La noche del 25 de septiembre en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra, la juventud representada por 13 adolescentes de los dos sexos, mostró una cara distinta de la que se manifiesta con desmesurada pasión por la bulla superflua. Se presentaron como integrantes de la Orquesta Filarmónica Juvenil de Nicaragua bajo la dirección de Irma Coss.
La formación estuvo saturada de cuerdas: desde la aguda ternura del violín hasta la severa gravedad del contrabajo.
Los ojos y los oídos de los concurrentes estuvimos deseosos de comprobar la entrega al arte, pues lo que se había anunciado daba pie a las expectativas: Bach, Haendel, Carlos Ramírez Velásquez, Pachebel, Kummer, Vivaldi…
El grupo no usó el recurso del vestuario en gala. Valió el atuendo interior del alma. Los animó el interés de mostrar el efecto de los ensayos para los cuales no hubo domingo de excepción en el paréntesis pagano.
Atraídos por el imán didáctico de Irma se acercaron a la antigüedad, viajaron al barroco donde erigieron las más sólidas estatuas los invocados para quienes el tiempo no ha sido la muralla del olvido.
Esa noche mostraron las habilidades primarias, sintomáticas para el futuro. No es posible la referencia concentrada en cada uno de los expuestos, razón por la cual es válido ocuparse de solo uno de ellos para evaluar el alto grado de preparación de los jóvenes.
Me refiero y solo por su tipología al Canon, una de las formas más difíciles de ser interpretadas en la música y más cuando proviene de Johann Pachebel (1653-1706).
El Canon exige que dos o más violines interpreten exactamente lo mismo. No hay excusa para ninguna variación emancipada del tema recurrido. La Filarmónica lo abordó con la esperanza de cumplir con las precisiones de la complicada homogeneidad instrumental.
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