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El cultivo de granos básicos, la ganadería, pero también la siembra de cultivos ilícitos están amenazando el corazón del bosque. LA PRENSA/ O. NAVARRETE

¡Ay Bosawas!

Se esconde. Una bufanda neblinosa tapa la cima del cerro Saslaya. “De la alambrada para allá, comienza el área núcleo”, advierte de pronto Miller Robleto, el baquiano, casi al final de la caminata que salió de El Hormiguero, el caserío que rodea la cintura del río Wina y que está a una hora, en carro, al oeste de Siuna. En el transcurso de tres horas y media se ha ido en pos de ese cerro que no se deja ver, pero que corona la cordillera de montañas azules que están al fondo, que marca un norte, una frontera y que es símbolo de la reserva de Bosawas.

 

 

Por Amalia morales

I parte

Se esconde. Una bufanda neblinosa tapa la cima del cerro Saslaya. “De la alambrada para allá, comienza el área núcleo”, advierte de pronto Miller Robleto, el baquiano, casi al final de la caminata que salió de El Hormiguero, el caserío que rodea la cintura del río Wina y que está a una hora, en carro, al oeste de Siuna. En el transcurso de tres horas y media se ha ido en pos de ese cerro que no se deja ver, pero que corona la cordillera de montañas azules que están al fondo, que marca un norte, una frontera y que es símbolo de la reserva de Bosawas.

Para llegar hasta aquí, todavía lejos de las faldas del Saslaya, a unos ocho o diez kilómetros, y arañar una pizca del corazón verde de Bosawas, el bosque más grande del país (que solo el área núcleo cuenta con unos ocho mil kilómetros de zona núcleo, el tamaño del lago Cocibolca, se supone) y el más amenazado de extinción, se transita primero por un paisaje que evoca más a una zona productiva que al de una selva espesa.

Se subió y bajó a pie por caminos fangosos que marcan cual puntos cafés de un mapa las lomas peladas y verdes, potenciales campos de golfs en los que se han ido encarnando como garrapatas ranchos de madera con techos de paja y zinc, caseríos de mujeres y hombres con niños descalzos, patios en los que abundan perros tostados de hambre, cerdos y gallinas, siembros de maíz y frijol en suelos empinados, vacas pastando, terneros bramando, incontables linderos de cercos de alambre, vestigios todos de esa avalancha humana que desde mediados de los noventa empezó a avanzar y devorar gran parte de esa naturaleza milenaria que había vivido en la reserva.

Desde que acabó la guerra, Bosawas se volvió una especie de tierra prometida para mucha gente. En menos de una década, por ejemplo, se duplicó la población en San Andrés de Bocay, uno de los ocho municipios que abarcan territorio de la reserva.

También es una tierra arrasada. En 23 años —entre 1987 y 2010— la reserva perdió 337,973 hectáreas de su área núcleo, según informes recientes.

Dos apuntes más: “Dos de las terceras partes de la deforestación nacional se registra en Bosawas”, según ha reconocido el Ministerio Agropecuario y Forestal (Magfor). No menos estremecedor fue lo que hace una semana restregaron en la capital, representantes del Gobierno Territorial Indígena (GTI) Mayangna Sauní Bu, protectores de la reserva: que tras los colonos ha llegado una ola de violencia, tráfico de madera y narcotráfico.

La cercanía de la alambrada que anunció Miller sugiere un cambio de clima. En segundos se piensa que se pasará de esta pantalla de huertas y potreros soleados a la montaña tupida y fresca, habitada por jaguares y víboras camufladas en los árboles, y montañas chorreando agua por todos sus poros.

Esa promesa pronto se desvanece. Al otro lado del cerca lo que hay es otra cosa. Tras la alambrada sarrosa de púas, que alguien instaló sobre un riachuelo transparente, lo más parecido a un jardín zen con agua -un lecho de piedras redondas y arena sobadas por una corriente de agua fresca y limpia- no comienza la zona verde como se podría creer que es el área núcleo de Bosawas, sino que comienza el “pedacito” de tierra que Ángela Manzanares y su marido compraron.

LA PARCELA DE ÁNGELA

“Este es mi pedacito. Aquí vivo con mi marido y mis hijos”, contesta Ángela Manzanares, una mujer que calza botas de hule y que viene sudada, tras caminar dos horas a pie desde El Hormiguero hasta aquí, donde dice que es su parcela.

—¿Hace cuánto vinieron aquí?

—Hace buen tiempo ya —dice Manzanares.

—¿Cómo vinieron a dar aquí?

—Rodando y rodando —contesta la mujer, quien carga en los hombros una mochila. Alrededor hay unos cuantos árboles tumbados y otros en pie y en medio andan unas vacas sueltas, comiendo hierba.

—¿Por qué se vinieron aquí?

