En Venezuela, el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición que lucha en las calles se acusan mutuamente de fascistas.
Pero, ¿quién dice la verdad? Dilucidar esto podría parecer un irrelevante ejercicio intelectual. Pero en una batalla política de tanta envergadura interna y significación exterior, como la que se está librando en Venezuela, es muy importante identificar claramente a los contendientes por lo que hacen y realmente son, no por lo que uno diga acerca del otro. Esto es clave para entender la naturaleza del agudo conflicto que está planteado en ese país suramericano.
Por su naturaleza, el fascismo es el mismo en todas partes donde existe o ha existido. Sin embargo, asume distintas modalidades según las peculiaridades de los países donde se impone como régimen de gobierno, o se desarrolla como movimiento político y social. Así, el fascismo alemán era diferente al fascismo “original”, italiano, pero en el fondo, por su contenido y sus formas ambos fueron igualmente brutales y criminales.
En mayo de 1927 el dictador italiano Benito Mussolini definió al fascismo como ente estatal y sistema de gobierno, con las palabras siguientes: “El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. Evidentemente, aquella definición del fascismo viene a ser lo mismo que el concepto actual de que el presidente es el pueblo y que este es el “pueblo presidente”. E igual que el de: “todo dentro de la revolución, fuera de la revolución nada”.
El mismo Mussolini también precisó cómo se practica la política fascista. En un discurso que pronunció en la Cámara de Diputados de Italia, el 3 de enero de 1925 el caudillo italiano proclamó: “¡Si el fascismo ha sido una asociación para delinquir, yo soy el jefe de esa asociación para delinquir!” Esto significa que tanto en la lucha por conquistar el poder, como en el gobierno, el fascismo utiliza métodos violentos, terroristas y criminales. Cuando lucha por conquistar el poder, el fascismo organiza y utiliza turbas de criminales armados que agreden a sus adversarios y aterrorizan a la población. Y cuando está en el poder, suprime las libertades y los derechos democráticos o los reduce a una mínima expresión; aplasta brutalmente a la oposición mediante el uso de las fuerzas represivas del Estado y el apoyo de turbas de paramilitares; fomenta el culto a la personalidad del caudillo o comandante; militariza el poder público y la sociedad; utiliza un discurso agresivo y difamatorio contra la oposición; provoca conflictos con países democráticos, sobre todo con los que ejercen liderazgo regional; centraliza los medios de comunicación y los convierte en instrumentos de su propaganda demagógica; suprime o restringe la libertad de prensa; se proclama líder de los pobres y los halaga con políticas populistas; construye obras de fachada para simular progreso nacional, etc.
El fascismo es enemigo jurado de la libertad y la democracia, como lo es el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. Los estudiantes y la oposición venezolana, en cambio, jamás podrían ser fascistas porque luchan precisamente para que en su patria vuelva a haber libertad, democracia y respeto a la dignidad humana.
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