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Un par de ojos azules

Lourdes Chamorro César Ya no sé si fue real o inventada. Sin embargo, si la encontré en el baúl de mis secretos, debe de haber existido aunque quizás solamente en mí. Alguna coincidencia con la existencia de cualquier par de ojos azules o verdes, es pura casualidad.

Lourdes Chamorro César Ya no sé si fue real o inventada. Sin embargo, si la encontré en el baúl de mis secretos, debe de haber existido aunque quizás solamente en mí. Alguna coincidencia con la existencia de cualquier par de ojos azules o verdes, es pura casualidad.

Recuerdo que de niña, cuando íbamos a las primeras comuniones, nos daban un platito empacado prístinamente. Era quizás el desayuno que debíamos saborear en el mismo instante del festejo. Pero yo lo guardaba para compartirlo en la casa. Recuerdo que en ese plato había un pudín del Cóndor, un pastel de carne, un sándwich rectangular de queso y uno triangular de jamón o mortadela. Una espumilla, un chocolate traído de los Estados, el cual era el símbolo de que en Granada ya éramos gente de mundo, y unos marshmallows blancos que nunca pude imaginar cómo a alguien le pudieran gustar. La estampita de recuerdo debajo del pudín, se impregnaba de mantequilla. Nunca pude comprender por qué no la colocaban debajo del chocolate o de la espumilla, sin embargo, al llegar a la casa, le echaba talco del de la Mimi, que olía a “viejita linda”. Así la guardaba en mi cajita hermética, con todos mis demás tesoros. Eufórica, llegaba con mi plato lleno de golosinas y repostería dominguera y lo único que faltaba eran los marshmallows. Me los había comido todos, así salvaba a alguien de ese sabor tan espantoso. Eran los marshmallows lo único que comía, pero por razones que nadie hubiera podido comprender.

Como resultado, gané la fama que me encantaban y el día de mi Santo, siempre me regalaban una bolsa inmensa de ellos. Comiendo marshmallows que no me apetecían y compartiendo golosinas domingueras que a decir verdad, me moría por probar, viví mi vida primera, hasta que el mal gusto y la buena fama echaron raíces profundas y ya era tarde luego para arrancármelas. Sin embargo, a cambio de comerme lo que no me gustaba y de no probar lo que me gustaba, conocí la alegría de compartir. Ahí entonces, encontré mi recompensa. Pasaron los años. Mi casa era el punto de reunión del vecindario. Un día, llegaron de visita los amigos de mis hermanos como solía siempre suceder. Eran nuestros vecinos que prácticamente vivían en mi casa jugando baseball, rayuela o trompo. Yo tenía por ese tiempo unos catorce años y mi hermana trece. Todavía no nos habíamos hecho mujer. Estábamos acostumbradas a que mi casa se llenara de chavalos y a todos los veíamos como hermanos, pues los conocíamos desde siempre.

Pero ese día fue diferente. Aparecieron mis vecinos con dos primos. Eran de Managua, al menos habían crecido en Managua, aunque sus familias eran de Granada. Mi hermana y yo, nos quedamos estáticas de admiración, al ver a los primos de nuestros vecinos-amigos-hermanos. Uno con pelo liso, sus ojos azules y nariz como de esos dioses griegos que había estudiado en la Mitología debajo de mi cama, y el otro, pelo rizado, ojos verdes, un poco más bajo que su hermano, pero también podría decir que me recordaba a algún héroe mitológico. Eran nuevos a mi vista y por primera vez en mi vida, aparecía ante mis ojos, algún prospecto que no fuera el vecino con cara de hermano. Fue ese día, cuando supe que mariposas pueden revolotear dentro de un estómago.

Las primeras mariposas de mi existencia, las sentí ese día. Los vimos entrar y aunque ellos no nos vieron, nosotras nos supimos atrapadas. Corrimos a refugiarnos. Yo me sentía como la Eva del Paraíso y tenía que ocultar mis sensaciones, mi emoción y mi rostro sonrojado. Mi hermana me siguió y logramos escondernos en el cuarto de la Mimi, que tenía unos grandes espejos de luna y por ahí podríamos espiarlos, sin peligro que nos descubrieran. En nuestro escondite, comenzamos a descifrar cuál de los dos era el mío y cuál el de ella. Un grave problema, pues a las dos nos gustaba el de ojos azules y nariz de dios griego. Mi hermana insistía que ella lo había visto primero y yo insistía en que yo era mayor que ella y el de ojos azules era el más grande porque se veía más alto, por consiguiente, a mí me tocaba el mayor por ser mayor. No sé cuántos minutos, horas, días o veranos habremos pasado soñando y esperando a que aparecieran de nuevo en mi casa aquellos ojos y decidiendo cuál par de ojos eran los de ella y cuáles los míos. Lo que sí sé es que recordé los marshmallows de las primeras comuniones y que ceder siempre la mejor golosina me daba resultados satisfactorios.

Una vez más en la vida, el enredo que tenía en el gusto y la fama, me hicieron comerme los marshmallows que no me gustaban para nada. Y como mi hermana insistía que el de ojos azules la había mirado a ella primero que a mí, pues quedamos en que el de ojos verdes era el mío y el de los ojos azules el de ella. Fue muy duro en aquel entonces ceder mi ilusión, pero los marshmallows y su sabor, me ayudaron a aplacar aquellas mariposas intrusas e imprudentes. Sin embargo pensé que, en mis sueños podría soñar diferente y ella ni cuenta se daría. Y así fue. Soñé y soñé, hasta que el sueño se esfumó, porque otros ojos, cuando ya me hice mujer, me miraron y me atraparon para siempre.

Pasó el tiempo. Muchos veranos pasaron y siempre mi hermana y yo, recordamos con cariño, aquella repartición de ojos que hicimos un día detrás de una puerta, sin que los dueños de esos ojos pudieran siquiera imaginarlo. Sin que los marshmallows o los que los inventaron, pudieran saber la gran trascendencia que tuvieron en mi interior al no gustarme. En estos días, ya en nuestro otoño, esos ojos azules que una vez le cedí a mi hermana, se me presentan como las gotas de rocío que apenas humedecen el pasto por las mañanas; ni el pasto reclama al rocío, ni el rocío pregunta si puede humedecerlo… Hoy abro la cajita donde guardo mis tesoros, entre ellos: las estampitas embadurnadas de mantequilla y recubiertas de talco… y, sobre todo, el recuerdo de aquellos ojos azules que nunca me miraron.

Cultura escrito Poesía archivo

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COMENTARIOS

  1. Volver a vivir
    Hace 10 años

    Gracias por compartir con todo detalle el tesoro de sus recuerdos, estan muy bonitos, me encantó mucho tambien el de la Lupe, la hija de casa y su generosidad porque en esos bellos tiempos cinco córdobas era talvez como tener hoy unos cien dólares.

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