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Marisol Martínez, 26 años (q.e.p.d.).

Las fotos en el ataúd

La vida de Marisol Martínez fue sencilla y breve. Deseaba llevar a sus dos hijos a la universidad para que pudieran “ser alguien en la vida” y estaba entusiasmada, criando un cerdo para servirlo en la fiestecita de promoción de su hija menor, que en diciembre saldrá de preescolar. Tenía 26 años y habitaba en Miralagos, una comarca de la comunidad Momotombo, en el municipio de La Paz Centro, León.

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Por Amalia del Cid

La vida de Marisol Martínez fue sencilla y breve. Deseaba llevar a sus dos hijos a la universidad para que pudieran “ser alguien en la vida” y estaba entusiasmada, criando un cerdo para servirlo en la fiestecita de promoción de su hija menor, que en diciembre saldrá de preescolar. Tenía 26 años y habitaba en Miralagos, una comarca de la comunidad Momotombo, en el municipio de La Paz Centro, León.

Era rolliza y morena y cuando sonreía se le formaban camanances casi en las comisuras de los labios. Le gustaba el rojo, por eso tenía bastante ropa colorada; cantar canciones lastimeras, el gallo pinto con queso y beber cantidades industriales de gaseosa. A veces, en esas tardes lapaceñas, calientes como un horno, también tomaba cerveza. Eso está haciendo en la única fotografía reciente que pudo conservar su madre, Arelys Ramírez. En la imagen, Marisol sonríe, pero sin ver a la cámara, porque no le agradaba que le tomaran fotos. Las demás fotografías, dice doña Arelys, se fueron en el ataúd de Walter Galán, el hombre que mató a su hija.

Marisol del Carmen nació el 10 de marzo de 1988 en el hospital de León y fue la primera de los cuatro hijos de Arelys Ramírez. Su abuela paterna le puso el primer nombre, porque la vio alegre y pensó que se parecía un poco “al mar y el sol”. Su abuela materna la llamó Carmen, porque “se daba un aire” a una hija fallecida años atrás. La niña creció en Miralagos y estudió en la escuelita de la comarca hasta el cuarto grado de primaria. Abandonó los estudios cuando conoció a Walter Galán y empezaron a ser novios. Ella tenía 12 años y él 14. Luego “huyeron” para vivir juntos y cuando ella contaba 15 años nació el primer hijo de la pareja.

[doap_box title=”Secuelas del crimen” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Las familias de marisol martínez y su victimario, Walter Galán, ya no se hablan. Doña Arelys Ramírez, mamá de la víctima, decidió irse de su casa, por el bien de la hija menor de Marisol, de 5 años, quien presenció el crimen.

Ella y su hija Mercedes compraron un solarcito con el dinero que estaban ahorrando para una lavadora. Ellas mismas lo rozaron y ahora están buscando ayuda para levantar un rancho, instalarse y comenzar de cero. Han recurrido a la Alcaldía de La Paz Centro, pero nadie les ha dado respuesta. Mientras tanto viven en la casa que una pariente les prestó.

El mundo se les detuvo desde la muerte de Marisol. Doña Arelys dice que cuando recuerda lo que pasó se le quitan las ganas de seguir adelante. Pero sabe que debe encontrar fuerzas para cumplir el deseo de su hija: que sus nietos estudien.

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Desde niña a Marisol le gustó jugar “bola pateada” y hasta tres meses antes de que la mataran lo hacía los domingos en un cuadro de La Paz Centro, donde cubría tercera base o home. “Decía que así también bajaba de peso”, cuenta su hermana Mercedes Aracelly, de 21 años. Por la poca diferencia de edad, crecieron juntas y tuvieron una relación muy cercana. Cuando eran pequeñas se iban en bicicleta a mostrar catálogos de perfumes, jabones y cremas a cada casa de Momotombo. “Regábamos productos y tomábamos pedidos. A ella siempre le gustó vender cosas”, recuerda Mercedes.

En la casa se vivía de la echada de tortillas. Marisol y su mamá se levantaban de madrugada para barrer la casa, ir al molino y empezar a palmear. Entre las dos sacaban unas 400 tortillas. A mediodía los niños llegaban del colegio y la familia almorzaba. Si Marisol estaba muy cansada tomaba una siesta, si no pasaba viendo novelas hasta las 4:00 de la tarde, hora en que había que nesquizar el maíz para la masa del siguiente día. A las 8:00 ya estaban todos dormidos. Esa era la rutina diaria de este hogar hasta el 23 de junio de 2014.

