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Vega Matus en natalicio

Hay compositores que definen con deliciosa pasividad, la temporalidad como cuando en éxtasis se muere de un beso o como cuando se preludia la agonía del crepúsculo.

JOAQUÍN ABSALÓN PASTORA

Hay compositores que definen con deliciosa pasividad, la temporalidad como cuando en éxtasis se muere de un beso o como cuando se preludia la agonía del crepúsculo.

Alejandro Vega Matus dentro de su fecundidad fue espléndido en ese género. Nació en Masaya el 17 de agosto de 1875 y por esa razón se le celebra anualmente con un festival concebido para recordarlo. La orquesta que dirige el maestro Pablo Buitrago dio un concierto en el templo parroquial La Asunción donde se trajeron al presente nombres vinculados con la vida del compositor: Emma, Amanda, Amelia y desde luego Murió de un beso todo en orquestación como la que amaba el maestro cuya obra no ha podido alejarse de la sensibilidad del temperamento fernandino asociado con la índole salerosa.

Vega —insistió— era una especialista en la serenata que inspira al último suspiro. El más notorio ejemplo lo manifiesta la gavota, intermezzo que hizo camino Murió de un beso. El solo título poético y explícito caracteriza el contenido vertebrado en la sutil melancolía. El oído cuando escucho esta pieza escrita para sexteto de cuerdas —modelo de la música de cámara— me conecta con el adagio.

En Murió de un beso hay encantamiento con el violín que llora y fenece acorde con sus colegas de cuerdas.

Cultura Alejandro Vega Matus Natalicio archivo

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