Con los homenajes ofrecidos a Rubén Darío, en ocasión de su llegada a Nicaragua en 1907, y su arribo en tren a la capital, Francisco Bautista Lara (Managua, 1960), inicia su novela más reciente: Manantial, utilizando el ambiente festivo con que las autoridades y la población recibieron al poeta, para meter en escena a su personaje central, al extraño y controversial ciudadano de la época, don José Zacarías Guerra, devenido después de su muerte, en sorpresivo y sorprendente filántropo, y cuya obra perdura un siglo después.
Artificio narrativo
En esta novela —segunda de su autoría—, el también experimentado poeta y ensayista, Bautista Lara se vale de una serie de recursos literarios para sustentar el ambiente de la Managua de principios del siglo XX, entre ellos la intertextualidad propiciada por notas de los diarios de la Managua de entonces: El Porvenir, La Noticia, El Progreso, La Tarde, El Comercio, y El Diario Moderno; versos de un poema de su libro Huellas del otoño (2012), y hasta textos de invitaciones a diferentes homenajes ofrecidos al pródigo poeta.
Es interesante el artificio usado por el autor para caracterizar a su personaje. Esgrimiendo el saludo circunstancial que en la algarabía recibe de Rubén, y que causa emoción en su corazón, a pesar de la angustia por el vacío interior que no logra descifrar, el lector tiene al alcance de la vista los pensamientos y rasgos psicológicos de aquel, expresados en sus deducciones y comparaciones con el recién llegado: Me pregunto por la soledad de él en la multitud y de la mía, donde no hay nadie. ¿Cuál es la diferencia? Mientras él cuenta con el reconocimiento de aquí y de allá, de muchos lados, yo, en mi mundo pequeño, reducido y desgastante, víctima de la incomprensión y el olvido, a veces del desprecio y la ofensa, de mis prejuicios y herencias, igual que él ¿llevamos cargas similares, despojados de los trajes y las pomposidades, cuando nos encontramos con nosotros sin la pluralidad?, eco mental con que el escritor también nos recuerda la frágil personalidad de Darío.
José Zacarías Guerra
Allí están, precisada en pocas palabras, las características de su personaje, huraño y retraído de la sociedad en la que le tocó vivir y padecer desde su infancia bastarda, condición acentuada en su adolescencia, y que lo distanciaría para siempre de las mujeres, cuando al bailar, ¡por fin! con una coetánea admirada por él, el roce del cuerpo virgen lo excitó tanto que lo hizo eyacular irremediablemente, enclaustrándolo para siempre en su mundo las risas y burlas de la moza.
De allí en adelante, con la recreación de la Managua provinciana de entonces, transcurre la vida de José Zacarías Guerra, cada vez más distanciado, retraído y tacaño, soportando una carga cada vez más pesada, soledad apenas atenuada por la cercanía de una mujer, su empleada, Matilde, y su perro, Lobo. Vive para trabajar y acumular plata, evita gastar más de lo necesario para sobrevivir. Poco a poco se somete a su despiadada austeridad, la que se expresa en los trajes alguna vez elegantes, ahora desvaídos y descuidados.