Dos poderes han decidido juntarse con el propósito —creo— de esquivar las miradas sesgadas en una mesa en la cual las respectivas dirigencias —una eclesial y la otra terrenal— deben plantear y por qué no afirmarlo, agotar el tema relacionado con la búsqueda y el encuentro del “bien común”. Si hay tropiezos para llegar a la meta, lo menos tallado en la ilusión y más probable sería fertilizar el camino donde “el rostro a rostro” no sea un acontecimiento extraordinario, sino el comienzo de un procedimiento normal y disciplinado, si se quiere habitual, no tan susceptible de provocar especulaciones, visto el estilo racional de la palabra como lo apropiado para ventilar los problemas de la nación entre dos sectores que abogan por su bienestar, pero solo con la llama teórica y leve del deseo, más no con las herramientas de la implementación.
Lógica aspiración de la ciudadanía consciente es que entre los dos poderes haya la flexibilidad temática en los puntos coyunturales con el drama, más resultados que vocablos promisorios en la convocatoria de la hipótesis con la práctica. Desde que en los dos sectores se ventiló la probabilidad del diálogo, desde el principio en que hubo inquietud, la Conferencia Episcopal mostró mayor interés sin reserva alguna.
Una vez conocida la resolución de Daniel Ortega de reunirse, luego de siete años de fervorosa intranquilidad, no puede soslayarse el tono realista, reacio a la timidez usado por los obispos, sin ambigüedad en las recientes pastorales coincidentes con algunos de los planteamientos expuestos por algunas voces de la oposición.
Conservo la Pastoral del 10 de noviembre del 2010 de los obispos, donde expresan que la Iglesia no puede ser indiferente ante la ausencia de la paz y de la justicia, por cuya construcción reiteradamente clama. Pero la paz y la justicia en Nicaragua y no en la concavidad inalcanzable de los cielos. Pastoral en la cual se llegó a esta conclusión: “La palabra de la Iglesia en materia social y política no es, pues, una intrusión abusiva sino un servicio a la formación de la conciencia de la política”.
No es posible apartarla —la sabiduría de la gobernabilidad— de la cruda realidad que echa al cesto a la institucionalidad y al respeto constitucional. ¿No es acaso la estabilidad social y política factor para la consumación de la felicidad nacional?
Cuando aquella Pastoral fue consensuada por la Conferencia Episcopal no existía la certeza de que Ortega respondiese afirmativamente. Pero cuando ya la hubo, los mismos obispos que firmaron aquellos contundentes y categóricos pronunciamientos comenzaron a pulir la intensidad del tono, la improbabilidad sugerida de tocar aquellos puntos vinculados con la política, porque “la política es para los políticos y la técnica es para los técnicos” dando a entender —así lo intuyo— que lo propio de ellos es la oración, la presencia iluminada del Espíritu Santo, tan lejanas todas esas maravillas de los lodos que corren por la llanura.
Siempre en estas ceremonias hay una invocación. Quizá no falte la que invoque al Altísimo para que el actual gobernante reflexione y se produzca el milagro. Una cosa es pedírselo a través de la plegaria y otra por la vía de la exposición práctica y persuasiva fundamentada en la veracidad.. Bastaría con que las propias pastorales se pusieran en la mesa para tener un buen comienzo y vislumbrar el suspirado final… El autor es periodista
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