JOAQUÍN ABSALÓN PASTORA
Hace 140 años, un 3 de mayo, festejó a la cruz el nacimiento de José de la Cruz, ventura en el calendario de la creación nicaragüense, cuyo vals fue el protagonista en los salones donde danzaban los padres y los abuelos, compases por donde debieron filtrarse los ecos dejados por la familia Strauss en aquella Viena cuyos bosques en oasis eran no solo cuentos sino que salas de concierto, demostración de la galanura combinada con el sentimiento, con la euforia moderadamente rápida de los pasos que desde el advenimiento alcanzaron prestigio en las artes no solo por el hábito placentero sino por el embeleso infundido por las melodías.
Aquella danza popular austriaca “tempo de origen lento” fue traída al León colonial por el inspirado José de la Cruz, cuyo nombre lleva el Teatro Municipal de la ciudad, aunque el prevaleciente en el admirativo cariño es el que el destino le pintó en la piel: “El Divino Leproso” que tuvo como hospital acuático al “Río Chiquito” según el anecdotario de los antepasados. Viena con sus Strauss y León con su Mena.
El vals, la danza del siglo 18 quiere decir “rodar” y ese fue el concepto que acunó el divino leproso. Llevó al piso la sabiduría de las barbas de aquella generación..
Mena acaba de cumplir 140 años y los cumple sin el castigo del olvido.
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