Como todas las dictaduras totalitarias, el régimen chavista de Venezuela recurre a la represión brutal y sangrienta para tratar de impedir las protestas populares, que son motivadas por los innumerables e insoportables problemas causados por el mismo Gobierno, desde el racionamiento de alimentos y falta de papel hasta la ausencia de libertad y de derechos económicos y políticos.
El miércoles de esta semana, estudiantes que participaban en una manifestación opositora cívica en la ciudad de Caracas, fueron emboscados por paramilitares chavistas armados, dejando como saldo tres muertos y numerosos heridos. Uno de los fallecidos era miembro de los “colectivos populares” (como se denominan genéricamente los grupos de choque oficialistas), a quien al parecer sus mismos camaradas le dispararon por confusión o de manera deliberada, para justificar la subsiguiente represión gubernamental. Antes de la mortal emboscada, provocadores chavistas se habían infiltrado en la manifestación opositora para causar destrozos en propiedades públicas y atacar a la Policía, a fin de que esta reaccionara contra los manifestantes pacíficos.
Inmediatamente después de los sangrientos incidentes, el presidente Nicolás Maduro culpó al líder opositor, Leopoldo López, por la muerte de las tres personas y aseguró que lo mandaría a la cárcel. Acto seguido, una juez chavista, quien al parecer tenía preparada la orden de arresto desde antes de las manifestaciones, ordenó la detención del líder democrático para procesarlo por los supuestos delitos de asociación e instigación para delinquir, intimidación pública, daños a la propiedad pública, lesiones graves, homicidio y terrorismo.
Estas provocaciones son características de los regímenes absolutistas, fascistas y totalitarios de cualquier signo ideológico y tendencia política. En tiempos de la Rusia zarista, la temible policía secreta que se llamaba Ojrana (Departamento de Seguridad), se hizo famosa por sus infiltraciones en los grupos opositores y la realización de provocaciones criminales, para justificar la despiadada represión política del régimen autocrático. Cuando desapareció el zarismo, la dictadura bolchevique sustituyó a la Ojrana con la Checa, que después se llamó NKVD y finalmente KGB, la cual no solo copió sino que superó los procedimientos criminales de la policía política zarista. Y en la Alemania nazi, entre otras provocaciones extremas los partidarios de Hitler hicieron incendiar el Reichstag (edificio del Parlamento alemán), a fin de culpar a la oposición y tener pretexto para desencadenar una brutal represión contra sus adversarios políticos.
Sin embargo, todos esos sistemas totalitarios que parecían invencibles y pretendían ser eternos, terminaron derrocados. Unos duraron más que otros, pero todos fueron derribados o sucumbieron como resultado de sus propias contradicciones y podredumbre. Y así terminará también el fascismo chavista de Venezuela, ya sea por consecuencia de las manifestaciones cívicas continuas a las que han convocado los líderes más resueltos de la oposición, o mediante la estrategia de largo plazo que plantea el moderado Henrique Capriles. Del modo que sea, las leyes de la historia son ineludibles.
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