Pocas personas sabían tanto del atentado contra Somoza García como el doctor Guillermo Selva, ya fallecido. Fue error, decía, retirar a la seguridad leonesa, cuyo cerebro era el cabo Toribio Obando, “Pipilacha”, y reemplazarla por la de Managua que el General llevó. Si Obando hubiera visto a López Pérez quizá no le habría permitido entrar al Club de Obreros. No está documentado que este entró antes al Club a medir la distancia para disparar. Puro invento.
Desde hace años he investigado este drama. En Miami hablé con un exoficial de la Guardia Nacional (GN) ya fallecido, quien me reveló el secreto del destino del cadáver de López. Me contó que en los días del hecho estaba “apermisado” en León y que la noche del 21 fue llamado de inmediato a presentarse al Comando. Lo hizo, se le dio un fusil Garand y se le ordenó que montara guardia en la esquina del Comando. De pronto, dijo, vio venir desde el oeste un vehículo contra la vía y lo estacionaron: dos guardias bajaron dos cadáveres y los pusieron en la acera. Le dijeron que uno de esos cadáveres era el del hombre que “había matado al general”.
Los cadáveres estuvieron en esa acera varias horas Uno era de López Pérez y otro el del hermano de un GN que murió en la balacera. Al alba, llegó una camioneta; otros guardias levantaron los cadáveres y se los llevaron. Días después este oficial habló con quienes se llevaron los cadáveres y le dijeron donde los habían sepultado. Se llevó este secreto a la tumba.
Hay otros vacíos desde que Somoza fue trasladado al Hospital San Vicente. El helicóptero de la Fuerza Aérea de Somoza aterrizó en unos predios al norte del Hospital, años después convertido en cuadro de softball. En Managua a la derecha de la explanada estaba un helipuerto, donde aterrizó la nave. Desde ahí llevaron a Somoza al Hospital General y el avión hospital que envió el presidente Eisenhower ya venía volando a Managua desde Panamá.
Las personas que más vivieron este episodio fueron doña Salvadora de Somoza, el doctor Danilo Barreto Argüello, el coronel Lizandro Delgadillo, don Camilo González Cervantes, funcionario civil de la Guardia, años después nombrado coronel. Barreto Argüello, funcionario de la Cancillería, acompañaba al presidente. Estaba a dos metros cuando este fue herido. Otras personas fueron el matrimonio de don Eduardo Argüello Cervantes y su esposa Mariana Argüello Sansón.
Los movimientos de López en Nicaragua como en El Salvador se conocerían si se investigaran. En León quien más los conocía fue Armando Zelaya Castro, su cuñado y amigo. Hablé con quien fue su amiga en una escuela de mecanografía en León. Investigué que el editor de El Cronista, Corrales, recomendó a López al nicaragüense Juan Felipe Toruño, director de El Latino; este lo alojó en su casa en San Salvador. López embarazó a su doméstica y Toruño lo echó. López contactó al exteniente Adolfo Alfaro y ambos sobrevivían haciendo bolsitas de pinolillo que López vendía a dos colones.
Hace años hablé con el doctor Amador Kühl y me explicó que las heridas del general no eran letales. Somoza murió por un misterioso error clínico aún no develado.
El último mambo que bailó Somoza con una joven de apellido Castillo fue “Caballo Negro”, y la orquesta no era local sino de la Guardia. Ramón Rosa Martínez, héroe y mi correligionario PLI, sabía tanto de este drama; lo que no me contó se lo llevó a la tumba.
El autor es Abogado y Notario.
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A