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La olla podrida

En un país no muy lejano había una gran olla podrida, que todos los habitantes veían y olían, excepto aquellos que estaban muy cerca de ella que, acostumbrados a este tufo, todo aquello que oliera diferente era tomado como una amenaza. Hubo algunos que valientemente comenzaron a luchar para extirpar este mal olor que no les dejaba vivir en paz. Utilizaron diferentes estrategias individuales y colectivas, a veces tenía su repercusión, pero era pasajera. Mientras tanto el tufo de la olla seguía siendo más fuerte en la medida que pasaba el tiempo.

(Cuento alegórico)

En un país no muy lejano había una gran olla podrida, que todos los habitantes veían y olían, excepto aquellos que estaban muy cerca de ella que, acostumbrados a este tufo, todo aquello que oliera diferente era tomado como una amenaza. Hubo algunos que valientemente comenzaron a luchar para extirpar este mal olor que no les dejaba vivir en paz. Utilizaron diferentes estrategias individuales y colectivas, a veces tenía su repercusión, pero era pasajera. Mientras tanto el tufo de la olla seguía siendo más fuerte en la medida que pasaba el tiempo.

Algunos más listos que adversaban la gran olla, al ver que nada les funcionaba, comenzaron a interrogarse qué pasaba, dónde estaba el problema. El primer asombro fue el darse cuenta que el mal olor de la olla grande no les permitía percatarse que parte del mismo emanaba también de lugares cercanos, que ellos también tenían sus micro ollas, pero nada comparable con el de la Olla grande. Claros de que cada uno arrastraba un pequeño mal olor, decidieron hacerse baños especiales para erradicarlos de sus cuerpos hasta que lo lograron. Desde ese momento estas personas tomaron conciencia que antes de ver el tufo ajeno había que revisar el propio.

Agudizaron su olfato y advirtieron que había un segundo obstáculo a resolver: los tufos de los otros que luchaban por la misma causa por erradicar el mal olor, pero que no estaban conscientes que lo tenían. La suma de esos pequeños tufos se tornaba en anillos mal olientes que impedían desarrollar las acciones colectivas contra la gran olla porque se entremezclaban.

Quienes tenían más clara la película plantearon a sus respectivos grupos que ellos también expedían un olor desagradable y que era necesario quitar esos anillos que se convertían en la camisa de fuerza de cualquier iniciativa de cambio, muchos de ellos todavía le echaban la culpa del mal olor a la olla grande, sin darse cuenta que los anillos eran el obstáculo inmediato y por ende debían ser disueltos, si querían ver con claridad la gran foto. Esto generó contradicciones internas intragrupos y entre grupos, algunos terminaron siendo expulsados o ante su frustración de no poder convencer a los demás se separaban del grupo.

La lucha siguió, al igual que el desgaste individual y colectivo de los que la emprendían contra la gran olla. La impotencia de no poder acabar con la gran olla podrida, tuvo como contrapartida el que poco a poco fuera creciendo este sentimiento de que el primer paso era terminar con esos malos olores producidos en los anillos, de lo contrario cualquier esfuerzo era en vano.

Fue así que se hicieron baños colectivos en cada uno de los grupos lo cuales realizaron que los anillos eran los soportes sobre los cuales estaba montada la gran olla podrida; en la medida que se fueron eliminando, la gran olla se fue desmoronando, a tal punto que cuando se deshicieron del último anillo, la olla podrida desapareció por arte de magia y el tufo también.

Desde entonces, para que no vuelva a producirse esta olla hedionda, se decidió a nivel institucional desarrollar un proceso de educación masiva e intensiva en nuevos hábito de higiene desde la familia y la escuela y en las diferentes formas de organización social, asumiendo todos el firme compromiso de estar atentos a que este mal no se repita en las nuevas generaciones.

(Managua, enero 2014)

Cultura Cuento Melvin Sotelo Avilés archivo

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