El concepto de desdolarización ha traído inquietudes, opiniones, curiosidad y hasta incertidumbre. Ya las autoridades apropiadamente se han adelantado a calmar algunas preocupaciones. Cualquier intento de fortalecer la moneda nacional deberá ser gradual, voluntario, y bien discutido, y no hay cambio en el régimen de convertibilidad del dólar según se ha dicho. Me parece interesante igualmente, que existe apertura para discutir las ventajas y desventajas de una dolarización total, que también es una opción.
En Nicaragua la dolarización informal de hoy se da por la historia de hiperinflación y cambios de moneda de los ochenta y noventa, que nos llevó a buscar protección en el dólar para almacenar valor y realizar transacciones. En América Latina en la actualidad, luego de haber alcanzado estabilidad macroeconómica por períodos sostenidos en varios países, hay experiencias de desdolarización voluntaria y gradual, con el objetivo de aislar las economías de los vaivenes de la economía internacional, que después de la crisis financiera del 2008 dejó mal sabor, y porque subsiste incertidumbre sobre la volatilidad del dólar.
En Nicaragua, el fortalecimiento de la moneda nacional vía desdolarización busca desvincularnos del dólar, ya que nuestra moneda con base en el régimen cambiario actual diario pierde valor. Si le damos más valor a nuestra moneda, podría significar que los precios se establezcan en córdobas de una vez, mejorando el poder de compra, pues eliminaría el piso del deslizamiento en la inflación, y mejoraría por ende los salarios reales y la competitividad de la economía a mediano plazo. Es una promesa, que de funcionar, tiene sus ventajas.
No obstante en nuestras circunstancias, la primera pregunta a hacerse es si conviene moverse de una vez hacia una dolarización formal, como El Salvador o Ecuador, pero, haciéndolo mejor que ellos. Las ventajas de la dolarización formal son que se elimina el riesgo de una devaluación, que hoy podría poner en aprietos al sistema financiero —pues ganamos en córdobas, pero muchas de nuestras deudas están en dólares— se harían más fácil las transacciones internacionales, bajarían las tasas de interés, habrían mejores incentivos a la inversión y al empleo, controlando incertidumbres importantes para los negocios.
En el caso de Nicaragua, adicionalmente, una consideración que adquiere nuevo peso es de que si se va a construir un Canal Interoceánico, probablemente tendría mucho sentido dolarizar, casi solo por esa razón, dadas las presiones que tendremos en pérdida de competitividad, por el fenómeno de la enfermedad holandesa que apreciaría de sobremanera nuestra moneda nacional en el futuro, al hacer más cara la producción de cualquier bien nacional, entre otras implicaciones.
Independientemente de que creo que vale la pena discutir la dolarización, si lo que decidimos hacer es desdolarizar forzosamente es un asunto que no se hace por decreto, sino más bien vía incentivos, y se asume como un proceso gradual, donde se busca consolidar la confianza en la sanidad de las finanzas públicas y la estabilidad macroeconómica, se construye confianza en la habilidad del país de construir y sostener consensos, se apuesta a la fortaleza y credibilidad institucional y típicamente se montan incentivos diferenciados y reformas para que el sistema financiero sea parte activa del proceso de desdolarización.
Más de fondo hay que considerar, que lo cierto es que puede que el régimen de deslizamiento cambiario en las circunstancias del mundo actual, no obstante, ya esté agotado para el caso de Nicaragua, y habrá que pensar si ya es hora de que el país se mueva hacia un régimen sustentado en metas de inflación y un tipo de cambio flexible en cierto horizonte de tiempo. La desdolarización, en este sentido bien puede ser la base de una forma de recuperar mayor control sobre los instrumentos de política macroeconómica, en particular el tipo de cambio, para lidiar mejor en el futuro con choques externos e internos. Hasta el momento, hemos tenido la suerte de contar con cuantiosos recursos externos. Pero, esto pudiera no ser siempre el caso en el futuro. El autor es doctor en economía.
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