vez hay menos escritores. Es un problema para las editoriales tener buenos escritores. Estamos muy lejos del siglo XIX, cuando teníamos diez genios en Rusia, no sé cuántos en Francia, en Inglaterra, en todas partes. Si hoy encuentras cuatro o cinco buenos ya es bastante”, opina.

De hecho el estilo fragmentario de Lobo Antunes, caracterizado por la multiplicidad de personajes y la introspección contundente y densa de sus textos, está lejos de la fórmula efímera de los “best sellers” que dominan las estanterías de la mayoría de librerías.

El escritor, que antes fue psiquiatra en un céntrico hospital lisboeta, ve en el paso del tiempo el termómetro para saber si una obra es “buena o no”.

ATORMENTADO POR PROCESO CREATIVO

Recién distinguido en Italia con el galardón literario internacional Nonino 2014, Lobo Antunes dice que los premios carecen de significado especial para él porque no mejoran la obra.

Pero él sigue atormentado por el proceso creativo. “Y si se me secan las ideas ¿Qué hago yo si lo único que hago es escribir?”.

Esta angustia le acompaña desde que en los años ochenta pudo colgar la bata blanca de médico para vivir de la pluma.

“Cuando entrego un libro, me quedo dos, tres, cuatro o cinco meses esperando. Estoy vacío, tengo miedo, tengo mucho miedo”, expresa.

Lobo Antunes se obliga a escribir. Decide ponerse frente al papel en blanco. “El problema es quedarse delante de la página, una o dos horas, sin que nada venga hasta que viene una voz, que empieza a hablar”, relata.

Entonces brota la escritura gracias a esa “voz” que no sabe cómo viene exactamente. Sabe, eso sí, que tiene que “cerrar” una parte de su cabeza y abrir otra que suele estar “cerrada” y de la que, como en una especie de caja de Pandora benévola, “proceden los libros”.

“Me pregunto entonces, ¿quién es el autor del libro?, ¿eres tú? No es honesto que le pongas tu nombre. Es una voz la que te lo ha dictado”, explicó Lobo Antunes, quien no crea ni tramas ni personajes, apenas “voces”.

En el culo del mundo (1979), Conocimiento del infierno (1980), Manual de inquisidores (1996) o Yo he de amar a una piedra (2004), y sus célebres libros de crónicas, forman parte de las más de una veintena de obras del autor, a quien marcó profundamente la guerra colonial de Angola (1970-1973), en la que combatió como teniente médico en el Ejército portugués.

De la edición de sus propias obras le agota y aburre, ya que, se siente “un profesor de portugués” que corrige “cosas mal hechas”.

Cultura infancia Retratos archivo

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