Ciudad de México, donde Gabriel García Márquez llegó anónimamente en “un atardecer malva” de 1961, lo despidió como un gigante de la literatura, con una ceremonia de máximos honores a la que asistió su familia y en la que centenares de lectores le rindieron tributo.
Las decenas de invitados a la ceremonia rompieron en un cerrado aplauso con la llegada de la viuda de García Márquez, Mercedes Barcha, y otros familiares al majestuoso palacio de Bellas Artes.
Colombia sigue a la expectativa de la decisión de la viuda de García Márquez y de sus hijos Rodrigo y Gonzalo sobre el destino final de sus cenizas, que podrían dividirse entre México y algún lugar de su país como su natal Aracataca (Caribe).
Rafael Tovar informó ayer que la familia aún no ha tomado una resolución sobre dónde descansarán las cenizas.
Barcha “dice que es una decisión muy difícil que en su momento tomará”, señaló Tovar.
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Las cenizas de García Márquez han sido colocadas en una urna de madera color café, junto a flores amarillas y reposa sobre un atril negro. Los invitados se turnan para formar guardias de honor alrededor de la urna para homenajear al Nobel de Literatura colombiano, quien hizo de México su segunda patria, al residir allí en las últimas décadas.
Después de mantener un luto privado desde el fallecimiento el jueves del escritor, la familia abandonó este lunes su residencia del sur de la Ciudad de México en una comitiva resguardada por la policía hasta el céntrico Bellas Artes.
Muchos de los invitados lucen flores amarillas —el amuleto de la suerte de García Márquez— en sus solapas y dan el pésame a Barcha, quien porta un vestido negro, y a sus hijos Rodrigo y Gonzalo, mientras suenan piezas de música clásica favoritas del escritor.
Entre la selección que interpretarán dos cuartetos de cuerda habrá piezas de Béla Bartók, Joseph Haydn y Georg Haendel, dijeron autoridades.
También en las escaleras de mármol han sido colocados fastuosos arreglos florales, todos con rosas amarillas. En lo alto del vestíbulo luce una inmensa fotografía en blanco y negro del sonriente escritor, en la que se lee su famosa frase: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Para despedirse del genio adoptivo de México, unos 700 admiradores han hecho fila durante horas afuera de Bellas Artes, un espacio reservado al homenaje de los grandes íconos culturales de México.
García Márquez, que llamaba a México su “otra patria distinta”, encontró en este país la estabilidad para escribir la mayor parte de su obra literaria, incluida su novela mayor “Cien años de soledad” (1967).
Aunque nunca se nacionalizó mexicano, “era una persona que amaba este país, que estaba muy agradecido y se sentía tan mexicano como cualquier otro”, describió Jaime Abello, director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericana (FNPI), fundada y presidida por García Márquez
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