Aunque recientemente se pretendió recrear la belleza femenina nicaragüense, ante un certamen internacional, con una apariencia creada a imagen y semejanza de Lucifer, el pueblo de Nicaragua —obviamente— no estaba dispuesto a aceptar que el diablo nos representara, con cuernos, cola y demás parafernalia, de manera tan abierta. Los nicaragüenses preferimos a nuestros diablos sin cachos, sin rabos, sin calaveras sobre sus partes privadas. Nosotros preferimos esconder nuestra degradación política; pretendemos guardar en secreto el horrendo mal que crean las dictaduras en nuestra nación. Así procuramos esconder que el dictador Daniel Ortega se asemeja más a Lucifer que a su hermano el arcángel San Miguel.
Con todos los males políticos, económicos y sociales causados por el matrimonio Ortega-Murillo en Nicaragua, la empresa privada, los partidos políticos y ahora la Iglesia nicaragüense busca el acercamiento a esta dictadura que simboliza los más crudos males de la humanidad. Ortega ha sido acusado de genocidio, ha sido denunciado —por su propia hijastra— de pedofilia, ha servido prisión por asalto agravado a un banco y muchas otras cosas que harían sonrojar al mismo Satanás.
Hoy la Iglesia nicaragüense se prepara a dialogar con el diablo. ¡Deplorable escena de nuestro trágico teatro nacional! Muchos estamos seguros que en el alma de Ortega habita un dios muy diferente del Dios verdadero; la humanidad ante Ortega tiene un lugar en la Tierra muy distante al que la Iglesia de Dios presupone; la Fe de la Iglesia y la de Ortega son los polos opuestos de la espiritualidad; el libre albedrío para la Iglesia se basa en la creencia de que el ser humano tiene la libertad y el empoderamiento de tomar sus propias decisiones, mientras que para Ortega debe estar sujeto al poder dictatorial, ya que —según él— por sí solo el individuo es incapaz de ser responsable de sus propias acciones. Ortega aún se cree la conciencia del pueblo. El destino de nuestra nación también es apreciado de distinta manera por nuestra Iglesia y por el dictador.
¿Qué hace, entonces, la Iglesia nicaragüense tratando de establecer un diálogo con el príncipe de las tinieblas? Lo que le corresponde a la Iglesia es cuestionar moral y espiritualmente la agresividad de Ortega, de posicionarse en la Presidencia de manera tan arbitraria e inconstitucional; Ortega ha violentado todas las normas establecidas por la sociedad y por la ley de Dios. A la Iglesia de este país le corresponde cuestionar la forma en que Ortega desprecia al ciudadano que no tiene trabajo, al que es apaleado y asesinado por reclamar sus derechos constitucionales. A la Iglesia le corresponde plantear la interrogante y manifestar con sabiduría y ministerio sacerdotal las cuestiones del por qué y cómo Dios —con su infinito amor— observa a Lucifer tomando las riendas de esta empobrecida nación.
Diálogos con el tentador Ortega, que hizo morder la manzana prohibida al propio cardenal Obando y Bravo; que solo sabe ofrecer el pecado y que considera que la humanidad y moralidad del nicaragüense comienza con su propio génesis.
Todo lo que la Iglesia nicaragüense está haciendo es comprometiéndose con el diablo, dando la espalda a las necesidades del pueblo y encubriendo —detrás de sus sotanas— los malos sentimientos e inmoralidad del presidente inconstitucional Daniel Ortega.
Jamás debería la Iglesia nicaragüense olvidar que ella le debe su fidelidad únicamente a Dios nuestro Señor y que el diablo y Ortega son irredentos y nunca operarán en contra de su maligna naturaleza.
El autor es economista y escritor
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