—Buscando uno cómo mejorar, cómo tener algo, usted sabe cómo es la vida del pobre.

—¿Y es buena la tierra?

—Uuuhvé, aquí todo pega, lo que uno siembre da.

—¿Y de cuánto es su parcela?

—Un pedacito, como ochenta manzanas.

MANZANA DE BOSQUE A 100

Ángela Manzanares, quien ronda los 50 años, sabe que su parcela está dentro de la reserva, pero cree que sus plantíos no han tocado la reserva. Cultivan granos básicos para autoconsumo, no tanto para comercializarlos porque sacarlos de ahí es muy costoso y poco lo que se gana. Por ejemplo, el traslado de dos quintales de maíz en bestia hasta El Hormiguero, que es el caserío más cercano y un minipuerto de montaña para la gente que vive en este lado de la reserva cuesta 120 córdobas y el quintal lo venden, con suerte, a 150 pesos. Por eso, Manzanares dice que ahora se están defendiendo con las vacas. “Uno se ayuda un poco más con la leche y la cuajada”, dice esta mujer quien confiesa que esa “finca” la compraron a otro señor que se fue de ahí, pero no dice cuánto pagaron.

Hace poco mandaron a su hijo mayor a estudiar magisterio a Puerto Cabezas, y vendieron una vaca. Se la pagaron a 6,500 córdobas. “Barata, pero por necesidad se vendió. Había que alistar al muchacho”, dice.

De las familias consultadas en este tramo del área núcleo de Bosawas, ninguna recuerda el precio que pagó por esa tierra. Tras varias consultas se establece que el precio ha variado con los años. Ha ido desde los cien córdobas (por manzana) hasta los 8,000 y 20,000 pesos y mil dólares.

La lógica con el precio de la tierra en la reserva es la siguiente: entre más cerca del área de amortiguamiento cuesta más, se supone que es un terreno intervenido con algunas “mejoras” como cercos y potreros. Y la tierra más barata está adentro, en la selva virgen aún. En casi toda la reserva se conoce a los compradores de tierra, pero ¿quién es el vendedor?

[doap_box title=”El verde que se va” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

El 61 por ciento de la deforestación nacional ha ocurrido en Bosawas, según los datos que recoge el informe Análisis de las causas de la deforestación y avance de la Frontera Agrícola en las zonas de Amortiguamiento y Zona Núcleo de la Reserva de Biosfera de BOSAWAS-RAAN, elaborado por Marcial López en junio de 2012.

812,956 hectáreas de bosque constituyen el área núcleo de la reserva, según cita el mismo informe.

Fue declarada reserva de la Biosfera por la UNESCO (Organización de Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y la Cultura) en 1997.

En 2010 el gobierno creó el Batallón Ecológico, Beco, para resguardar la reserva, sin embargo, no ha parado la entrada masiva de colonos a la reserva que abarca municipios de la RAAN y Jinotega.

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Esta respuesta implica una telaraña de nombres que los lugareños no pronuncian por miedo, porque en los últimos años, por la tierra de la reserva ha corrido sangre. Pero en el tráfico de tierra, se sabe, están enredadas autoridades locales, regionales, nacionales y abogados y terratenientes que se dedican a parcelar, vender y a atraer colonos a Bosawas.

A unos diez minutos de la parcela de Ángela, más cerca de la montaña se distingue un triángulo de ranchos entre árboles frutales y un plantío de maíz. En uno de ellos vive la prole de Carmenza Pérez Díaz, originaria de Rancho Grande, municipio de Matagalpa que está a por lo menos nueve horas a pie y en bus. Pérez, de 50 años, llegó aquí hace unos diez años por la misma razón que Ángela Manzanares: buscando una tierra generosa. Y la halló. En este momento, poco más de mediodía, su marido anda trabajando en la huerta. En el rancho, con paredes hechas de caña, la acompañan tres nietos, dos hijos que acaban de volver, una hija y su yerno Jesús Morrás, un hombre de Waslala que llegó a esta parte hace más de una década.

“Aquí nos trajo la pobreza. La pobreza nos hizo venir hasta aquí a chambear”, dice Morrás, un flaco tostado, papá de tres. Dos de los hijos de Morrás, caminan diario una hora para llegar a la escuela que está en Aguasucia II, un caserío que queda más abajo, en zona de amortiguamiento.

LOS OJOS DE MERCEDES

La reserva de Bosawas, empotrada en ocho municipios de Jinotega y la RAAN (Región Autónoma del Atlántico Norte), es casi del tamaño de El Salvador (20,742 kilómetros). Abarca un territorio vasto: 11,860 kilómetros cuadrados de área de amortiguamiento y más ocho mil de zona núcleo, entre ambos suman poco más de 19,000 kilómetros cuadrados.

Mercedes Ruiz, maestro de El Hormiguero, ha visto algo de esa inmensidad de Bosawas que comenzó a subir al Saslaya, en 1992.

