El miércoles recién pasado, un día antes que se realizara lo que voceros oficiales habían anunciado como la presentación de los estudios finales del Gran Canal Interoceánico, me encontré en los Estados Unidos a un conocido analista internacional que, conocedor del anuncio del gobierno de Nicaragua, me preguntó: “Entonces, ¿habrá canal?”
Le tuve que decir que tendría que esperar a conocer la anunciada presentación pues hasta ahora, le dije, casi todos los días hay una razón para creer que sí habrá canal, y casi todos los días una razón para creer lo contrario.
Eso es exactamente lo que he estado diciendo —hay razones para creer y razones para no creer— desde que en mayo de 2013, en ocasión de la reunión de los presidentes centroamericanos en Costa Rica con el presidente Obama, este fue informado por Ortega de que Nicaragua construiría el canal con una empresa china, según el mismo Ortega informó a los nicaragüenses un par de semanas después, desde Niquinohomo.
Cuando un mes después apareció el empresario chino, Wang Jing, que resultó ser un solemne desconocido en el mundo empresarial de esa gran potencia económica y política que es hoy China, era una razón para no creer. Cuando los primeros análisis informativos revelaron que no era inusual que China utilizara nombres de “mampara” para sus incursiones inversionistas en el extranjero, era razón para creer, pues si el gobierno de China está detrás del proyecto no hay duda que tiene la capacidad técnica y financiera para llevar a cabo el proyecto.
Cuando junto al empresario Jing aparecieron firmas consultoras de gran renombre internacional, era razón para creer; cuando algunas de ellas se desligaron del proyecto, según trascendió para conservar su “prestigio reputacional”, era razón para no creer.
Cuando una delegación de empresarios, políticos gubernamentales y destacados profesionales nicaragüenses, fue invitada a visitar China por la empresa HKND, concesionaria del canal, para demostrar las capacidades ingenieriles y financieras de China, y de la propia concesionaria, era razón para creer que la cosa iba en serio; cuando algunos de los invitados avalaron su credibilidad en el proyecto, diciendo que China hasta tenía “trenes de alta velocidad”, como los hay en varios países del mundo, y otros ilustraron sus argumentos con turísticas fotos al lado de grandes maquinarias de construcción —que bien podrían habérselas hecho en una computadora con un Photoshop, de igual forma que cualquiera puede aparecer tomándose una foto con su actor o actriz preferida— era razón para no creer.
Cuando se anunció que en pocos meses, apenas poco más de un año, se tendrían los estudios definitivos y se empezarían las obras constructivas, en circunstancias que a Panamá, con casi un siglo de experiencia con su canal, le había tomado cinco años la realización de los estudios de factibilidad, sin incluir los diseños ingenieriles finales, pues las alarmas de la duda sonaron.
Cuando se han dado algunas cifras, aunque vagas, de tráfico y carga que justificarían económica y financieramente el Gran Canal, y al mismo tiempo estudios muy serios (con fines divulgativos basta ver el reciente libro de Andrés Oppenheimer ¡Crear o morir! sobre innovación tecnológica) revelan una transformación hacia la baja del comercio de manufacturas (por las impresoras 3D que permitirían, con nuevos materiales, producir en casa lo que ahora se trae del extranjero), y también del tráfico a granel, entonces, también repican las alarmas de la duda.
Finalmente, llegó el gran día: el jueves pasado hubo todo un día de presentaciones que muy poco han agregado a la realizada hace medio año, cuando se anunció la ruta, y que como señalaron varios de los asistentes a la anterior y a la reciente presentación, han dejado más preguntas que respuestas. La presentación de hace medio año tenía un nivel poco más que escolar, y la reciente no ha sido mucho más que una conceptualización de la obra, lejos de ser estudios finales, de factibilidad o de impacto ambiental y social.
Entonces, desde esta columna le digo al amigo que me preguntó por el Gran Canal en el aeropuerto de Washington: hay razones para creer que va, y razones para creer que no va. Y la presentación del jueves pasado no resolvió las dudas.
El autor fue candidato a vicepresidente de Nicaragua.
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