Una explosión, en las cercanías de la Fuerza Aérea y de la terminal de la pista del Aeropuerto Internacional, está cargada, en Nicaragua, de interpretación política y, por lo tanto, de suspicacia y de porfiada incredulidad. Al Gobierno le correspondería coordinar la investigación y la información fidedigna del suceso, dejándolo en las manos profesionales que corresponda.
Pero, como todo lo que proviene de un gobierno poco transparente, que piensa que la política sea el arte del engaño, hasta un acontecimiento físico simple, como una explosión aleatoria, suscita controversia y buena dosis de anarquía especulativa.
Si se presume, con alguna intuición metódica, que la explosión que se escuchó por toda Managua, la noche del sábado 6 de septiembre, fue causada por un meteoroide, sería lógico que la Academia de Ciencias de Nicaragua tomase en sus manos las investigaciones pertinentes, sin que tal hecho genere la más mínima controversia.
En cambio, el Gobierno llama a una conferencia de prensa, bajo la conducción de Fidel Moreno, para brindar las especulaciones de los funcionarios del Ineter asociados a las ciencias geológicas (que, obviamente, a doce horas del suceso, no han tenido tiempo de realizar investigación o consulta alguna con personal científico especializado en el estudio de los meteoritos), con lo cual se orquesta la conferencia desde la perspectiva de un comisario político del poder absolutista.
El escritor danés Hans Christian Andersen, en 1837, se hizo famoso por un cuento pensado en una situación límite del engaño. ¡El autoengaño! Bastaba —caviló Anderson— que anunciara, indirectamente, que la verdad solo sería asequible a los tontos, para que todos fingiesen creer en la mentira, engañándose a sí mismos, en doble sentido.
El rey endosaría un traje confeccionado por unos sastres prodigiosos, de modo que la vestimenta real resultaría invisible solo a los tontos. Los vasallos y los zalameros adosados al rey pensarían:
—¿Cómo? ¡No veo el traje! Me tomarán por tonto, y me harán de menos. Debo engañar al resto de cortesanos y fingir que veo el traje que, en realidad, no veo.
Al ver que el rey se paseaba desnudo, le alababan la elegancia sin par del traje (invisible). Los sastres, pícaros y perezosos, quienes no habían cosido traje alguno, engañaron a todos y, todos —por conveniencia— se engañaban, a su vez, entre ellos mismos.
A este nivel de autoengaño ha llegado la sociedad nicaragüense bajo el gobierno de paz, amor, reconciliación nacional; profundamente cristiano, socialista, solidario. El orteguismo, como los sastres embusteros, ha construido un país invisible donde se vive bonito, prosperados y en victorias, con el pueblo presidente y el poder ciudadano.
Quien compruebe que todo es falso, y no vea un país bonito, que es efectivamente invisible, será marginado de la vida social. El Güegüense finge. El rey engaña, y es engañado, y cree que es rey.
En la conferencia de la comisión de expertos, organizada por Fidel Moreno, el señor William Martínez dio la tónica ambigua con que se abordaría el evento:
“En este sentido, —dijo— lo más incomprensible de la naturaleza es que es comprensible. ¿Qué quiero decir con esto? Lo que queremos decir es que podemos ir descartando e ir ya señalando realmente de qué se trata”.
Esta jerga presuntuosa, que no dice nada, es la forma en que un gobierno oscuro intenta explicar algo, cuando tiene interés en imponer una versión. Ha perdido para siempre la ruta sencilla, fuera de la demagogia. Y no resulta creíble para nadie.
La frase de Einstein: “Lo más incomprensible del Universo es que sea comprensible”, corresponde a una reflexión filosófica sobre los límites flexibles de la razón humana que, como expresión de la materia en evolución, ha llegado a comprender la evolución de la materia (que supera infinitamente el poder de la razón). Nada tiene que ver esta reflexión ontológica (acerca del concepto de lo que puede ser comprensible), con mostrar evidencias que expliquen el fenómeno concreto de la explosión ocurrida.
Desde otra cultura, el ingeniero Wilfried Strauss, miembro de la comisión, afirma correctamente: “Tenemos que investigar para confirmar nuestras hipótesis, de que es un meteorito, y trabajamos para encontrar los elementos para probar nuestra idea”.
Nada que añadir. Así se procede, sin embustes ni fanfarronadas.
El autor es ingeniero eléctrico
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