Ruiz, un defensor de Bosawas y crítico de la pasividad estatal frente a la suerte de la reserva, ha visto desde la empinada cumbre del cerro —1,650 metros— cómo se viene acabando el bosque en los últimos 22 años. Como hay menos dantos, venados, pájaros, como se ha trocado la montaña por potreros.

“Estaba tan solo esto, ni parecido ahora”, dice Ruiz, 62 años, mientras vuelve a ver hacia los cerros desde el corredor de su casa en El Hormiguero.

“Esa invasión de colonos se puso fuerte desde el 2000 para acá”, comenta Ruiz, quien coincide con otros pobladores que para 1998 ya habían familias “carrilando” en la reserva. En los diarios hay registros de conflictos desde mediados de los noventa entre indígenas y mestizos cuando aún no era reserva de Biosfera.

Ruiz dice que antes que primero llegaron los madereros a arrancar los árboles de caoba y cedro real. “Bururum, bururum se oían aquellos camiones que salían hasta el ñoño de madera. En Waní había un puesto, en Mulukukú otro puesto y en Waslala otro. Se fueron hasta que descremaron el bosque. Aquí en La Pimienta todavía quedan buenos árboles de cedro, pero están en lugares incómodos que si los botan se van a desbaratar en la caída”, explica Mercedes quien calcula que hay más de mil familias asentadas por ese sector en Bosawas.

Cada vez que el maestro vuelve a subir descubre nuevos claros y nuevos potreros en los alrededores del Saslaya. Este hombre, que está a punto de jubilarse, recuerda que allí nacen las cabeceras de muchos y grandes ríos del país como El Tuma, el Bocay y el Waspuk, estos últimos dos dan el nombre a la reserva.

“Uhhh, eran pero puños de familia, venían en los buses de Siuna con perros, pollos, calderos, hachas y machetes. Santo Dios, van para allá”, decía Ruiz cuando los veía venir.

Y no han dejado de llegar. Ruiz recuerda que un hombre de Matagalpa ha carrilado (trazado límites) en unas 800 manzanas.

“Vino aquí (El Hormiguero) y le dijo a uno ‘andá cuidame la finca y te voy a regalar 50 manzanas…’ allí los ganaderos te bajan 30 y 50 manzanas. Y eso el gobierno ¿no lo sabé?”, pregunta el maestro.

¿Y EL BECO?

Hasta hace unas semanas en El Hormiguero hubo un retén del Batallón Ecológico (Beco) del Ejército de Nicaragua, que se formó en 2011 para proteger la reserva. Pero un buen día levantaron campo y se largaron, según dijeron algunos vecinos de El Hormiguero.

Durante un recorrido por la zona Suroeste de la reserva y del parque nacional Saslaya, a mediados de febrero, en la carretera entre Siuna y Waslala, no se encuentra ningún puesto del Beco. Algunos pobladores comentan que los han visto, que a veces llegan a patrullar.

LA PRENSA consultó a la oficina de relaciones públicas del Ejército sobre el trabajo del Beco, pero no obtuvo respuesta.

Del Beco nadie sabe en Waswalito, un caserío que está a unas tres horas de Siuna, sobre la trocha que va a Waslala.

Waswalito es un mini puerto de montaña pero también una esquina por la que decenas de mestizos entran sin obstáculos a la zona núcleo. Tras recorrer una abra de unos ocho kilómetros, a pie o en bestia, y se llega hasta El Toro, un cerro vecino del Saslaya.

“Ahí son puras fincas, inmensas extensiones de potrero”, advierte Juan Martínez, guardabosque voluntario de El Hormiguero.

“Viene gente del Pacífico, de Chinandega y León, pero también del Norte, Estelí, Quilalí, incluso del propio Matagalpa. Algunas familias vienen con sus maletas. Traen las bestias en camiones y de aquí los llevan hasta allá dos y tres horas a pie. Allí no hay luz. Son unos vallecitos pequeños con muchas fincas”, describe Carlos Castillo, vecino de Waswalito.

Los retenes del Beco suelen estar en poblados como Siuna, Ayapal y Mulukukú. Las autoridades suponen que los colonos entran por las vías y trochas principales. Un periodista de Rosita cuenta que suele haber tercia entre la Policía y el Ejército. “A veces el Beco se opone a que entre la gente que viene en los camiones, pero luego llega la Policía y los deja pasar. Se van a terminar matando”, dice el comunicador.

OTRO ÁRBOL CAE

En el último rancho que hay en Los Castaños, la primera rebanada de Bosawas entrando por El Hormiguero, está Rosa Hernández con tres de sus nueve hijos y su concuña recién llegada. Solo hay mujeres en esta casa. Los hombres andan en la montaña, dice Hernández, 42 años, quien explica que ellos compraron la parcela de 11 manzanas a un hombre que se llama Miguel Vega, quien se largó a vivir a otra parte.

