Por Juan Carlos Ampié
Desde hace mucho tiempo siento que el modelo taquillero de películas de súper-héroes, impulsado por los estudios Marvel y DC Comics, se encuentra creativamente agotado. Para muestra, el botón de El Increíble Hombre Araña 2 . Incluso la popular Avengers y la reciente Capitán América: Soldado de Invierno , efectivas como son, se sienten como el producto de una fórmula repetida hasta la saciedad.
Por eso, esta precuela/secuela de X-Men resulta una sorpresa tan agradable. Cumple las demandas del mercado, pero con ingenio y creatividad. La película está concebida como una especie de puente entre todos sus ciclos. El inicial, que despuntó en el 2000 con Ian McKellen y Patrick Stewart como Magneto y el Dr. Xavier; el “pasado”, que se presenta como historia de origen con Michael Fassbender y James McAvoy en los mismos papeles; y la línea “individual” centrada en el personaje de “Wolverine” (Hugh Jackman).
Conciliar narrativamente seis películas es tarea ingrata. Al principio, X- Men: Días del Futuro Pasado puede resultar demandante para el desmemoriado. La más reciente, X-Men: First Class nos dejó a finales de los sesenta, pero la acción de esta nueva entrega arranca en el futuro, en medio de una monumental batalla entre los mutantes unificados y los “centinelas”, implacables robots que cambian de forma y absorben las habilidades de sus contrincantes. Los veteranos deciden usar los poderes de Kitty Pryde (Ellen Page) y mandar a Logan (Jackman) al pasado, para que detenga el evento detonante de este conflicto. Se trata del asesinato del científico armamentista Bolivar Trask (Peter Dinklage) perpetrado por Mystique (Jennifer Lawrence). Para tener éxito, Logan debe convencer a los jóvenes Xavier (McAvoy) y Magneto (Fassbender) de reconciliarse y unir esfuerzos.
Es demasiado poder de persuasión, aun para un mutante. Varios agujeros de trama se avistan en esta premisa, que el director Bryan Singer sortea distrayéndonos con su virtuosismo visual. Singer escenifica secuencias de acción de prístina claridad. Véase como Quicksilver (Evan Peters), más rápido que una bala, resuelve un duelo a muerte con policías, virtualmente deteniendo el tiempo y alterando la trayectoria de los proyectiles. Es como una renuncia simbólica al estilo caótico, raudo y veloz de la edición del producto taquillero contemporáneo. Cuando en el desenlace recurre a escenas de destrucción masiva, la claridad de su puesta en escena hace que el exceso sorprenda en lugar de abrumar. La hipérbole recupera su mejor efecto.
El guión aprovecha el escenario de época. Hay alusiones al papel de Magneto en el asesinato de JFK, pero se usa como escenario para las pláticas de paz de Paris, donde se disolvió el conflicto de Vietnam. Seleccionar el evento histórico de menor perfil abona a la credibilidad de la fantástica premisa. Tome nota como Singer combina la hermosa fotografía digital de Thomas Newton Siegel con imitación de cámaras de Super-8 que los periodistas ficticios habrían usando en el asalto a la conferencia, dándolo un barniz de veracidad al asunto.
Quizás a veces necesite la ayuda de un amigo para entender qué pasa y por qué. Sin embargo, la paciencia del espectador se recompensa. La trama se resuelve creando una especie de tabula rasa sobre la cual se puede construir un nuevo ciclo de historias, sin negar o hacer de cuentas que lo anterior no ha pasado. Este es el “reboot” más efectivo de nuestros tiempos. La secuela está programada para el 2016. Todo cambia, para que todo siga igual.
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