Los nicaragüenses hemos sido muy particulares acerca de la organización de nuestra vida económica. Durante la década de los ochenta el concepto sandinista de propiedad socializada y economía planificada nos llevó a conocer los licenciosos casos de acumulación de capital individual jamás conocidos en el área centroamericana, los que fueron producidos por confiscaciones masivas, asalto a los medios de producción y la malversación de fondos del erario. Actualmente, la idea de propiedad privada y mercados competitivos nos ha arrastrado —por el mismo líder del extremismo izquierdista de los ochenta, Daniel Ortega— a encontrarnos con una sociedad económicamente polarizada, donde la miseria colectiva contrasta con la exuberante concentración de capital en las manos de unos cuantos empresarios políticos. En cada caso, el entonces comandante revolucionario y hoy presidente inconstitucional de Nicaragua se ha jactado de haber adoptado un mejor sistema económico.
En su primer acto (1979-1990), Ortega y sus secuaces explotaron la noción del individuo y sus necesidades como ser social. Apoyándose en la creencia marxista de que el sistema comunitario está compuesto de clases en conflicto, Ortega promovió la división y los choques sociales entre los nicaragüenses para representarlos como fuente de cambio y mejoramiento. En su segundo acto (desde 2007 al presente) Ortega a veces pretende apoyarse en el pensamiento que la sociedad es un conjunto de entes llevados a un difícil equilibrio a través de las fuerzas del mercado. Otras veces finge ver a la sociedad y al individuo como una sola unidad interrelacionada, donde la persona está motivada por el interés propio, los valores morales, los sentimientos de fraternidad y por su posición social y económica. Esto le ayuda a vender la idea de que su principal interés es el bienestar de todos los nicaragüenses. Ortega quiere hacer creer al mundo que él está por encima del socialismo o del “capitalismo salvaje”.
Pero el encubrimiento del atraso político, económico y social de Nicaragua solo puede ser creído y apoyado por los familiares y allegados al dictador y solamente puede engañar a los que desconocen nuestra experiencia. Vivimos de tal manera que las palabras del papa León XIII en 1891 resuenan como advertencia actual en nuestro país. Fue a finales del siglo XIX cuando el Pontífice declaró que los problemas sociales de esos años eran esencialmente morales más que económicos. Él pedía que se solucionaran en base a la justicia y el amor al prójimo. Él enfatizaba que la solución a estos problemas no eran asunto de costos y beneficios, ya que la moralidad y la justicia no son eventos del mercado.
León XIII investigaba los problemas de la sociedad moderna de ese entonces y sus remedios, examinaba la naturaleza del Estado en relación al individuo y a la Iglesia y estudiaba los problemas económicos fundamentales de su tiempo. Él condenaba el socialismo, igual lo hacía con los excesos y las políticas que permitían la explotación de las masas empobrecidas. Él era un gran defensor de la propiedad privada y veía al Estado solamente como el proveedor de leyes prácticas, necesarias, destinadas a promover las buenas relaciones e instituciones sociales y la protección del bienestar de la sociedad y sus miembros.
Por esas mismas antiguas razones, Nicaragua no tiene uso para empresarios ni políticos inmorales, no hay lugar para excesos y contrastes. Y por ser nuestra lucha tan siglo XIX, debemos emprender una cruzada moral decidida —propia de los tiempos— y valernos de nuevos políticos justos y capaces.
El autor es economista y escritor
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