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A mi amigo Emilio Álvarez Montalván

María José Zamora Solórzano

Querido don Emilio: Mucho de lo que diré en este mensaje, usted lo supo. Mi admiración, respeto y cariño, se lo hice saber con palabras claras y transparentes. Ahora que sé que no volveré a verlo, a escucharlo, me doy cuenta de lo importante que llegó a ser su amistad para mí. Este 2 de julio, cuando me enteré de su muerte, lo recibí como una noticia que esperaba, para la que estaba preparada. Sin embargo, a medida que el día avanzó y empecé a recordar como si lo viera en una película, nuestras conversaciones en la terraza de su casa, los ricos almuerzos que compartimos preparados por doña Juanita, la sobremesa con un cigarrito y la tacita de café, sus carcajadas cuando yo respondía a sus interrogatorios con algo que le parecía ingenioso, y entonces fui sintiendo la pérdida, la angustia de saber que no volveré a compartir con usted y también empecé a sentir el dolor y la culpa, de haber pospuesto mi promesa de visitarlo en los últimos meses. La última vez que hablamos por teléfono, lo escuché decaído. Y como un niño me preguntó: ¿Y cuándo vas a venir a verme? Los días fueron pasando y mi visita se postergó demasiado. Le he pedido a don Emilio que me perdone por no haberme despedido, por no visitarlo. Él me conocía lo suficiente para saber que no fue por falta de interés o cariño; y seguramente me ha perdonado. Lo difícil será conseguir mi propio perdón.

La hermosa amistad con don Emilio inició relativamente hace poco, en el año 2008. Recuerdo que me pidió una cita como psicóloga y llegó a mi consultorio. Para mí era increíble que una persona de su edad, de su experiencia y sabiduría, tuviera la humildad de contarle a alguien a quien, prácticamente no conocía, sus problemas, dilemas y debilidades. Recuerdo que me pagó con un cheque y yo nunca lo cambié, porque decidí guardarlo como una medalla. Don Emilio me felicitó y me dijo que lo había ayudado a sentirse mejor. A partir de ese momento ya no hubo más terapias, sino pura amistad. Él desarrolló una inmensa confianza en mí y creo que para él fue importante encontrar en mí una especie de confesora, que jamás lo juzgó, que solamente lo ayudó a sentirse mejor. Siempre me decía que era muy buena en mi profesión, y me aconsejaba dejar de escribir artículos políticos, y dedicarme a escribir artículos de psicología. Insistió muchas veces en que escribiera algo relacionado a la vida de los ancianos, y prácticamente me dictaba lo que debería de decir el artículo; sin embargo, inmediatamente me decía: Pero vos no hacés caso, ya sé que no vas a hacer nada de lo que te digo. Debería de haberse frustrado don Emilio con mi actitud, sin embargo, él me aceptaba tal cual soy.

Muchos momentos de camaradería, tuve la suerte y el honor, de compartir con don Emilio, son tantos los recuerdos, todos agradables, de nuestra amistad. De parte de don Emilio solamente tuve buenos consejos (que no siempre los seguí, es cierto), cariño, respeto y su amistad incondicional.

Don Emilio era un joven en un cuerpo de persona mayor. Su mente era la de un hombre entusiasta, dispuesto a disfrutar la vida, y a luchar por una Nicaragua mejor.

La última salida con don Emilio, la recuerdo con gran felicidad. Yo le comenté sobre la película Lincoln , y me dijo que quería ir a verla conmigo y con su amigo Enrique Bolaños. Y así fue, don Enrique, don Emilio y yo, vimos juntos la película Lincoln. Luego tuve la dicha y el privilegio, de invitarlos a tomar un café y escucharlos a ambos comentar la película. Quedan de ese día especial, unas fotos borrosas tomadas con mi blackberry, y en mi mente y mi corazón, un recuerdo sencillamente espectacular y maravilloso.

Su amiga siempre, don Emilio. La autora es psicóloga.

 

COMENTARIOS

  1. Aldebaran
    Hace 10 años

    Buenas remembranza, mucha nostalgia, de la buena.

  2. Zamorin
    Hace 10 años

    Gracias por compartir esos momentos…

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