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La pólvora en manos de niños es una bomba de tiempo, aunque el año pasado hubo menos quemados, es un producto que no debe estar a su alcance.

Marcados por la pólvora

Se aburrió de jugar Nintendo con los chavalos de la cuadra y se fue a acostar pasadas las 10:00 de la noche. Estaba fundido. Entre las ventas del tramo en el mercado, las jornadas maratónicas de juegos y las fiestas de Navidad y fin de año, no aguantaba más el cansancio. César Estrada era “rigioso” para jugar Nintendo. Sus amigos lo sabían, y por eso, esa noche del 2 de enero del 2004, insistieron desde la puerta de la casa para que saliera a jugar. “Deciles que no voy”, avisó César a su mamá desde el cuarto y se quedó en la cama en short y camiseta.

Se aburrió de jugar Nintendo con los chavalos de la cuadra y se fue a acostar pasadas las 10:00 de la noche. Estaba fundido. Entre las ventas del tramo en el mercado, las jornadas maratónicas de juegos y las fiestas de Navidad y fin de año, no aguantaba más el cansancio. César Estrada era “rigioso” para jugar Nintendo. Sus amigos lo sabían, y por eso, esa noche del 2 de enero del 2004, insistieron desde la puerta de la casa para que saliera a jugar. “Deciles que no voy”, avisó César a su mamá desde el cuarto y se quedó en la cama en short y camiseta.

Su cama estaba a la par de un ropero que servía de división entre su cuarto y la bodega donde almacenaron la pólvora que había sobrado de la temporada de venta en el tramo de su mamá en el mercado Iván Montenegro. Había de todo: triquitraques, cohetes, silbadores, candelas romanas, volcanes, morteros, luces de bengala, bombitas, cargacerradas. “Allí había un arsenal”, recuerda César, quien ahora, 10 años después, no sabe en qué momento ese arsenal de pirotecnia explotó y le quemó la mitad de su cuerpo: cara, orejas, parte del cuero cabelludo, brazos y piernas.

[doap_box title=”No es juego para niños” box_color=”#336699″ class=”aside-box”] El comandante Félix Téllez, jefe departamental del Benemérito Cuerpo de Bomberos, dice que una de las disposiciones para la comercialización de pólvora es que “no se debe vender productos dirigidos para menores de edad”, sin embargo, gran parte de la pólvora que se comercializa está dirigida a los menores. Téllez reconoce que en el caso de la pólvora china hay más de 400 tipos de productos distintos.
Téllez dice que este año están supervisando alrededor de 23 establecimientos de pólvora de la capital.
A Téllez le preocupa el tema del transporte de la pólvora, así como una boa se puede colar en un bus sin que nadie se percate, así algunos pobladores terminan colando fajos con silbadores y cargacerradas.
Otra medida en la que podrían pensar las autoridades en un futuro es establecer lugares específicos para la quema de pólvora, de tal manera que sean expertos en pirotecnia los que manipulen los explosivos luminosos. Téllez dice que en Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia las autoridades han avanzado en ese medida que ha ayudado a disminuir el número de niños quemados. [/doap_box]

“Quedé atrapado entre las llamas”, dice y recuerda con nitidez el estallido de los cachinflines, las luces de los volcanes y los cohetes. En medio de su somnolencia pensó que era una pesadilla, como si toda la pólvora junta que se explota un 24 de diciembre a la medianoche hubiera estallado en su cuarto. Todos los juegos pirotécnicos quemados a unos centímetros de su cama.

UNA CANDELA ROMANA PUEDE PROVOCAR UN INCENDIO

En el mundo de la pólvora no hay producto inofensivo. Eso lo ha palpado el comandante Félix Téllez, jefe del departamento de prevención del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Managua.

Téllez recuerda que hace cuatro años una candela romana provocó un incendio en una casa de Altagracia. Pasada la medianoche, un niño dejó encendida y tirada una candela en uno de los cuartos y eso originó el fuego. “Se quemó parte de la casa”, dice Téllez, quien recuerda que la unidad de bomberos llegó pronto al lugar del siniestro y lograron sofocar las llamas.

“La pólvora es un producto peligroso”, insiste el bombero quien en esta época, además de atender emergencias por sismos, está en función de capacitar a la gente que trabaja en la venta de pólvora en Managua.

Tanto el Benemérito como la Dirección General de Bomberos (DGB), están capacitando a los vendedores de pólvora.

Esta semana abrieron sus puertas los mayores negocios de pólvora en la capital. Son alrededor de 23, según el jefe de bomberos.

PÓLVORA HONDUREÑA Y CHINA

En uno de los costados de la laguna de Tiscapa se abrieron siete establecimientos. Tal vez los más grandes de Managua. Detrás de los estantes hay bodegas enormes y furgones descargando cajas de pólvora.

