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El de la camisa amarilla

Iba en el bus el hombre este de la camisa amarilla; iba sentado junto a una muchacha que andaba un vestido floreadito.Al lado de afuera del asiento iba sacando uno de sus pies el hombre ladeando uno de sus zapatos.

Iba en el bus el hombre este de la camisa amarilla; iba sentado junto a una muchacha que andaba un vestido floreadito. Al lado de afuera del asiento iba sacando uno de sus pies el hombre ladeando uno de sus zapatos.

—Está estorbando la pasada —le dijo uno que iba y el hombre lo volvió a ver y encogió su pie, volviendo la vista enseguida adonde iba la muchacha que se acomodaba junto a la ventana.

En el bus iba poca gente a esa hora que serían las diez de la mañana y es que a mí me había cogido la tarde para ir a mis clases a la Universidad, que iba aunque tarde, pero no iba a faltar. Por aparte pues me llamó la atención el hombre ese de la camisa amarilla, que en vez de ir viendo para delante del bus solo iba volteando la cabeza mirando a la muchacha que iba allí, y no le despegaba la vista, que la muchacha, como disimulando lo que hacía, era ver para la calle sacando la cabeza por la ventana del bus.La muchacha venía incómoda y en cuanto pudo se levantó, aun saliendo con alguna dificultad, restregándose con el de la camisa amarilla, y se adelantó rápido para bajarse del bus.

Allí en esa parada yo me bajé y también ella, seguidos por el de la camisa amarilla.

Este asunto siguió pasando así otras veces más; que siempre venía detrás de nosotros el tal hombre, cada vez igual que nos bajábamos del bus.

El hombre, me fijé yo siempre iba a buscar cuando él se subía al bus el asiento adonde iba la muchacha.

Eso me interesó más que todo y en una de las veces que se bajó la muchacha, también me bajé yo siguiéndola.

La alcancé yo y le dije:

—Me he fijado que ese tipo de la camisa amarilla… —ella no me dejó terminar—. Me tiene loca —me dijo— ¿…qué hago…?

—Pero siéntese en otro lugar —le dije yo.—

Adonde sea, allí se me va a sentar él.

La muchacha me quedó viendo un ratito y casi sonriendo me dijo: _Yo a Ud. lo conozco, es Ud. escritor… ¿verdad?…

—Sí… —le dije.

—Pues veo que todo esto podría salir como un cuento… tal vez.—Así es —le dije.—

Va ver, pues, porque se lo digo… —y empezó a ella a contarme enseguida:

—Es que como yo ya no aguantaba al tal hombre… —me estaba contando— en una de esas me levanto y a pesar de restregarme contra el sucio de la camisa amarilla, pude al fin salirme al pasillo y aprovechando que era de una de las tantas paradas, me logré salir por ese lado del pasillo y así me salí fuera del bus… pero no me va creer, el desgraciado se baja también siguiéndome y me agarra del cuello, pasando la mano por mi cintura y queriéndome agarrar de la nuca, en un solo jadeo, que por suerte mía alguien que venía pasando se metió a ayudarme y lo agarró al hombre, que se le vino encima a golpes; pero el otro pudo más y lo voló patas arriba, que de suerte también apareció un policía y pudieron dominar al hombre.

—¡Cuántas cosas! —le dije.

—Yo —siguió ella— me metí en seguida al zaguán de doña Juanita Ruiz, que me ayudó poniéndome una gacilla en el vestido que el hombre me había roto.

—Bueno —le dije yo enseguida— …y el hombre de la camisa amarilla qué se hizo.

—Yo qué voy a saber —me dijo.Hasta ese momento yo me percaté que la muchacha estaba en casa de don Jacobo Báez, que le da clases a sus niñas y era allí adonde yo también llegaba a dar clases de matemática a Jacobito.

Ella pues se vino a despedir de mí.

—He tenido mucho gusto, a pesar de todo —me dijo, y me agregó— lo que sí quiero recordarle es que diga todo esto… si acaso lo cuenta.

—No tengo cuidado —le dije yo.Ella me dio la mano para despedirse y me agregó: —Por lo que pueda suceder, yo me llamo Rosita Martínez.

Cultura bus camisa amarilla narración archivo

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