Antes, en el exterior de la academia policial donde se celebraba el juicio, Mustafá Mursi, quien perdió a su hijo Mohamed durante la revuelta de 2011, lamentaba la sentencia: “Este veredicto es injusto. La sangre de mi hijo se derramó en vano”. [/doap_box]
El expresidente egipcio Hosni Mubarak quedó libre ayer del cargo de complicidad en la muerte de 840 manifestantes durante la revolución de 18 días en 2011 y de varios cargos de corrupción.
Pero Mubarak, quien dirigió el país con mano de hierro treinta años, seguirá detenido en un hospital militar cumpliendo una pena de tres años por otro caso de corrupción. Sus dos hijos, Alaa y Gamal, juzgados junto con su padre, quedaron absueltos por la prescripción de los delitos de los que se les acusaba.
En una entrevista telefónica con la televisión después de conocerse el veredicto, Mubarak aseguró: “Yo no hice nada malo”.
Durante el proceso por la muerte de los manifestantes, siete altos responsables de seguridad, entre ellos el exministro de Interior de Mubarak, Habib al Adly, fueron declarados inocentes por el juez Mahmud Kamel al Rashidi.
Mubarak, de 86 años, había sido condenado en junio de 2012 a cadena perpetua, pero la sentencia fue anulada por razones técnicas, lo que llevó a la celebración de otro juicio, que comenzó en mayo de 2013. En los últimos días, la prensa egipcia apostaba por una posible absolución, debido al cambio del clima político del país desde 2012.
Los juicios contra Mubarak fueron eclipsados por los de su sucesor, el islamista Mohamed Mursi, derrocado en julio de 2013 por el anterior jefe del ejército y actual presidente, Abdel Fatah al Sisi.
Tras el golpe que derrocó al primer presidente elegido en democracia en Egipto, más de 1,400 manifestantes islamistas murieron a manos de la Policía y el Ejército, y más de 15,000 hermanos musulmanes y simpatizantes fueron encarcelados. Centenares de ellos han sido condenados a muerte en juicios colectivos y sumarios, calificados por la ONU como procesos “sin precedente en la historia reciente” del mundo.
Antes, en el exterior de la academia policial donde se celebraba el juicio, Mustafá Mursi, quien perdió a su hijo Mohamed durante la revuelta de 2011, lamentaba la sentencia: “Este veredicto es injusto. La sangre de mi hijo se derramó en vano”.
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