Hay también barriles de agua, de arena y letreros que prohíben la venta de pólvora a menores de edad y a personas en estado de ebriedad. También se prohíbe fumar en ese sector.

Cuatro de esos negocios pertenecen a la misma familia: las hermanas Ortiz, reconocidas comerciantes de pirotecnia en el mercado Oriental.

En los negocios se vende pólvora importada desde Honduras, El Salvador y China. En menor medida se vende pirotecnia nacional. “Los cohetes de Masaya han perdido calidad y ya no les compramos”, explica la comerciante Ivette Ortiz, y agrega que de la pólvora nacional lo que más calidad tiene son los cohetes leoneses.

En los últimos seis años, la pólvora china —que fue inventada en ese país asiático— está copando los estantes. Es más variada y barata. Las presentaciones de sus productos engolosinan la vista. Las cajas y paquetes que contienen bombas explosivas y artículos de luces, parecen cajas de galletas y carámelos.

Ninguno de los comerciantes dice cuánto invierte en este negocio, pero se nota que es un negocio millonario. Un comerciante dice que el año pasado, tras la quema de ocho tramos de pólvora en Matagalpa, perdió 200,000 en productos que le había fiado. “Ahora no damos al crédito, por lo menos con la mitad pagada se sacan”, comenta Ortiz.

MANO REVENTADA

Los consejos que advierten del peligro de la pólvora no llega a los pulperos que venden productos pirotécnicos al menudeo a niños y a adultos.

“A mí me gusta estallar triquitracas”, dice José Medina, un niño de unos 12 años, habitante de El Hatillo, una comunidad del Valle de la Laguna de Apoyo, donde hace siete meses explotó un mortero en la mano izquierda de Justo Pastor Molina.

[doap_box title=”Animales sufren” box_color=”#336699″ class=”aside-box”] El estallido y el fuego de la pólvora no solo afecta a los seres humanos. También animales domésticos, como perros y gatos, también son víctimas de la pirotecnia.
Los bomberos han atendido casos de incendios en los que mueren mascotas y se han hallado casos en los que se les tiran cachinflines y silbadores a los animales para asustarlos.
El medioambiente, las fuentes de agua también se exponen a la contaminación por fragmentos de pirotecnia, dice Téllez.
Pese a los letreros que prohíben la venta a menores de edad y a personas en estado de ebriedad, sin embargo, los comerciantes reconocen que en los días de fiesta llegan compradores en estado de ebriedad que se quedan fuera del negocio. “Tal vez él viene tomado, entonces se baja a comprar la mujer que viene buena”, comenta Ivette Ortiz, propietaria de un local de pólvora.
Pese a la prohibición a veces se vende pólvora a chavalos de 13 y 14 años. La regulación de la venta es nula en pulperías. pueblos y caseríos donde pasan vendedores ambulantes. [/doap_box]

Molina, de 23 años, jaló la bomba de la mecha, sin querer, y le estalló en la mano. Tres de sus dedos volaron en pedazos. El resto de su mano quedó como un grifo abierto, manando sangre. Unos vecinos lo socorrieron y lo llevaron al Hospital Japón de Granada.

Uno de los médicos que lo atendió le dijo que le amputarían la mano, pero cree que tuvo suerte porque otro cirujano que lo trató, le salvó la mano, y en lugar de un muñón le dejó un dedo entero y tres dedos a la mitad. Perdió completo el dedo de en medio. “El dedo vulgar”, dice con cierta inocencia Molina, quien siete meses después no se arrepiente de haber jalado la mecha.

“Salvé a mi niña que había agarrado la bomba”, dice mientras vuelve a ver a la mayor de sus dos hijas, una niña menuda de unos 5 años.

El mortero llegó a su casa por un accidente, dice. La trajo en una mochila su padrastro, y luego la colgó de una rama del árbol su mamá, cuando fue a lavar la mochila. Allí encontró el explosivo la menor.

Molina dice que la recuperación no ha sido muy dolorosa, lo más difícil es que no ha encontrado trabajo. “Cuando me ven la mano así piensan que no puedo trabajar, pero sí puedo”, dice Justo Pastor, quien se encarga de tareas domésticas como rajar leña.

Justo Pastor reconoce que es un producto peligroso, pero dice que, con cuidado, no teme manipularlo.

SOBREVIVIÓ A LA EXPLOSIÓN DE 100 LIBRAS DE PÓLVORA

El 14 de noviembre es una fecha que nunca olvida Jefrey Reyes Umaña. Ese día estalló la fábrica artesanal con 100 libras de pólvora del barrio Quinta Catalina de Nandaime, en la que Jefrey trabajaba.

