Humberto Belli Pereira
¿Se ha puesto a pensar usted por qué Ortega no da conferencias de prensa? ¿Por qué nunca lo vemos, contestando en vivo preguntas de periodistas, como vemos a Obama y a presidentes de naciones abiertas? ¿Por qué nunca lo hemos visto debatir como ocurre en Colombia, Costa Rica y muchísimos países más?
Las conferencias de prensa presidenciales están profundamente arraigadas en las democracias modernas. Se iniciaron en Estados Unidos, en 1923, con el Presidente Coolidge. Kennedy fue el primero en hacerlas por televisión. Dio 65 en tres años. Obama lleva 100. En Europa occidental la práctica se entronizó después de la segunda guerra mundial. Hitler las aborrecía, por eso la Alemania post nazi, comenzando con Adenauer, la practica con celo desde hace 64 años. Algo similar ocurre en numerosos países de América Latina, aunque en forma accidentada.
Obviamente, en Corea del Norte, y otras naciones presididas por tiranuelos endiosados, esta práctica no existe. Porque tener conferencias de prensa presidenciales es señal de toda una filosofía política que conceptúa a los mandatarios como servidores del bien público, no como amos, y al pueblo como soberano, con derecho a interpelar a sus representantes. Las tiranías, por el contrario, ven al líder como el mesías que dicta cómo vivir y al pueblo como rebaño. Por eso ocultan información y practican el monólogo; como los autócratas narcisistas que lanzan discursos kilométricos, estilo Chávez o Castro, sin consideración a las torturadas vejigas de su audiencia.
Es natural que las conferencias de prensa puedan incomodar a los mandatarios. Porque son eventos de doble vía: hablan el presidente y luego la audiencia. Y sus preguntas pueden ser incómodas, duras, inquisitivas. Así es la democracia. El poder está en el pueblo y el mandatario tiene que responder sus inquietudes, por impertinentes que sean. Cabe también observar que un presidente que juega limpio y tiene argumentos sólidos para justificar sus políticas, no tiene por qué huirle a los medios independientes.
Las conferencias de prensa frecuentes, y abiertas a periodistas de todas las tendencias, mejoran a la formación de la opinión pública, promueven la participación y la toma de decisiones transparentes y pluralistas, mejoran la calidad de la democracia y fortalecen las instituciones públicas.
De aquí que los obispos dijeran a Ortega en su documento reciente: “Le exhortamos respetuosamente, Señor Presidente, a que se abra al diálogo con todos los sectores de la nación, que acoja otras opiniones y que, incluso inicie mostrando su buena voluntad en este sentido, comenzando a ofrecer periódicamente conferencias de prensa sin discriminación de los medios no oficialistas y que dé inicio lo más pronto posible a este camino de diálogos nacionales para salvar el futuro del país”.
Es una petición inobjetable que si fuese sometida al escrutinio público gozaría del respaldo de casi todos los nicaragüenses. Pues ¿quién podrá preferir el ocultamiento y la opacidad gubernamental que ha prevalecido hasta ahora, a la luz y transparencia que traería un gobierno abierto al diálogo con todos, y comprometido a responder preguntas?
Para muestra un botón: hace poco regresaron a media carrera centenares de estudiantes becados en Venezuela. Usted lector se preguntará ¿Por qué? Nadie le dará una razón: ni Ortega, ni doña Rosario, ni 19 Digital, ni ministro alguno. Ellos no contestan preguntas. Y ordenaron a los estudiantes no contestar. Actitud tonta, además, porque todos sabemos que la causa es un Maduro quebrado.
Es preciso abandonar estos hermetismos y abrirse al exhorto de los obispos.
Existen hijos de las tinieblas e hijos de la luz. ¿Cuáles de ellos se negarían a dar conferencias de prensa?
El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.