14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Yuri Gagarin: el Ícaro rojo

 

Armén Melik-Shajnazárov

 

Él nos llamó a todos al espacio. Neil Armstrong, cosmonauta estadounidense.

 

En todo país existen sus héroes nacionales: aquellas personas que llegaron a ser símbolos del Estado en diferentes períodos. El 12 de abril de 1961 el símbolo nuevo se elevó sobre el planeta Zemlyá (Tierra). Ascendió sobre todos los pueblos y nacionalidades, sin ser limitado por su pertenencia geográfica o racial, ni por la ideología de su país. Su nombre es Yuri Gagarin (9 de marzo de 1934-27 de marzo de 1968).

 

Fue el primer ciudadano del Universo, el primer hombre en el mundo que había traspasado el umbral de nuestra casa terrestre.

 

Con su traje color naranja y el casco blanco con las siglas CCCP (URSS), él salió volando al Universo, indicando la ruta a las estrellas a los que tuvieron la valentía de seguirlo.

 

Aquel fue el primer vuelo espacial en la primera nave cósmica pilotada, Vostok (Oriente). Gagarin sobrevoló nuestro planeta por una hora 48 minutos, en un aparato todavía imperfecto, sin garantías de sobrevivir y de conservar su salud mental. En ese entonces, nadie sabía qué podía pasar a un ser humano en el inhóspito espacio sideral. Ninguno de los especialistas que habían preparado este vuelo sabía cómo iba a terminar. Gagarin bien sabía que corría enormes riesgos. Sin embargo, participó, con una serena alegría tan propia de él, en la más grandiosa aventura —en el buen sentido de la palabra— del siglo XX.

 

En aquel entonces la aviación soviética no estaba en el mismo nivel de la estadounidense, y las relaciones entre las superpotencias distaban de ser armoniosas. La Guerra Fría podía calentarse en cualquier momento, y la URSS necesitaba un escudo protector. El espacio cósmico se convirtió en un área de contienda. Aquel que iba a llegar allí primero contaría con una ventaja importante. Así comenzó la carrera hacia el espacio.

 

En los años cincuenta la URSS lanzó varios satélites artificiales. El primero fue Spútnik 1, colocado en órbita el 4 de octubre de 1957. Lo siguieron varios cosmonautas caninos: Belka, Strelka, Zvyózdochka, etc. Muchos de ellos jamás volvieron a la Tierra, pero abrieron el camino para el género humano.

 

Uno de los satélites artificiales soviéticos, el Luná 3, logró fotografiar la cara oculta de la Luna que jamás podemos ver desde la Tierra. Esa foto impresionó muchísimo a Gagarin y despertó en el joven piloto el deseo de ser astronauta. Fue elegido primero entre más de tres mil, luego entre 20 y, al final, entre 6 candidatos.

 

Todavía no estaba fijada la fecha del lanzamiento de la primera nave espacial tripulada, pero ya fueron preparados tres variantes del eventual informe: “trágico”, en el caso de la muerte del cosmonauta; “SOS”, en el caso del aterrizaje en un lugar inesperado, y el “victorioso”. Fue utilizado el último.

 

De la noche a la mañana, Gagarin se convirtió en una celebridad mundial por haber abierto para la humanidad las puertas de la nueva era: la cósmica.

 

Gagarin era bromista, reidor y a la vez una persona seria y responsable. No era un intelectual, pero leía mucho. Amaba su trabajo, amaba la vida.

 

Era un muchacho sencillo. No tenía la capacidad oratoria de Lenin o Trotski, ni podía, como el cantautor Vladímir Vysotski, expresar con sus palabras y su voz el sentir de toda generación. El arma insuperable de Gagarin era su sonrisa, capaz de cautivar a cualquiera.

 

En cada país del mundo le recibían como suyo, dejando de lado los conceptos de clase, casta o confesión religiosa. El encanto de Gagarin, su rostro joven, sonriente, la mirada franca y límpida de sus ojos azules conquistaron al mundo entero. Le recibía cordialmente la reina de Gran Bretaña, Isabel II, alejándose del severo protocolo palaciego del Palacio de Windsor.

 

Yuri se convirtió en un símbolo que unía a toda la gente en el globo terráqueo. Usando la terminología moderna, Gagarin era el producto ideológico de su tiempo. Era uno de muchos millones de jóvenes soviéticos para los cuales ni siquiera el cielo era el límite.

 

El despegue de la primera nave espacial tripulada, realizado el 12 de abril de 1961, tuvo que ser demorado por la despresurización de la cabina. Mientras los técnicos estaban reparando la falla, Gagarin, siempre sereno y alegre, pasó más de tres horas en espera del comando: “¡Atención! ¡Despegue en un minuto!”, para luego decir su famoso “¡Vámonos!” e ir derecho a la inmortalidad. No había certeza alguna de que el primer cosmonauta volvería vivo. Gagarin lo sabía, pero dijo con voz tranquila: “¡Que sea lo que sea!” Su heroísmo era así: sin aspavientos.

 

Yuri pudo cumplir su deseo de ver con sus propios ojos el brillo de las estrellas sobre la negrura aterciopelada del espacio sideral y a nuestro planeta natal, Tierra, rodeado de su ligero manto azul. El autor es Primer Secretario de la Embajada de Rusia, Representante de la Agencia Rossotrudnichestvo.

 

 

 

 

Editorial Neil Armstrong Yuri Gagarin archivo

COMENTARIOS

  1. Baltazar Santamaria
    Hace 10 años

    Millones de rusos eran para entonces cristianos autenticos de catacumbas,ocultando su fe por las represalias de una dictadura atea y despiadada.

  2. lector
    Hace 10 años

    Gagarin vio a las estrellas pero no a los angeles.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí