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Bjørn Lomborg

Alimentar bien a la gente no es solo un imperativo moral

El mundo enfrenta muchos problemas, y alimentar adecuadamente a una población creciente es, sin dudas, uno de ellos. La buena noticia es que estamos en camino de reducir a la mitad la proporción de personas que padecen hambre crónica entre 1990 y 2015. La mala noticia es que todavía quedan más de 800 millones de personas que se acuestan con hambre cada noche. Desafortunadamente, no hay maneras fáciles de resolver este problema rápidamente, pero hay maneras inteligentes de utilizar los recursos para hacer mucho bien, tanto ahora como en el largo plazo.

Tanto los niños como los adultos necesitan una dieta de buena calidad, pero alimentar bien a los niños pequeños hace una gran diferencia para toda su vida. Los primeros 1,000 días de vida de un niño —desde la concepción hasta los dos años— son vitales para un correcto desarrollo. Los lactantes malnutridos no alcanzan la altura de sus compañeros, y medir la proporción de retraso en el crecimiento (tener menor altura que la esperada para la edad) es una forma sencilla de comprobar la malnutrición. En Nicaragua, alrededor del 23 por ciento de los menores de 5 años sufren retraso del crecimiento. Estos niños no solo no se desarrollan físicamente; también sufren retraso en el desarrollo de sus habilidades cognitivas, en comparación con los niños mejor alimentados. Esta falta de desarrollo tiene consecuencias reales a largo plazo. Los niños raquíticos tienen un menor rendimiento en la escuela y llevan vidas más pobres en la adultez.

Hoy, 193 gobiernos nacionales están trabajando a través de la ONU para decidir qué objetivos debería prometer el mundo para los próximos 15 años. Tomar decisiones inteligentes es importante, porque esa es la forma en que vamos a generar mayor beneficio en el mundo para el año 2030. Invertir dinero en proyectos ineficaces sería un fracaso para las personas más pobres del mundo.

En Nicaragua, alrededor del 23 por ciento de los menores de 5 años sufren retraso del crecimiento y en el desarrollo de sus habilidades cognitivas, en comparación con los niños mejor alimentados. Esta falta de desarrollo tiene consecuencias reales a largo plazo. Alimentar a la gente adecuadamente no es solo un imperativo moral; sino que también tiene mucho sentido desde el punto de vista económico. Ese es el mensaje que los gobiernos del mundo y de la ONU escucharán al decidir sobre los objetivos para el período posterior a 2015.

Aunque hay un montón de factores a tener en cuenta, la mejor base para la comparación de los objetivos, que compiten en igualdad de condiciones, es una evaluación económica de los costos y beneficios. Mi grupo de expertos, el Copenhagen Consensus Center, les ha pedido a más de 60 economistas expertos que hagan su contribución a esta importante tarea. Sus estudios analizan una amplia gama de objetivos propuestos como parte de esta nueva agenda, que abarca diecinueve áreas amplias.

La mayoría de la gente sentiría que alimentar adecuadamente a la gente —especialmente a los niños pequeños— es algo que simplemente tenemos que abordar. Y resulta que lo que parece ser una buena idea moralmente, también es una muy buena idea económicamente. Una buena nutrición ayuda a los niños a desarrollarse correctamente, y produce personas que son capaces de aprovechar al máximo todas las oportunidades que aparecen en su camino.

La diferencia es dramática, y bien ilustrada por un seguimiento a un experimento en Guatemala. A partir de 1969, los niños en edad preescolar en varias aldeas recibieron una dieta nutricionalmente mejorada, y fueron comparados con niños similares en comunidades vecinas que recibieron una dieta nutricionalmente menos provechosa. Al regresar a estos mismos niños 35 años después, cuando ya eran adultos maduros, se manifestaron algunas diferencias sorprendentes. Los niños bien alimentados no sufrieron retraso del crecimiento a los tres años, permanecieron en la escuela más tiempo, y desarrollaron mejores habilidades cognitivas como adultos. Tenían más probabilidades de obtener un empleo, y ganaban salarios más altos; su mejor desarrollo físico y mental los hizo más aptos tanto para puestos de trabajo calificados de oficina como manuales. Un estudio realizado en Brasil, por ejemplo, mostró que solo un uno por ciento de aumento en la altura elevó los ingresos promedio de los adultos de sexo masculino en un 2.4 por ciento.

En Guatemala, los niños que fueron mejor alimentados obtuvieron un ingreso mucho más alto como adultos en comparación con el grupo control. Tenían un consumo familiar 66 por ciento más alto, con una impresionante mejora en la calidad de vida a partir de simples intervenciones en la infancia. Gastar una pequeña cantidad —solo US$$96 en total— en proporcionar suplementos nutricionales, mejorar el equilibrio de la dieta, y desparasitar rinde con creces. A lo largo de una vida de trabajo, entre las edades de 21 y 50 años, podemos esperar que un dólar gastado en la nutrición infantil redunde, en promedio, en alrededor de US$$45 de beneficio sobre una amplia gama de países de bajos y medianos ingresos. Eso lo convierte en un uso realmente fenomenal del dinero.

Lo más importante sobre la buena alimentación de los lactantes es que comienza un círculo virtuoso, con beneficios crecientes para las generaciones venideras. La buena nutrición durante la niñez produce personas que pueden contribuir más y ayudar a impulsar el crecimiento económico, y pueden ellos mismos criar a niños sanos y bien alimentados. Los niños sanos crecen para ser adultos saludables y más productivos, que crían a la siguiente generación para estar aún mejor alimentados, mejor educados y para ser más productivos.

Alimentar a la gente adecuadamente —y comenzar temprano— no es solo un imperativo moral; sino que también tiene mucho sentido desde el punto de vista económico. Ese es el mensaje que los gobiernos del mundo y de la ONU escucharán al decidir sobre los objetivos para el período posterior a 2015.

El autor es de los best seller El ecologista escéptico y Cool it , director del Centro para el Consenso de Copenhague y profesor adjunto de la Facultad de Negocios de Copenhague.

 

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