En el prefacio del libro del académico Jorge Eduardo Arellano, Héroes sin fusil, se cita una extraordinaria expresión del pensador español de los siglos 19 y 20, don Miguel de Unamuno, que dice lo siguiente: “Una falacia puede citarse y es la de reservar la frase, dio la vida por la patria, a aquel a quien se la arrebataron violentamente, con el fusil en la mano, el partido que el gobierno de su patria le mandó sostener, como si no diera también su vida por la patria aquel que la consume día a día en servicio de su cultura y su prosperidad”.
Ese prefacio fue escrito por el doctor Humberto Belli Pereira, quien fuera ministro de Educación en dos de los tres gobiernos del ciclo democrático de los años noventa. Y en él se dice que “nuestros héroes, en la mayor parte de nuestra historia, al igual que en la historia de muchas naciones, han sido casi exclusivamente aquellos que con distintas dosis de entrega, han blandido la espada o el fusil en el campo de batalla”; agregando como conclusión que también se debe honrar como héroes de la patria, “a muchos otros que literalmente han dado su vida desde trincheras más calladas, pero no por eso menos heroicas, gastándose día a día en el servicio a los demás, a la cultura, a sus familias, a la prosperidad nacional”.
Una de esas heroicas personas cívicas y pacíficas, que no empuñan un fusil pero consagran su inteligencia y dedican su vida a la cultura, a la creación intelectual, al cuidado de la familia, al servicio de los demás, es sin duda el doctor Emilio Álvarez Montalván, el proverbial Don Emilio. Médico, investigador científico, analista político, periodista del género de opinión, escritor versátil, diplomático nato, estudioso de la cultura política nicaragüense, historiador y cultivador del lenguaje —por todo lo cual es miembro de las academias de la Lengua y de Geografía e Historia—, el doctor Álvarez Montalván es una figura señera de Nicaragua, pero no por haber empuñado las armas de guerra y haber matado a otras personas en alguna de las recurrentes conjuras y revoluciones armadas por la conquista del poder que han sido las fraguas de casi todos los héroes de Nicaragua, sino por su talento, su sabiduría, su cultura, su obra intelectual y su servicio social.
A sus casi 95 años de edad, retirado en su hogar y a poco de haber sufrido la dolorosa pérdida de su esposa y compañera de casi toda la vida, don Emilio acaba de ofrecer una vivaz entrevista a LA PRENSA, después de ser honrado con el título de miembro honorario de la Academia de Ciencias de Nicaragua (pues él es también un científico nicaragüense, “un renacentista de la ciencia como vocación”, según lo calificó el doctor Julio Francisco Báez en la ceremonia de investidura). A estas alturas don Emilio conserva admirablemente su lucidez y brillantez intelectual, como lo muestra con esas declaraciones que dio recientemente a LA PRENSA y fueron publicadas en la sección Literaria del viernes 11 de abril corriente.
Dijo Platón que quien aprende y aprende pero no practica lo que sabe, es como el que ara y ara y no siembra. Pero don Emilio —quien debería ser incluido en el libro Héroes sin fusil, en la galería de los Próceres Civilizadores de Nicaragua —, ha aprendido y aprendido y ha practicado lo que sabe. Ha arado y también ha sembrado, para que todos cosechemos y aprovechemos lo que él sembró.
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