Solo los fines de semana hacían nacatamales. Walter, quien trabajaba cuidando vacas en el campo, era el encargado de sacrificar al cerdo y las tres mujeres de la casa lo destazaban. El animal era traído desde lejos, por Marisol y Mercedes, que lo iban arreando por las calles, un poco ahogadas por el calor y la risa.

Arelys Ramírez, de 45 años, madre de Marisol Martínez. Al fondo, el hijo mayor de la víctima. También dejó una niña de 5 años.

EL FINAL

Los problemas comenzaron un mes antes del crimen. “Él tenía muchos celos y eso a ella no le gustaba”, cuenta doña Arelys, con los ojos llorosos. “Le metían ideas de que la miraban aquí, la miraban allá. Él venía furioso, peleando con ella, y ella le decía: ‘Si vos pensás que soy vaga, mejor dejémoslo. Andate’”. Finalmente Marisol decidió separarse, pero en la semana que antecedió a la tragedia, Walter siguió visitando la casa y ella le servía comida cada vez que llegaba. “Jamás esperamos lo que pasó”, dice Mercedes.

La noche del 23 de junio, Marisol preparó una carne asada para celebrarle el Día del Padre a la pareja de su mamá. La familia estaba comiendo en el patio trasero cuando la niña de 5 años dijo que tenía sueño y su madre se levantó para irla a acostar. Al poco tiempo, doña Arelys empezó a inquietarse y le pidió a Mercedes que averiguara por qué “la Mari” no volvía. Pero en ese momento la pequeña salió corriendo de la casa, gritando: “Corré mamita, que mi papá cortó a mi mamá”.

Corrieron al cuarto y la hallaron agonizando, con una mano en el pecho. “Medio levantó la cabeza y ya no volvió”, narra su madre. Más tarde la niña contaría cómo sucedieron las cosas. Su papá saltó por la ventana del cuarto y preguntó: “¿Entonces, Marisol, que ha decidido?”. Ella respondió: “¿Qué voy a decidir si te acabás de ir? Ahorita no quiero nada con vos”. Él solo dijo: “¿Ah sí?” y empezó a herirla con un machete.

Apenas 24 horas más tarde, cuando el cuerpo de Marisol era velado, el femicida se suicidó con la misma arma. Prefirió degollarse antes que dejarse capturar y “su muerte fue instantánea”, concluyó la Policía de León. El hijo mayor de la pareja, un niño de 11 años, relató que la familia de su padre decidió echar las fotos de Marisol en el ataúd de su victimario.

“No tenemos ni una foto para recordarla. Él (Walter) se las había llevado todas porque no la podía ver de short corto o de licra. Hasta le escondía la ropa”, lamenta doña Arelys.

A Marisol le encantaba mandar mensajes en cadena desde su celular. Enviaba pensamientos y versos a todas sus amistades. Y el lunes de su muerte, a eso de las 8:00 de la noche, minutos antes del crimen, mandó los últimos dos. La destinataria fue su hermana.

El primero decía: “Dios me regaló su bendición y me dijo: ‘Obsequia amor y amistad a alguien especial’ y enseguida me acordé de ti. Te quiero mucho”. El segundo mensaje terminaba así: “Siempre estarás en mi corazón. ¡Nunca lo olvides!”. Mercedes los lee una y otra y otra vez. Así se engaña un poquito, pensando que Marisol todavía no se ha ido.

Sección Domingo Arelys Ramírez Marisol Martínez archivo

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COMENTARIOS

  1. Elizabeth
    Hace 10 años

    Es horrible el dolor q estan pasando las familias y amistades cuando se pierde un ser querido q Dios les de fortaleza. Espero q la Alcaldia de dicho municipio les ayude lo mas proto pocible

  2. Oporta
    Hace 10 años

    Amalia: Tus reportajes han mejorado increiblemente. Los tres ultimos de esta serie me han gustado mucho, sobretodo la “punch line” del final. Lastima que la historias sean de una tragedia que flagela al pueblo…pero asi es la realidad y hay que retartarla para tratar de cambiar el rumbo

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