Fernando Bárcenas
El 4 de abril de 1954, hace sesenta años, ocurre una rebelión militar contra la dictadura de los Somoza, que se inscribe en nuestra historia como un experimento fallido, en ese laboratorio de formación de una nación que, sin embargo, por diversas vertientes, va decantando en la conciencia el germen de la compleja lucha contra la opresión.
En la rebelión de abril de 1954, se gesta un golpe de mano. Y como suele ocurrir en los golpes de mano, hay una conspiración dentro de la conspiración o, si se quiere, una anarquía de criterios y fines, que por fricción interna abortan la táctica militar más elemental. Solo resta, al pueblo que anhela una nación, recoger en la tragedia el estoicismo que muestran los valientes en la derrota.
En estos planes subversivos, las masas trabajadoras, los sectores sociales, no cuentan. Todo el contenido de la rebelión se basa en la conspiración de los rebeldes.
La rebelión del 4 de abril fue dirigida por ex-guardias, que carecían por completo de experiencia militar. Salvo tres de ellos, entre los cuales, Jorge Rivas Montes y Adolfo Báez Bone, quienes habían participado en la guerra civil de Costa Rica, de 1948, que duró apenas 44 días.
Desde Nicaragua, por orden de la CIA, se organiza la invasión a Guatemala para derrocar a Jacobo Árbenz (cosa que efectivamente ocurre el 27 de junio de 1954). Báez Bone piensa que con la rebelión de abril logrará impedir que despeguen los aviones que salen de las Mercedes a bombardear Guatemala, y que incautará las armas que se entregan a los mercenarios de Castillo Armas.
Consigue incorporar 98 hombres a la conjura, entre ellos, 25 miembros de la juventud conservadora, sin entrenamiento militar (y, más grave aún, ajenos a la violencia, por remordimientos de conciencia). Con ayuda de la Legión del Caribe, los conspiradores, gracias a las gestiones internacionales de Pablo Leal, introducen desde México y Costa Rica, hasta una finca a 12 kilómetros de Managua, en la Carretera Sur, 600 rifles, 80 metralletas, 600 granadas. Sin embargo, no hay suficientes hombres para tantas armas.
Báez Bone cree que cuenta con 300 hombres adicionales, que enviará Emiliano Chamorro, y hace planes militares inciertos, como si contara con 400 combatientes. Emiliano visita a los conjurados, comprende que Báez Bone no le dará el poder, de modo, que decide no enviar a nadie al servicio de una causa que no le es propia. Los planes de Báez Bone, de tomar por asalto la Loma de Tiscapa, y de capturar a Somoza en una fiesta en la embajada americana, se desvanecen el 3 de abril, al percatarse, ¡a última hora!, que el ochenta por ciento de sus tropas está integrada por fantasmas. Decide, entonces, improvisar una emboscada, para ajusticiar a Somoza el día siguiente. Desertan, finalmente, los miembros de la juventud conservadora, que por razones morales se oponen rotundamente al asesinato del tirano.
El 4 de abril, Báez Bone monta la emboscada en el kilómetro 18 de la carretera sur (bajo la suposición que ese día, Domingo de Resurrección, Somoza pasaría por ese sitio, rumbo a su hacienda en Montelimar). Deja a cuarenta rebeldes sentados en un camión, en el llano de Pacaya (en el kilómetro 27 de la carretera a Diriamba).
Somoza no va a Montelimar sino al aeropuerto a recibir unos caballos de raza. Fernando Solórzano, uno de los conjurados, quien había sido apostado como vigilante en el empalme de la carretera a León, se entrega a la guardia y delata la conjura: ese desafío sin sentido militar, de un puñado de valientes que requiebran a la muerte, sin miedo a su guadaña.
No había ningún plan de combate ni de retirada. Los rebeldes, en fuga fueron cazados en las Cuatro Esquinas. A los jefes de la rebelión, capturados vivos, Somoza Debayle les mutila personalmente, antes de darles la muerte.
Por ello, esta rebelión se toma con cariño entre las manos, con la ilusión de un primer brote por el que asoma un eje vegetal, que soportará la afanosa cosecha que irá madurando, intransigente, contra el temporal adverso. Como el que se cierne de nuevo en nuestra patria, con la dictadura actual. El autor es ingeniero eléctrico.