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Una madre con su hija herida espera para que la atiendan en el hospital Dar Al-Shifa de Alepo, norte de Siria, el 1 de octubre de 2012. El conflicto sirio lleva ya tres años asediando a la población, que vive en condiciones de penuria y hambre

Penurias y decadencia en Siria al cumplirse tres años de conflicto

Mientras la guerra parece eternizarse, se multiplican las imágenes sobrecogedoras de niños demacrados y miles de personas esperando desesperadamente ayuda.

Parte de la población se alimenta con comida para animales, algunos se contentan con cáscaras de frutas y verduras: la degradación de las condiciones de vida en Siria, en particular en las zonas sitiadas por el ejército, ha alcanzado una dimensión inimaginable hace tres años.

Mientras la guerra parece eternizarse, se multiplican las imágenes sobrecogedoras de niños demacrados y miles de personas esperando desesperadamente ayuda.

Yarmuk, Homs, Ghuta: estas ciudades o regiones se han convertido en sinónimos de miseria y penuria, en particular por el cerco impuesto por el régimen del presidente sirio, Bashar Al Asad.

El poder dice que de esta manera desalojará a los rebeldes, a los que califica de “terroristas”, pero tanto la ONU como la ONG Amnistía Internacional (AI) lo acusan de utilizar el hambre como “arma de guerra”.

Según un informe publicado el martes por UNICEF, un millón de niños se encuentran en zonas sitiadas o en otras de difícil acceso, mientras que unos 5,5 millones en total se han visto afectados por la guerra en Siria.

“Privados de ayuda, viviendo entre escombros y luchando para poder encontrar alimentos, numerosos niños sirios están sin la menor protección, ayuda médica o apoyo psicológico, y casi no tienen acceso a la educación”, según este informe.

La distribución de ayuda humanitaria está siendo bloqueada en las regiones rebeldes del noreste del país por grupos armados hostiles a las organizaciones internacionales, según el Programa Alimentario Mundial, que dice que al menos 500.000 personas no pueden recibir alimentos.

El campo de refugiados palestinos de Yarmuk, al sur de Damasco, era un barrio popular y comercial que contaba con 170.000 habitantes. A finales de diciembre de 2012 se convirtió en un campo de batalla y desde junio del año pasado está sometido a un cerco inhumano.

Unos 40.000 civiles palestinos y sirios viven allí en condiciones terribles: al menos el 60% sufre desnutrición, afirma AI, y al menos 120 personas murieron de hambre, según una ONG siria.

Imagen distribuida por la agencia ACNUR de la ONU que muestra a residentes del asediado campo palestino de refugiados de Yarmuk el 26 de febrero de 2014 en una distribución de comida en este lugar, al sur de Damasco

“En el léxico de la inhumanidad del Hombre hacia su prójimo se agrega ahora un nuevo término, Yarmuk”, explica a AFP Christopher Gunness, portavoz de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (ACNUR), que ha hecho circular una foto por todo el mundo que muestra a los habitantes de esa ciudad esperando alguna ayuda.

“La gente se ha visto obligada a comer alimentos para animales y las mujeres mueren al parir por falta de atención” médica, añade Gunness.

 'Insulto a nuestra dignidad' 

Para Sahar, una habitante del campo de 56 años de edad, “esta penuria es un insulto a nuestra dignidad”. Tanto para ella como para otros miles de civiles que cayeron en una especie de ratonera, una comida es un recuerdo lejano. “Hace algunos días, unos vecinos lograron entrar [al campo] berenjenas y arroz procedentes de Babbila”, una localidad ubicada a 5 kilometros del lugar, señala la mujer.

“Sentí que revivía”, aseguró enjugándose las lágrimas. “Casi hemos olvidado lo que quiere decir cocinar”.

Numerosos testimonios recogidos por AFP en Yarmuk y otras partes reflejan la situación de degradación en un país que antes era por completo autosuficiente. “La gente muere en sus casas y las ratas la devoran incluso antes de que los vecinos la encuentren”, explica Jassem, un militante en Yarmuk.

Una familia de refugiados sirios esperando recibir una ración de comida en un día muy frío en el campo de refugiados de Bab Al-Salam, en la frontera sirio-turca, el 9 de enero de 2013

“El kilogramo de harina pasó de costar 50 a 750 libras sirias [entre 0,30 y 5 dólares], el litro de diesel de 20 a 1.700 libras [entre 0,13 y 11 dólares], explica Tarek, un maestro en la región de Ghuta Oriental, considerada antes de ser sitiada como “el vergel de Damasco”, contactado vía Skype.

“Cavamos pozos como se hacía antes, pero el agua está muy contaminada”, continúa Tarek, que da clases en los sótanos por temor a los bombardeos, utilizando velas o linternas para alumbrarse.

En la sitiada ciudad de Homs, unos 1.500 civiles, al límite de sus fuerzas, fueron evacuados por la ONU en febrero.

A comienzos de marzo, la Comisión de Investigación de la ONU sobre la violación de los derechos humanos en Siria informó que “más de 250.000 personas se encuentran sitiadas” en el país y “tienen que elegir entre el hambre y la rendición” al ejército o a los combatientes rebeldes.

Esta cifra se añade a un balance humanitario terrible: más de 140.000 muertos, más de nueve millones de refugiados o desplazados, más de 2,2 millones de niños sin escolarizar y más del 50% de los hospitales del país destruidos o seriamente dañados.

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