Cada golpe que lanza en el cuadrilátero podría ser el último. Cuando pelea nadie se imagina la historia de su vida: drogas, pandillas y violencia. Las personas gritan y disfrutan sus nocauts, que con un suspiro de poder destrozan a sus oponentes. El boxeador Roberto Arriaza saluda a la muerte a diario y con su mirada endeble dice: “Tengo miedo que en otra recaída ya no sobreviva”.
Su récord de 7-0-0, 7 KOS muestra la dimensión de su pegada y con 24 años batalla por no regresar al fruto de la tragedia de su vida, la cual ha sido principalmente las drogas. “Desde los 13 años consumí drogas. Primero inicié con la piedra de crack, luego con la marihuana y un poco de cocaína. Me convertí en rebelde porque no tenía riendas. Cuando murió mi papá de cáncer mi abuelita no podía controlarme”, recuerda Arriaza.
En Chinandega no puede regresar porque tiene rencillas de muerte y en Estelí huyó de adolescente porque lo iban a matar. “Una perforadora de zapato una vez me la enterraron por mi omoplato y estuve cerca de morir”, relata, mientras comenta que su entrada al boxeo fue casual.
Es un joven lleno de ilusiones y su talento está sobre todas las cosas, pero en octubre del año pasado cayó en un abismo de sustancias que lo alteran. Sin embargo, desde enero lucha contra sus impulsos. “Soy muy violento. Pierdo la conciencia y hago locuras, tengo miedo de que un día mate a alguien, termine preso o que me maten”, dice.
El 23 de agosto se enfrenta a David Bency, —seguro ganará— pero su verdadera lucha aún no termina. Es un guerrero de la vida.
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