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Yo, el caponero

El camino está lodoso. La lluvia que recién cayó en la madrugada de este sábado dejó la mayoría de las calles en mal estado. A las 4:50 de la mañana ni un alma se ve caminar en el barrio, y las pocas que salen, lo hacen a bordo de una mototaxi roja, en la que caben hasta seis personas, conductor incluido.

El camino está lodoso. La lluvia que recién cayó en la madrugada de este sábado dejó la mayoría de las calles en mal estado. A las 4:50 de la mañana ni un alma se ve caminar en el barrio, y las pocas que salen, lo hacen a bordo de una mototaxi roja, en la que caben hasta seis personas, conductor incluido.

La escena no cambia a lo largo de seis cuadras que camino en compañía de mi instructor Javier, quien aceptó dejarme conducir su mototaxi para contar esta experiencia. Las condiciones quedaron establecidas una noche antes: “No podés escribir mi verdadero nombre, no quiero problemas. Debe ser en la madrugada, porque hay menos caponeras y van a ser tres vueltas, si agarrás gente bueno, si no pues salado”.

La aventura comienza quince minutos después de caminar y calentar motores. La mototaxi que conduce Javier forma parte de las 1,195 caponeras, (entre triciclos motorizados, ciclotaxis y mototaxis) que circulan en Managua, según cifras oficiales. Es roja, como otro montón que se puede ver en cualquier barrio, amplia (algunas son más pequeñas que otras) y a primera vista, no parece difícil de manejar.

Le menciono que nunca he conducido una, pero que el reto no me asusta. Él solo ríe y me demuestra en una pequeña distancia recorrida como debo encenderla, acelerarla, presionar clutch, acelerar poco, meter cambio, sacar clutch, acelerar completamente, frenar y repetir una y otra vez lo mismo.

Javier es todo un experto, a medida que avanza con la mototaxi, explica tal como profesor de matemáticas en clase de universitarios. La distancia a recorrer es más de un kilómetro, de extremo a extremo. Enciendo la caponera, se me apaga, vuelvo a encenderla, se apaga otra vez, Javier me indica que al encenderla debo meter clutch, y al fin logro controlar el primer paso. Aún no he avanzado una cuadra y el primer cliente se monta en la mototaxi. Sudo, tiemblo de nervios, pero el joven instructor va a mi lado para sentir seguridad.

La mototaxi empieza a desplazarse, avanzo dos cuadras y parece que nada puede fallar, sin embargo, otro cliente hace parada y debo frenar poco a poco, mientras meto clutch, solo pienso en que será difícil arrancar de nuevo, pero esta vez ya no hay sudor, miedo un poco, pero ninguno de los clientes advierte que soy novato en esto. La primera parte de la vuelta logro completarla en cinco minutos (los conductores de mototaxi la hacen en dos), los clientes pagan el transporte y tengo los primeros diez córdobas como trabajador.

De regreso al punto de partida, Javier confiesa que aprendí bastante rápido, y que si quisiera bien podría dedicarme a conducir caponeras. El pago es regular: asegura que en un día bueno trabajando de 5:00 de la mañana a 10:00 de la noche, puede reunir hasta 650 córdobas, restando el gasto del combustible. “Eso si sos dueño de la caponera, porque si sos cadete, te toca dar 300”, explica.

En mi segunda vuelta, debo lidiar con el peso de cuatro clientes. En total vamos seis personas y el cuidado debe ser mayor. Un giro inadecuado puede llevar a estrellarnos a la cuneta de la calle o un poste, como ha ocurrido algunas veces, por lo que la velocidad se reduce. Si en mi primer recorrido tardé cinco minutos para llegar a la salida del barrio, esta vez serán más.

Es difícil ser conductor de caponeras cuando recién te estrenás. A las personas no les interesa si sos nuevo o no, si sabés manejar o no, si la calle está despejada o no. Lo único que importa para ellos es llegar en el menor tiempo posible, y si esto no se cumple, las caras largas y miradas extrañas son la respuesta del pasajero. Eso sucede en esta segunda vuelta, pero ignoro cada gesto. Mi objetivo es conocer cómo funciona el servicio de transporte. Han pasado 20 minutos desde que empecé a “trabajar” y he logrado 30 córdobas en pasajes, a razón de 5 por cliente. Falta casi media hora para que sean las seis y Javier expresa que lo que he logrado reunir en este tiempo, él fácilmente ya lo hubiera duplicado. Sonrío y me preparo para realizar el último recorrido.

En este, todo es más tranquilo, solo un cliente aborda la mototaxi, es un amigo de la infancia, que pregunta si dejé el periodismo para ganar dinero en el mundo de los caponeros. Le explico que aún no me aviento, pero que la idea no es tan mala. Al final cobro los últimos cinco córdobas, y en 30 minutos logré reunir 35 córdobas.

Javier me dice que me puedo quedar con el dinero, pues fue parte de mi esfuerzo. Le contesto que mi pago basta con permitirme vivir esta experiencia, que aunque fue en una hora en la que el trajín es mínimo, sirvió para conocer parte de lo que viven a diario los conductores de mototaxi, un trabajo que es, en teoría, fácil para quienes lo hacen diario, pero difícil para los que solo abordamos cada día este medio de transporte.

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COMENTARIOS

  1. Maria Cecilia
    Hace 9 años

    y por otro lado se puede calcular cuanto ganaron en comisiones de esas caponeras uno por hay que las trajeron al país del extranjero y las fiaron al triple del precio…

  2. Maria Cecilia
    Hace 9 años

    uy, y adonde cobran 5 pesos si lo mínimo que cobran esos caponeros son 10 pesos y si es mas largo 15 o 20. o sea, que en una hora hacen el doble de lo divulgado. entonces les va bien, ellos llevan pasajeros de ida y traen de regreso porque conocen su negocio y no van al lugar que no les resulta rentable o no hallan pasajeros en el regreso.

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