La injusticia es lo que más brota en Nicaragua, la injusticia de salarios, la injusticia de pactos y acuerdos políticos para favorecer a una élite, la injusticia en la pobreza, la injusticia de repartir solo a los pobres de un partido y no del otro, injusticia en los cobros de luz y de energía, la injusticia en los impuestos, una nube negra pesa sobre Nicaragua, la injusticia crea frustración, indignación, recelo, pero sobre todo se pierde la paz interior. ¿Vives realmente en paz en este país? —la paz no es ausencia de guerra, es la presencia de la justicia en todo.
Todas las injusticias y corrupciones se deben a la falta de respeto. “No existe una sola injusticia que no manifieste una actitud irrespetuosa del sujeto que la haya cometido”. Si hacemos una reflexión personal y con sinceridad objetiva observamos que el irrespeto es una conducta generalizada, enraizada poco perceptible inclusive. Todos hemos hecho y hacemos actos de irrespeto. Aunque la falta de respeto se hace por varios motivos, ignorancia, mala educación, falta de fijeza, temperamento etc., su rasgo se encuentra visible en esta sociedad posmoderna, debido a una estropeada subjetividad, en esa actitud narcisista que busca incesantemente el ego en todo lo que se dice, hace o piensa. Esto da como resultado tener una actitud de creer que somos mejores que los otros, esa hipertrofia subjetivista como lo llama Masferrer también sufre una deformación de los sentimientos, dando una supremacía como si estos fueran el fin primero y último del hombre. Creemos que todo gira en torno a nosotros según esta actitud, sin embargo la realidad no es así, y nos arroja entonces a un desasosiego, nos frustra porque necesitamos satisfacer el ego con reconocimientos, militancia, estatus, distinciones, atenciones especiales, la agenda de casa la pongo yo, y prosigue una insatisfacción. Hablamos de mi tiempo, mis hijos, mi cuerpo, mi satisfacción, mi poder, mi puesto, mi cargo, mi gremio, mis derechos. Esa insatisfacción provoca malestar y fricciones. Esa no es la realidad, sino una distorsionada visión de la realidad, que es una realidad de nosotros, de vosotros, de todos, de colectividad, de familias, no de mi ser único. El irrespeto tiene su origen en el descuido o desprecio de la realidad misma de lo que uno es, y de lo que los demás son. El respeto significa atención o consideración. El reconocimiento nace del reconocer la realidad de forma objetiva. Pero entonces ¿qué actitud respetuosa puede tener alguien cuyo ego le lleva a pensar que es mejor que los demás y que los demás están equivocados?, ¿qué gobierno puede proclamarse legítimo si se cree superior que el ciudadano?, ¿cómo podrá haber paz si el funcionario se siente más que el individuo, que el usuario?, ¿cómo no habrá paz si yo me siento más que tú?, ¿cómo habrá paz si te proclamas dueño de todos y fiscalizador de todo, me callas y eres indiferente a mis peticiones?
El irrespeto es la desvinculación y desprecio de la realidad. Anteponer la satisfacción de los propios deseos e intereses frente a la realidad de lo que uno es, de la propia dignidad conduce a la falta de respeto hacia uno mismo. “Ante todo respetaos a vosotros mismos”, decía Pitágora. Y a veces caemos en mendigar o exigir ese respeto a nosotros mismos, en el mejor de los casos. Sin respeto no cabe la confianza y el diálogo, claves para una convivencia social, plural y democrática. Y si no existe respeto, confianza y diálogo se carece de paz y justicia.
La autora es abogada.
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