Eduardo Cruz
Los investigadores no se ponen de acuerdo, pero se calcula que entre 35 mil y 50 mil nicaragüenses perdieron la vida en la guerra de insurrección contra la dinastía de los Somoza, que resultó en el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, el 19 de julio de 1979.
Además, 40 mil niños quedaron huérfanos, al finalizar los combates habían 150 mil refugiados, más de un millón de personas estaban urgidas de alimentos y medicinas y las arcas del Estado estaban sin ingresos monetarios, escribió el exgeneral Humberto Ortega Saavedra en su libro La odisea por Nicaragua. El país quedó totalmente destruido.
A 35 años de esa guerra civil que desangró al país, el exguerrillero Hugo Torres expresa que todavía “los caídos duelen”, pero la lucha armada “valió la pena” porque se derrocó a una tiranía que tenía 45 años de reprimir a los nicaragüenses.
Moisés Hassan, otro exguerrillero sandinista, defiende la insurrección alegando que a las dictaduras hay que sacarlas porque destruyen la economía del país y hacen más difícil la vida de las personas. “En el plano espiritual, los dictadores dominan a la gente, se convierten en amos de la población y eso atenta contra la dignidad del pueblo. Yo no sé qué habría pasado si no lo tumbamos (a Somoza)”, dice Hassan.
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Sin embargo, Ramírez escribió, también en 1999, que la revolución sandinista “dejó como su mejor fruto la democracia, sellada en 1990 con el reconocimiento de la derrota electoral, y que como paradoja de la historia es su herencia más visible”.
En la actualidad, Ramírez considera que existe un deterioro institucional en el país. En el diario La Nación, de Costa Rica, explicó que, de momento, la conciencia pública se encuentra adormecida y que el régimen de prebendas de Ortega ha ido creando una descomposición en la sociedad.
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El problema, según Hassan, es que con la caída de Somoza también se estaba sembrando “la semilla de un nuevo dictador”. “Para mí, (Daniel) Ortega es la continuidad de Somoza. Somoza no murió, su germen se desarrolló en Ortega”, afirma.
Después del triunfo de la revolución, los sandinistas gobernaron el país por más de diez años en medio de otra guerra civil que dejó más muertes y pobreza. La guerrilla del Frente Sandinista se convirtió en un partido dirigido por una Dirección Nacional integrada por nueve comandantes y coordinada por Daniel Ortega.
Un exmiembro de esa Dirección Nacional, Víctor Tirado, relata que los nueve comandantes escogieron a Daniel Ortega para coordinar la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN) que gobernó al país de 1979 a 1984, porque se confiaba en él y en ese momento nadie andaba pensando en caudillos. “Él (Ortega) fue apoyado por todos (los nueve)”, pero después “jamás nos hizo caso”, dice Tirado.
También explica que “ Nicaragua siempre ha sido de caudillos”. “No hemos podido romper esa historia”, agrega.
En 1984 Ortega fue el candidato por el FSLN de las primeras elecciones tras el triunfo de la revolución sandinista. Desde entonces ha sido candidato en todas las elecciones siguientes: 1990, 1996, 2001, 2006 y 2011. Sus críticos no dudan que también lo será en 2016.
Tras la derrota electoral de 1990, el FSLN se desgranó y Ortega se convirtió en el eterno secretario general del partido, cargo que mantiene pese a que, tras pactar con el liberal Arnoldo Alemán, regresó al poder en 2007. Hoy Ortega ya lleva tres períodos como presidente, dos de ellos consecutivos y aspirará a un cuarto mandato.
Además, en la actualidad Ortega y el FSLN tienen mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, cuenta con el respaldo del Ejército y la Policía Nacional, además de controlar más de tres cuartas partes de los gobiernos municipales, lo que lo ha convertido en el mandatario con más poder en la historia del país, igual al que tuvieron los Somoza.
¿QUÉ FUE LO QUE FALLÓ?
La excomandante guerrillera Dora María Téllez considera que la guerra contra Somoza fue necesaria porque “no había más remedio” para acabar con la dictadura somocista. “Yo haría lo mismo (tomar las armas) las veces necesarias”, dice.
Téllez afirma que en el proceso revolucionario “no falló nada” y que si ahora existen las mismas condiciones que cuando Somoza se debe a la “cultura política del nicaragüense, como escribió Emilio Álvarez Montalván” y no se ha logrado derrotar esa cultura del caudillo.
Para Moisés Hassan, el problema fue que “(Daniel) Ortega y su círculo ya eran gente corrupta desde antes de llegar al poder”. “Esa voracidad de los Ortega, de sus ambiciones desde cuando eran pobres, ocurrió que no los pudimos detener”, agregó.
Según Hassan, hubo gente inocente que creyó en Ortega y fue engañada, “otros se acomodaron y les empezó a gustar la buena vida”, y a otros, como fue su caso, les resultó difícil apoyar una guerra contra Nicaragua que era financiada por los Estados Unidos.
Para la parte del sandinismo que todavía continúa plegada a Ortega, la revolución fue un proceso que liberó a Nicaragua y que en la actualidad continúa siendo la misma revolución que triunfó en 1979.
Es el caso del presidente de la Asamblea Nacional, René Núñez, quien manifiesta que la guerra contra Somoza fue de lo mejor que se pudo hacer. “Le dimos libertad a Nicaragua”, dice, mientras aclara que hay personas hablando de que en el país hay una nueva dictadura con Ortega porque “eso es parte de la libertad de expresión” que hay en el país.
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