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Chepe y sus caites

Don Diego y Dona María Castillo tenían 15 años de vivir en su casa en Las Salinas, en el departamento de Rivas, a unos escasos 8 kilómetros de las hermosas playas del pacífico nicaragüense. La propiedad de los Castillo tenía unas 20 manzanas de pasto, cultivos de maíz, frijoles y otros. Además de tener unas 15 cabezas de ganado, los Castillo tenían los animales de granja de rigor en una finca, como caballos, bueyes, gallos, gallinas, chanchos, etc.

Don Diego y Dona María Castillo tenían 15 años de vivir en su casa en Las Salinas, en el departamento de Rivas, a unos escasos 8 kilómetros de las hermosas playas del pacífico nicaragüense. La propiedad de los Castillo tenía unas 20 manzanas de pasto, cultivos de maíz, frijoles y otros. Además de tener unas 15 cabezas de ganado, los Castillo tenían los animales de granja de rigor en una finca, como caballos, bueyes, gallos, gallinas, chanchos, etc.

La propiedad era bordeada por el río Cuascoto, que en un buen invierno se crecía y su corriente agarraba una furia como la de un potro endiablado. Don Diego y Dona María tenían una hija mujer que era la mayor, y cinco hijos varones. José, o Chepe a como le decía todo el mundo, era el cumiche, y por lo tanto el más pegado a su Papa. Para septiembre del 48 Chepe ya tenía ocho años, y para ese entonces ya tenía dos años de hacer trabajos arduos propios de una finca que su Papa le encomendaba.

A Chepe le encantaba acompañar a su Papa en los fines de semana y en las tardes a hacer los trabajos del campo y a los ocho años ya sabía hacer un sin fin de tareas del campo.

Chepe dormía con sus cuatro hermanos varones en un cuarto, su hermana mayor dormía en un cuartito solo para ella, y Don Diego y Doña María en otro cuarto. Chepe era el último en dormirse ya que era muy estudioso y se quedaba despierto haciendo sus tareas de colegio y leyendo con una candela, y también era el primero en levantarse porque le gustaba madrugar y ser el primero en bañarse y en tomar su café con su gallo pinto, cuajada y tortilla.

A Chepe le encantaba el refrán que su Papa le recordaba constantemente: “El que madruga come pechuga, y el que se tarda, come albarda”.

Eran las seis de la mañana de un sábado, y Don Diego estaba rozando el predio para sembrar maíz de postrera, cuando le dijo a Chepe, quien se había ido a trabajar con él desde las cuatro y media de la mañana: “Mira chavalo andá al río a traerme un calabazo de agua, y llevate a la yegua, pero asegurate que la persogués para que tome agua. Cuidado la montás que esa jodida es arisca”. Chepe , además de ser un excelente trabajador, era un chavalo aventurero, arrimó la yegua a un árbol y se montó en ella, desobedeciendo a su Papa. Cuando iba camino al río una correntada de viento se vino y unos tincos salieron volando, asustando a la yegua, que salió desbocada.

La yegua corrió como un kilómetro antes que Chepe saliera en el aire, y al caer al suelo aplastó el calabazo, quebrándolo en mil pedazos y golpeándose las costillas. El teniente Villarreal venía caminando y encontró a Chepe en el suelo. Lo levantó, y Chepe llorando le dijo: “Teniente, por favor no le diga a mi papa que me botó la yegua, que si lo llega a saber me mata”. El teniente le contestó: “No te preocupés Chepito, no le diré nada, pero vos tampoco le digás cuando llego a romancear a tu hermana”. Chepito le tuvo que aceptar la propuesta al teniente. Al verlo llegar llorando y con los pedazos de calabazo, Don Diego le dijo: “Ideay chavalo, y qué te pasó?”, Chepe le contestó: “Ay Tata es que fíjese que estos jodidos caites se me enredaron en una raíz y me caí encima del calabazo, verdad teniente?” “Vení hijo, no te preocupés”, le dijo Don Diego, “hoy mismo le digo a tu Mama que te compre unos zapatos para que ya no tengás que andar con caites”.

En la tarde Don Diego estaba listo para seguir trabajando, pero esta vez le dijo a Chepe que se quedara en la casa y que le diera de comer a los bueyes. Chepe estaba encantado ya que a él le gustaba darle de comer a los bueyes, y hasta les hablaba.

“Ya ven bueyes que no hay mal que por bien no venga. Ahora voy a tener zapatos nuevos y hoy me puedo quedar jugando con ustedes y dándoles de comer”, Chepe les dijo al Brillante, al Gurrión, al Talento y al Galán, que eran los cuatro bueyes que conformaban las dos mancuernas de la finca: “La próxima vez que vaya a traer agua, me voy con ustedes en vez de montar esa jodida yegua”.

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