Jefrey no vio lo que pasó. Estaba trabajando de espaldas al resto de sus compañeros. Para él era más cómodo colocar el papel que recubría la mecha de los productos explosivos que allí se hacían, donde cada día manipulaban 100 libras de pólvora. Jefrey, tenía 18 años y llevaba siete meses en ese empleo. Se sentía a gusto. Había un ambiente de camaradería entre los muchachos de la fábrica. Todos eran contemporáneos, algunos menores de edad, y siempre, después que salían de la fábrica a las seis, y cenaban, se volvían a ver en el parque para hablar. “Éramos amigos todos”, dice Jefrey.

“Estábamos laborando normal. Eran como las 11 y media de la mañana cuando ocurrió el percance. No pude ver nada. Solo sentí el impacto. Reboté en la pared y caí inconsciente”, relata el joven que se quemó la espalda, el brazo y la oreja izquierda.

“Tengo entendido que empezó por donde estaba un muchacho haciendo el compactamiento. La pólvora es tan rápida que no da tiempo de usar nada. Éramos conscientes que con la pólvora había que tener mucho cuidado”, dice Jefrey quien a los pocos días de estar hospitalizado en el Lenín Fonseca, en la unidad de quemados, fue trasladado a Boston, Estados Unidos, donde le practicaron dos cirugías reconstructivas, una de ellas le devolvió la oreja perdida.

Inmediatamente después de la explosión perdió la audición y la vista, pero los recuperó a los minutos del impacto.

Pasó un año antes de que Jefrey recuperara el aspecto que ahora tiene su brazo. Para ello, recibió injertos de las partes sanas de su cuerpo. “De las piernas me sacaron la piel”, cuenta Jefrey quien todavía lamenta la muerte de todos sus amigos, recuerda que entre los fallecidos había una pareja, marido y mujer, y ella estaba embarazada.

Desde esa tragedia, Jefrey no ha vuelto a tener contacto con la pólvora. Procura que en su familia nadie más entre en contacto con la pirotecnia.

VERSIÓN DE COMERCIANTE

El taller donde trabajaba Jefrey fue cerrado, pero ha oído que todavía funciona.

La comerciante de pólvora Martha Ortiz fue enjuiciada por la tragedia.

Ortiz sostiene que ella nunca fue la propietaria de esa fábrica y que nada más los contrataba por una cantidad determinada de productos.

La vendedora tampoco olvida el 2006. Ese año, además de la tragedia de Nandaime, por la cual estuvieron tras las rejas cuatro meses, ella y su marido, se quemaron las bodegas con pólvora que tenía en el mercado Oriental. “Perdí todo, quedé en la ruina”, afirma y dice que ahora ha resurgido como “el ave Fénix”.

[doap_box title=”500″ box_color=”#336699″ class=”aside-box”] productos distintos de pólvora se comercializan en los grandes establecimientos de pólvora autorizados por la Policía y supervisados por los cuerpos de bomberos del país. Estos negocios abastecen al resto del país. [/doap_box]

Cree que ambas tragedias del 2006 sentaron un precedente. Desde entonces, autoridades y comerciantes aprendieron a usar la Ley 510 para “el control y regulación de armas de fuego, municiones, explosivos y otros materiales relacionados”, como la pólvora.

En los últimos dos años, no se ha vendido más pólvora en el Oriental y es prohibida entre los vendedores ambulantes, dice Félix Téllez, comandante del Benemérito Cuerpo de Bomberos.

PREDICAR CON EL EJEMPLO

“Nunca me gustó la pólvora”, dice César Estrada, diez años después de su tragedia. Mucho antes de su quema en el 2004, César, de 11 años, había tenido un incidente con una bengala y no había vuelto a tocar nada de pirotecnia.

Después del accidente, la mamá y los hermanos de César, decidieron no vender más pólvora. César ahora está vinculado a la Asociación Pro Niños Quemados de Nicaragua (Aproquen). Es un activista, imparte charlas y da consejos a los menores para evitar quemaduras de cualquier tipo.

César tenía 15 años cuando la pólvora lo despertó con la piel hecha jirones. Tardó dos años, en cirugías y tratamientos, antes de recuperar su vida. Ahora está casado, tiene una hija, estudia en la universidad y trabaja en el mercado Iván Montenegro.

El fuego le dejó marcas por las que roba miradas y arranca preguntas de desconocidos en la calle.

“Hay niños que pasan por el tramo y me preguntan qué me pasó, y yo les digo que me quemé, que por eso no deben jugar con fósforos ni con agua caliente. Les digo mentiras, pero es una mentira para ayudarlos a tener cuidado”, dice César.

“La pólvora es un producto peligroso, por eso está regulada en la Ley 510. Tenemos que aprender a actuar y a ser responsables con este tipo de producto”. Félix Antonio Téllez, comandante y jefe del departamento de prevención del Benemérito Cuerpo de Bomberos.

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