Mucha discusión ha tenido la Ley 779, elaborada para defensa de la mujer, a raíz de los índices de femicidio que a diario se publican en nuestros medios.
Sin embargo, por simple observación, sin saber nada de leyes, he venido analizando, y es opinión de muchos con los que he abordado este tema, sin hacer estudios serios socioeconómicos y culturales. Sin campañas bien orientadas e intensas de educación, no habrá ley que pare esa terrible lacra social que ha ido alarmantemente en aumento en nuestra sociedad.
De nada sirve aumentar el rigor de la ley, de nada sirve disminuir el número de armas de fuego, pues queda el machete, el cuchillo de cocina, el mecate, la bayoneta de guerra, o por último las manos del macho enloquecido, cuando una simple mujer lo reta o lo abandona, o no tolera más sus abusos.
¿Cómo se puede elaborar una ley sin antes haber hecho estos estudios, sin saber de dónde proviene este fenómeno, esta enfermedad social que nos aqueja y que aparentemente no tiene contención?
No es difícil hacer conjeturas, al observar cómo la sociedad entera va inculcando en el varón su condición superior, por lo que la mujer automáticamente queda como un ser inferior, una servidora que debe de ser sometida al varón y a todos sus caprichos, y soportar pasivamente todas sus frustraciones.
No estoy hablando de feminismo como el que ahora enarbolan ciertos grupos en el mundo entero. Hablo del antiguo respeto que se inculcaba a los varones hacia la mujer, hablo de las familias bien constituidas, donde existía un padre y una madre conscientes de las responsabilidades que asumían, y que se respetaban mutuamente.
En nuestra sociedad, desgraciadamente, ya no existe eso, ya no existen los antiguos valores, con los que caminabas seguro por este mundo, sabiendo qué era el mal y qué era el bien. Donde existía el respeto a la ley que Dios nos dejó, para que la convivencia humana pudiera ser posible. Si no somos capaces de obedecer esta ley, no somos capaces de amar. Al decir amar me estoy refiriendo al verdadero amor, al amor de servicio, al amor de entrega, que es a la vez responsable.
Desgraciadamente esta palabra “amor” ha sido devaluada, ha perdido su verdadero significado. Hoy, esta palabra significa todo lo que el amor no es.
Si se hicieran campañas educativas que fueran dirigidas hacia lo que los estudios arrojaran sobre las causas más comunes que provocan este comportamiento tan dañino para las mujeres y también para los hombres, pues una es la víctima y muere, pero también el victimario arruina su vida con una larga condena, si no es que también acaba quitándose la vida, agobiado por un comportamiento que esta sociedad está obligada a buscar soluciones que verdaderamente funcionen.
¿Será una solución inteligente llenar más los calabozos con condenados y llenar más los cementerios con ataúdes de víctimas, y los orfanatos con niños huérfanos? ¿o ponerse a investigar seriamente de dónde proviene esta espantosa lacra social que cada vez va en aumento? y según lo que arrojen estos estudios, llevar a cabo lo que sea necesario para reeducar a los potenciales victimarios y también sus víctimas, las indefensas mujeres, cosa que la ley sola no ha logrado ni puede lograr.
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