Humberto Belli Pereira
Unos artículos que he publicado sobre la importancia de fortalecer la familia, e incluirla en el diálogo entre los obispos y Ortega, han molestado al ingeniero Fernando Bárcenas. Citándome escribió:
“Los casados —insiste Belli— gozan de mejor salud física, emocional y psíquica, y están más estimulados a aumentar sus ingresos, que los que viven solos o cohabitan. Igual sus hijos”. ¡Las tonterías y engaños simplones que el fanatismo se atreve a presentar como si fuesen datos científicos! Elude, así, con total mala fe, la carencia absoluta de argumentos desde la perspectiva religiosa, contra la conquista civil de la unión de hecho estable o contra el divorcio”.
Pienso que parte de su enojo brota del temor que los obispos soliciten la prohibición del divorcio y pidan la enseñanza obligatoria del matrimonio cristiano. Ambas cosas le son repelentes como persona que se identifica con la libertad individual y rechaza la intromisión clerical en el Estado laico.
Le sorprenderá al ingeniero que le diga que comparto estos repelos. Porque también adverso cualquier pretensión del Estado de imponer una moral o concepción determinada a la sociedad. Si el ingeniero cree lo contrario es, quizás, por prejuicios, o por mi falta de claridad. Trataré de explicarme mejor.
Mi posición es que el matrimonio estable es socialmente más beneficioso que otras alternativas. Pero esto no lo fundamento en ninguna perspectiva religiosa, sino en las ciencias sociales. Para el párrafo aludido no cité a Santo Tomás de Aquino, sino a un par de sociólogos norteamericanos, Waite y Gallagher, que lo han probado con estadísticas rigurosas.
También aludí, en sustento de lo mismo, a la nada religiosa Naciones Unidas. Estas, al declarar 2014 año internacional de la familia, explicaron que lo hacían para “poner de manifiesto que sin una familia fuerte la sociedad se va debilitando cada vez más” y para demostrar que hay que “concienciar sobre cómo la familia que funciona correctamente es la mejor arma para combatir las desigualdades y la pobreza, así como para mejorar las oportunidades y bienestar de sus miembros”.
El problema es que el ingeniero me atribuyó la frase en una de las cuatro citas en que entrecomilló cosas que no dije. Usó pues un recurso poco profesional, para atribuirle un carácter confesional a un tema considerado, universalmente, de tan legítimo interés social como la institucionalidad política.
La familia, por su gran repercusión sobre la niñez y el bien común, posee una dimensión pública que reclama la atención del Estado. Las leyes deben favorecerla, no minarla. Hacerlo exige cuidar el debido balance entre el interés individual y el colectivo, entre los derechos de los esposos y el de los niños. La ley no puede expandir la libertad personal a expensas de los más débiles.
Lo anterior no insinúa que los obispos deban solicitar la prohibición del divorcio o la enseñanza del matrimonio cristiano desde la perspectiva moral católica. Pero sí que puedan proponer, como nicaragüenses, que se estudie si conviene, desde el punto de vista del interés social, mantener el divorcio unilateral de 1987, o sustituirlo por modalidades parecidas a las que heredó Zelaya. O proponer que se informe a los alumnos sobre las implicaciones de las distintas opciones familiares, a fin de que hagan una elección libre e ilustrada. O que se revisen políticas fiscales que afectan la familia.
Aún con estas matizaciones, será difícil acercar nuestras posiciones. Porque el ingeniero Bárcenas ha expresado, además, que “el divorcio es una conquista de la civilización”. Y yo, al contrario, pienso que lo es el matrimonio, patrimonio de la humanidad. Pero discrepar no impide discutir sin descalificaciones. Lo invito.
El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.