La mujer, que se ha avejentó después de nueve partos, explica que además de los cultivos han plantado aguacates, cítricos, cacao y maíz en la propiedad. El rancho donde viven también es de caña como el de su vecina Carmenza. Asegura que no cortan árboles. “Está prohibido cortar”, dice la mujer que a los pocos minutos de la plática se pone a amamantar a su hijo de año y medio. Este martes, los hombres de la casa andan en las laderas del cerro Pimienta buscando palos para montar un nuevo rancho para la familia recién llegada. Pronto habrá un nuevo rancho en Los Castaños. Así se ha ido poblando el corazón de Bosawas.

Mercedes Ruiz cree que unos cuántos, muy pocos sí, se han metido a la reserva por necesidad. A esos cree que Gobierno debería reubicarlos en otra tierra, porque si no se toma en serio la reserva, Ruiz cree que no habrá más Bosawas en 10 o 15 años.

El pronóstico del maestro, que sube dos veces al años al Saslaya, coincide con el de expertos en Managua.

Bosawas ha perdido 42,000 hectáreas de bosque por año, según el informe de Marcial López “análisis de las causas y la deforestación y avance de la frontera agrícola en las zonas de amortiguamiento y zona núcleo de la reserva de Biosfera de Bosawas- RAAN”, publicado en 2012.

La montaña azul se pone negruzca. El día empieza a morir. Por el camino de vuelta al El Hormiguero se escucha un run interminable dentro de los cerros. En la lejanía, ese sonido se puede confundir con el rugido que hacen los monos congos cuando el día se acaba.

Pero el ruido es por otra cosa. Miller, quien chapotea al caminar y parece llevar un río dentro de las botas de hule, confiesa que ha pasado muchas veces por aquí, pero no recuerda el nombre de estos cerros que custodian el Saslaya, ese pico alto que la mayor parte del día ha estado escondido debajo de un sombrero de bruma. Al final, como despedida se deja ver, quizás como recompensa por la caminata de 14 kilómetros, de ida y vuelta. “Ahora sí, ese sí es”, dice Miller esbozando una sonrisa que se opaca cuando desde lo profundo de la montaña se oye un estrépito similar al de un trueno. El desgarrador grito de la naturaleza se ahoga en ese paisaje de potreros y ganado silente. No se oye el estruendo hasta El Hormiguero. Casi nadie se entera que otro árbol ha caído esta tarde en Bosawas.

Reportajes Bosawas cerro Saslaya archivo

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COMENTARIOS

  1. elgavilansegoviano
    Hace 10 años

    ……Vamos aver a que, o a quien, le van a echar la culpa, cuando Todo se acabe………Pobre Nicaragua,…….

  2. Migue
    Hace 10 años

    Una maldición persigue a la Reserva de Biosfera más grande del país.
    La maldición se llama FSRN
    (Frente Sandinista de la robolución Nacional)
    Populistas oportunistas, arruinaron Nic. Cuba y Venezuela
    Países potencialmente ricos.

  3. leonel
    Hace 10 años

    Señor presidente Daniel Ortega no espere tanto tiempo para hacer algo por el pulmon de Centroamerica donde esta la supuesta Madre Tierra que tanto proclaman , usted tiene la solucion en sus manos decrete lo mas pronto la prohibicion total y absolutad de la tala de arboles en Bosawas, que este prohibido que empresas dedicadas a la tala de arboles se lucren de esta reserva, si es posible hay que cerrarlas que quede prohibido totalmente dar titulos en ese lugar vale mas la naturaleza que unos peso

  4. Bismarck
    Hace 10 años

    Un gobierno inútil que solo se preocupa por llenarse la bolsa de dinero a costilla de nuestros recursos naturales y de mantener una política de convencimiento al pueblo con promesas e ideales pegajosos con el fin de mantenerse en el poder, nos llevara a la ruina, Nicaragua esta estancada, los cambios no se miran, la ruina y la destrucción de nuestros recursos naturales es lo que esta quedando y es la herencia que nos dejara.

  5. murillo
    Hace 10 años

    tuve la dicha de caminar hace tres día por la reserva y la verdad da mucha lastima , y nuestras autoridades no hacer nada, creo que de reserva solo el nombre quedo.

  6. carlos mendoza
    Hace 10 años

    en base a esta problemática, urge trabajar de manera inmediata de parte de las instancias competentes, que al parecer se encuentran congeladas e inútiles ante esta situación que va avanzando aceleradamente frente a sus narices, no obstante el gobierno tiene que buscar una solución que responda al desalojo y a la reubicación de estos colonos, y brindar un monitoreo permanente , no obstante la agricultura y ganadería no son malas practicas si no la manera en q las realizan.

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