Carlos R. Flores (*)
Acontece con frecuencia en ciertas empresas que todas las actividades son “para ayer”; todo es súper-urgente, el tiempo no alcanza para tantas tareas que se empujan unas contra otras.
El problema es que también de esa forma no se programan adecuadamente, sino que se insertan, se cuelan, se traslapan, desatando el caótico corre-corre sin fin. Se vive de fuego en fuego, apagando incendios como el bombero. Esta es una enfermedad organizacional.
Algunos lo llaman “trabajo bajo presión” y a veces hasta se enorgullecen de afirmarlo, cuando lo que se está dejando en claro es que quienes dirigen las actividades lo hacen irresponsablemente sin tener en cuenta el absolutamente insustituible valor de la Planificación.
¿Cuáles son sus efectos perversos?
Primero, que la organización entrará en un rito peligroso que si un trabajo no es urgente, entonces tampoco es importante.
Segundo, dejar de lado el valor planificación como un supuesto lujo o como algo que no es monitoreado todas las veces por los niveles superiores, hace que se abran las puertas a un percance o situación con consecuencias.
Tercero, la forma en que se gestionan las actividades “normaliza el error”, lo cual es frecuentemente considerado como otro costo ordinario de las actividades.
Cuando se analizan los mal llamados accidentes de trabajo, uno de los factores principales que surge como una de las variables explicatorias recurrentes es este síndrome, con la correspondiente denominación técnica, por ejemplo, excesiva prisa operacional o desmedido sentido de urgencia, etc.
Es obvio también que para la mayoría de las empresas el sentido de urgencia es un imperativo de negocios. Lo equivocado es creer que a costa de esa exigencia se deje de manejar adecuadamente los detalles claves, entonces tarde o temprano se enfrentarán situaciones lamentables, no solamente con pérdidas operacionales o de activos valiosos de la empresa, sino también bajo la figura de lesiones y otras situaciones potencialmente fatales.
Nuestra Ley 618, de Higiene y Seguridad del Trabajo, mandata que los accidentes laborales tienen que ser investigados determinando sus causas humanas, técnicas y administrativas, para lo cual una interpretación errónea típica es pensar que los actos inseguros solamente ocurren en el nivel de un operario, al cual muchas veces se le achacan las causas físicas de la ocurrencia de un percance con los trillados: “se distrajo”, “no tenía ojos en la tarea”, “no puso atención”, los cuales son solamente síntomas que la investigación no ha sido suficientemente profunda para determinar sus causas raíces verdaderas.
La organización del trabajo en forma inconveniente o riesgosa, los procesos que no son suficientemente verificados en su seguridad, la forma en que se monitorean las actividades, son también actos inseguros en el nivel administrativo, acaso generadores de mayores consecuencias que las simples acciones u omisiones en la actuación de un operario.
Es por eso que el “síndrome del bombero” debe ser identificado, tratado y en lo posible, erradicado, puesto que es un factor administrativo frecuentemente tolerado y promocionado por la alta dirección, lo cual llevará eventualmente a una situación irreversible.
(*) Consultor en Seguridad Industrial.
www.noalosaccidentes.wordpress.com
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