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Escapar de Managua

Vengo pensando en escapar de Managua desde hace años. No es una idea nueva, la pienso cada vez que al final de un mal día me encuentro con un mar de vehículos de todo tipo haciéndome estresante el retorno a casa en Carretera Nueva a León; de hecho, haber elegido vivir fuera de la ciudad, apenas afuera para ser más exacto, ha sido mi más firme protesta y primera medida de seguridad contra esta Managua descorazonada que cada día crece más junto al peligro que siempre la amenaza.

Por José Adán Silva

Vengo pensando en escapar de Managua desde hace años. No es una idea nueva, la pienso cada vez que al final de un mal día me encuentro con un mar de vehículos de todo tipo haciéndome estresante el retorno a casa en Carretera Nueva a León; de hecho, haber elegido vivir fuera de la ciudad, apenas afuera para ser más exacto, ha sido mi más firme protesta y primera medida de seguridad contra esta Managua descorazonada que cada día crece más junto al peligro que siempre la amenaza.

Tengo mis razones para temerle a Managua. La capital luce como la ciudad más vulnerable del país ante un sismo por las 18 fallas sísmicas que la atraviesan, una zona de alta densidad poblacional de 4,506 habitantes por kilómetro cuadrado donde viven cerca de 1.5 millones de personas.

Un estudio del Sinapred, presentado en enero del 2010, a raíz del sismo de Haití, estimó que un terremoto de 6.9 grados provocaría en Managua unos 30,801 muertos, 123,202 heridos y 317,304 damnificados.

Sin embargo, aunque el temor colectivo más grande en Managua probablemente sean los terremotos, hay otros datos que vuelven a la ciudad más temible aún: entre 1999 y 2007 ocurrieron 33 deslaves en el municipio. No hubo víctimas oficialmente, pero existe la posibilidad de una avalancha que borre la ciudad de un plumazo.

Se trata del peor escenario de desastre, pero puede ocurrir y la posibilidad es tan real que las instituciones del Sinapred no descartan que un día ocurra.

Es lógica la preocupación: Managua está asentada entre las sierras de El Crucero, cuyas alturas alcanzan casi mil metros sobre el nivel del mar, y el lago Xolotlán, con 32 metros sobre el nivel del mar. La distancia de la cúspide de El Crucero y la orilla de Managua en el lago es de 22 kilómetros y un deslave de allá, llegaría acá en menos de cinco minutos.

Esta idea obsesiva de salir corriendo de esta ciudad desordenada y caótica se me acentuó en abril pasado, cuando los sismos revivieron las teorías apocalípticas sobre el final trágico de esta ciudad que ha caído abatida por dos terremotos en un mismo siglo.

Pensar en huir de la capital, y sentar futuro en Carazo, Granada o Rivas, quizás en Matagalpa, es lo que pasaba firmemente por mi cabeza mientras trataba de salir del río bravo en que de pronto se convirtió la ciudad el 23 de agosto pasado.

Ese día, normal hasta las 5:00 p.m., me percaté que un diluvio se cernía sobre la capital y entonces agilicé el paso para apagar la computadora, archivar los datos y salir huyendo. Pensaba que si el aguacero me tomaba por Linda Vista, no me afectaría tanto el retorno a casa, pero no contaba que a las 5:25 p.m., cuando salí del estacionamiento, era la “hora pico” en Carretera Norte y el solo hecho de salir de la oficina me tomaría, a lo sumo, 12 minutos.

A las 5:35 p.m. el cielo se desgajó con rayería y vientos. Pronto se hizo noche y las calles empezaron a desaparecer para convertirse en corrientes de aguas bermejas.

Un trueno sonó escandaloso, par de centellas atravesaron la bóveda celestial y la energía eléctrica desapareció de los semáforos. El caos dio la orden de salida y empezó el calvario para la ciudad.

A la altura del antiguo Cine González tuve que doblar para irme por las calles secundarias, pues hasta donde podía ver, la corriente que crecía allá de frente sobre mi ruta cubría la altura de las llantas de un Toyota Yaris, que es de mayor altura que el Kia Picanto que yo manejaba.

Mi idea era llegar a la gasolinera ubicada del Ministerio de Trabajo hacia el lago, estacionar y esperar a que bajara la intensidad de la lluvia. Managua está jodida, pensé.

Y de pronto el jodido era yo: para llegar a esa gasolinera, a unas cinco cuadras, debía pasar al menos cinco ríos, perdón, cinco calles y en una de ellas, la última, la corriente era tan fuerte que cubría más allá de la altura de las llantas. Lentamente logré llegar y me estacioné en la gasolinera, que era ya una isla llena de vehículos que esperaban en la seguridad del sitio, antes de arriesgarse llegar a sus destinos bajo las corrientes que convirtieron las avenidas de la ciudad en ríos.

Estuve ahí hasta las 7:00 p.m. cuando las aguas amainaron. Luego, cuando proseguí, vi que el desastre era mayor: sin luz, mucha gente sacando con baldes y escobas el agua metida en sus casas, árboles caídos, grandes piedras y ramas sobre las vías, tuberías rotas, vehículos apagados a todo lo largo de las calles y el caos vial natural de la “hora pico”, suspendido por las dos horas de lluvia, retomaba su ritmo frenético en una Managua que había quedado peor que antes.

Salir de la ciudad, huir de ella, me tomó varias horas más. Cuando logré llegar a casa, a las 10:30 p.m., cansado, hambriento y preocupado, no pensaba otra cosa en que debía escapar de Managua, después de todo no es una ciudad segura y su presencia está históricamente desafiando los pronósticos de un final trágico que, tarde o temprano, habrá de llegar.

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Sección Domingo lluvias Managua tráfico archivo

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COMENTARIOS

  1. Hace 10 años

    apuntes anotados en este articulo, eso si es una realidad

  2. pedro
    Hace 10 años

    El autor de este reportaje, esta exagerando demasiado todo, el terremoto de Abril fue de 6.2 y no provoco miles de muertos, es cierto que el menciona un terremoto de 6.9, pero de acuerdo a un articulo que lei en alguna parte seria raro un terremoto de esa magnitud en esta zona, en cuanto a deslaves, creo que solo el volcan san cristobal tendria que deslavarse para cubrir una ciudad de mas de 500 km cuadrados, y en cuanto a las lluvias lo que paso el 23 de Agosto fue un suceso rarisimo.

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